jueves, 1 de diciembre de 2011

LOS ÁNGELES, 2029 -2



Ricco Leone pensaba que Jacob era un iluso por dudar todavía de él. No se daba cuenta que cada paso que daban por las asquerosas calles de su barrio era un paso que lo acercaba a la Familia. Los Leone necesitaban al mejor y Jacob lo era. O al menos era un buen mecánico y no hacía preguntas. Un gran punto a su favor. Sin embargo no tenía esposa ni hijos, hay quien decía que no tenía amigos. Así que lo único que podían ofrecerle sería dinero, drogas y mujeres. El paraíso. Nadie lo rechazaba. O al menos nadie que rechazase un trabajo para los Leone seguía vivo demasiado tiempo.

Aquellas calles le traían recuerdos a Ricco, también las conocía, las había pateado durante su adolescencia  regresado tiempo atás. Miró uno de los muros y vio una leve grieta. Él sabía como se produjo, lo recordaba. Fue hace más de seis años. En un tiroteo. A modo de flash back le vinieron imágenes de aquel día. Una auténtica masacre. Mató a seis él sólo. Desgraciadamente los primos Jackie, Tom y Bale murieron. Malditos matones de tres al cuarto. Si quería dedicarse al negocio lo mínimo que podían hacer era hacerlo con estilo.

- Lo tendrás todo. Materiales de primera calidad, un taller libre de deudas...Y no tienes que  cambiar nada de su forma de ser, ni de vestir. Tan sólo reparar y preparar coches y aparatos de los Leone exclusivamente. Y algunos trabajos especiales, ya sabes de lo que hablo.


Jacob escuchaba, apuraba su café, sentado frente a Ricco, que no había tomado nada. Reflexionaba: su libertad, su alma, a cambio de una buena vida. Cuando la familia llama, tú obedeces. Estaba tentado a responder que sí.

Desde la barra, Jeremías, el dueño y conocido del “Alemán”, como se le llamaba a Jacob por su ascendencia germana, los miraba curioso y preocupado. El italiano desentonaba con el lugar, igual que un tiburón en una pecera. En otra mesa, cerca de ellos, había una mujer de no más de cuarenta años, algo ajada, de mirada triste y ausente, masticando con calma su bocadillo; más allá dos tipos de pie al lado de otra mujer, uno negro, un armario de casi dos metros, el otro más bajo pero fornido dentro de su abrigo de paga de una año, con gafas de montura gruesa. La chica junto a ellos iba vestida con pantalones anchos, cazadora del ejército abultada, cabellos azulados revueltos que le caían sobre la cara, una máscara anti polución. Apenas le vieron el perfil

Las cosas pasan cuando menos te lo esperas, eso es sabido. Jacob  iba a darle su respuesta a Ricco, cuando el hombre de las gafas se desplomó cuan largo era gritando como un animal que descuartizaran. Al otro no le dio tiempo de desenfundar su pistola su cuerpo estalló en llamas de repente, se tambaleó y cayó entre alaridos desgarradores. La tipa se giró hacia el mafioso y su acompañante, ambos apenas tuvieron tiempo a reaccionar, se acuclillaron. Luego algo extraño sucedió: las mesas y sillas salieron volando, un ariete invisible los golpeó y derribó lo mismo que a Jeremías., al otro lado de la barra. Se hicieron añicos vasos, botellas y platos, y la chica pasó corriendo largándose con un maletín negro. Ricco y Jacob sufrieron como el paso de un aspirador en sus cerebros. Aún aturdidos, en el suelo, trataron de escabullirse hacia la salida, cuando se oyeron las sirenas, los gritos de alto, un tiroteo. Parecía que hubieran estado esperando a la fugitiva; una emboscada, pensó Ricco, que se deshizo rápido de las dos pequeñas cápsulas de éxtasis líquido a las que era aficionado y tiró a un rincón su pistola automática.

Entraron a saco agentes del servicio especial de la policía y de las corporaciones. Colocaron neutralizadores de láser y haces de rayos azulados sellaron la zona, todo en un visto y no visto. Nadie podía salir de allí. La ropa de los dos estaba rota en algunos sitios, la mujer del bocadillo temblaba y gritaba histérica, le dieron dos hostias. Jeremías gemía en el suelo, mientras que los dos hombre yacían muertos, uno todavía humeante su ennegrecido cuerpo después de que lo apagasen los agentes especiales.

Jacob miraba atónito a Ricco. Su restaurante favorito se acababa de ir a la mierda, una tarada se lo había cargado, lo que le hizo preguntarse ¿quien o qué rayos era la chiflada de la mascara? No les puso un dedo encima a ninguno ni la había visto desenfundar arma alguna. Si le daban tiempo él mismo hubiera sido capaz de fabricar una granada de aturdimiento con la suficiente potencia para provocar el mismo efecto...

Comprobó el estado del italiano, lo único que le faltaba era que la mafia le echara la culpa en caso de que la hubiera palmado, eso sí tendría maldita la gracia; de ofrecerle empleo a pedir su cabeza en la misma tarde

-¿Qué ha pasado aquí? –preguntó, aturdido todavía.

Pero Ricco tan solo se encogió de hombros, tan extrañado e inquieto como el Alemán. Una chica que salía huyendo con un maletín, un tipo muerto en el suelo de pronto, y otro que, ante sus ojos, sufrió una combustión espontánea. El italiano se levantó y comenzó a sacudirse el traje, la faltaban un par de botones y un cristal le había hecho una raja bastante fea en la chaqueta. Se identificó ante los agentes de la ley, igual que Jacob. Les leyeron los derechos y obligaciones de los testimonios y los sacaron de allí. Afuera, escucharon con nitidez los disparos, las sirenas y vieron el rotador de la policía y sus haces de luces a veinte metros sobrevolando  la iglesia. Los sanitarios les atendieron las pequeñas heridas y cortes, e intentaron tranquilizar a la mujer del bocadillo, y luego, un tal sargento de Brigada Especial Morrison, con armadura de combate, casco, pistola al cinto y rifle de asalto en la mano, los saludó y preguntó qué había pasado exactamente. Jacob se desentendió de los requerimientos del policía e inquirió a su vez:


- Eh ¿por que rayos anda la poli cargando como locos contra esa iglesia?

Morrison lo ignoró e insistió: Ricco tomó la palabra:

 Agente, no sé que ha ocurrido. Simplemente entramos y la mujer, bueno, creo que era una mujer, llevaba una máscara de gas. Como le decía, algo donde estaba la mujer explotó, fue como una bomba de aire que nos tiró de espaldas. Y entonces salió corriendo. Nada más -Habló con calma. Estaba acostumbrado a lidiar con policías y no le imponían miedo alguno. Sabía que por esta noche no indagarían mucho más.

El sargento Morrison introdujo las tarjetas identificativas en una pequeña maquina solo algo más gruesa que la propia tarjeta y la colocó en la ranura del data teléfono  portátil. Los datos bailaron en pantalla, de Jacob nada anormal, no así de Ricco, nunca había sido detenido pero las autoridades sabían bien quien era. Arqueó una ceja, devolvió las identificaciones, y esperó. Jacob no abrió más la boca, interesado en lo que sucedía en las cercanías de la parroquia, o quizá por el shock debió pensar el agente. O realmente porque seguía pensando en la propuesta del Italiano.

- Nada más, eh? Bien, seguiremos en el Departamento De Justicia. Mis hombres les acompañarán. Como acabo de decirles, podemos retenerles veinticuatro horas. De paso nos dirás que hacías aquí, Italiano.

No era algo intrascendente, aquellos no eran policías corrientes, sino la Brigada Especial de Máxima Seguridad, los BEMS. Ya se había olido Jacob que había algo anormal en el despliegue de armamento y polis. De nada sirvieron las protestas, en unos minutos Jacob, Ricco y la mujer estaban sentados en la parte trasera de un rotador de la policía de Los Ángeles. En calidad de testigos, naturalmente, como les recordó uno de los efectivos sonriendo de oreja a oreja. El mismo que les pasó un detector e incautó una llave inglesa del mecánico. Vieron como a Jeremías lo trasladaban en camilla hasta una ambulancia, inconsciente.




En el interior cavernoso de la iglesia, las sirenas de la policía rompieron el sermón inútil  que el sacerdote Tomachio estaba dando a Mara. “Esperanza", pensaba Mara, lo mismo que se leía en brillantes letras azul eléctrico con un fondo estridente de Fluke, ese grupo de Hashed metal que tanto esta pegando en la música. Esperanza es mi palabra de hoy... se me ha juntado con aquella otra que me dijo ese espectacular y casi único espécimen de hombre que una vez vino a mi en una tarde de lluvia y pestilente congestionamiento... “Me llenaste de felicidad cariño..."

Cariño... ¿Felicidad? Las habré oído diez mil veces de muchas más bocas. Pero, descubrí que de estas personas. de esas situaciones... tienen un sentido distinto. y antes no me había dado cuenta. ¿Como se le podrá llamar a esto que estoy pensando?  Inversión, tal vez.

Sus errantes pensamientos fueron interrumpidos por la estridencia del sonido que ascendía en decibelios. Demasiado ruido, y demasiado cerca. Incluso les pareció oír ráfagas de un arma de cierto calibre. Escucharon el ruido de la puerta exterior abrirse y luego la interior, más pequeña, de golpe. Se giraron y vieron plantada en pie una silueta, parecía que de mujer, embutida en una gruesa cazadora de guerra y pantalones anchos. Los mechones de cabellos sobre la cara no dejaban ver la misma y la mascarilla anti polución menos aún. Sujetaba un maletín negro. El sacerdote notó que el aire se cargaba de una energía extraña. La figura se adelantó a buen paso hacia él. Entonces el padre pensó que tal vez el Maligno venía en su busca, pues conforme avanzaba esa persona por el pasillo central, los bancos de uno y otro lado se alzaban y eran lanzados contra las paredes como piezas de dominó. Mara tuvo que saltar casi hacia el otro lado para evitar ser golpeada. La mujer se detuvo, respiró hondo y aquel desastre se paró. Se acercó al padre, su rostro medio oculto, sudoroso, pero el brillo en sus ojos delataban a alguien desequilibrado; miró fugazmente a Mara, hizo una genuflexión, después habló: la voz sonó apagada, grave, a través de la máscara, con fuerte acento eslavo y urgencia:

- Padre, ¿hay otra salida trasera? ¡Tiene que haberla! ¡Vamos, dígame dónde, por favor!

Fue Mara la que respondió, mordiendo cada palabra que pronunció, primero en un murmullo para sí, luego en voz alta:

- Perra entupida... entupida perra regraciada –despacito, casi un verso amargo-Perra desgraciada entupida de mierda... de mierda entupida, perra maldita-

La replicante parecía que iba a caer en un bucle. El padre Tomachio intervino. Si la mujer de la máscara podía lanzar los bancos por los aires también podría lanzar a Mara.

-No te han herido. Gritar e insultar ahora no tiene sentido. ¿Si no has sufrido daño porque enfardarse? Todo está bien.-Posó sus ojos en la mujer de la máscara.-Por el pasillo, hay una puerta que lleva al callejón. También hay escaleras que llevan a los tejados. Huir solo sirve para volver a encontrar el problema más adelante. En el mismo pasillo están mis aposentos. Puedes esconderte ahí...les diré que saliste por atrás y pasaran de largo.-Luego desvió su vista hacia la otra mujer.-Puede que los policías vengan buscando problemas. Si tienes asuntos que resolver con ellos también sería oportuno que te escondieses en el mismo lugar

Se había sentido un poco asustado al ver avanzar aquella figura, y luego cuando los bancos volaron contra la pared. se rehizo, y ni siquiera se le ocurrió llevar sus manos al arma que llevaba oculta bajo su chaqueta. Nunca era hostil, ni siquiera cuando lo eran con él. Solo en contadas ocasiones. Estaba algo enojado, había puesto su iglesia patas arriba, y ahora le pedía ayuda. Claro, que aquella mujer no parecía saber lo que hacía, no parecía haberse dado cuenta de ese "poder" que tenía. ¿Ciencia, poderes mentales? No importaba.

La enmascarada no escuchó a Mara, y esta bufó mirando al techo cuando el cura la regañó y  soltó algo de su rollo propio de sotanas y les brindó una solución a las dos. La mujer se quitó la máscara y reveló unos ojos grises de mirada turbia y perturbada. Una boca de labios generosos se veían claramente entre la maraña de cabellos, sonriendo enigmática.

- Es un ingenuo padre. Me buscarán hasta debajo de sus alzacuellos. Vigile lo que les dice. Gracias.

Se dispuso a marcharse por el pasillo, miró a la puerta de entrada, Mara la observaba con una mirada tan demente como la de ella, pero de otra clase. La replicante giró nerviosa entre sus manos la tarjeta de identificación, y decidió arriesgarse, y se quedó allí.

-No te inquietes ni sudes, gordito –tenía la costumbre sin motivo de llamar “gordito” a Tomachio, el cual no tenía atisbo alguna de gordura en su recio corpachón. Se puso a canturrear y a leer la Biblia como si nada sucediera. La mujer de la máscara extrajo un móvil negro de sobrio diseño de vanguardia, de uno de los laterales del maletín, pulsó una tecla, esperó unos segundos, atenta a la puerta. Un código, una voz al otro lado y ella alzó su voz:

- Cambio de planes. Si queréis la pasta, id al callejón este de la iglesia. Ya.

Guardó el aparato, se iba, pero otra vez se detuvo. Abrió otra sección lateral del maletín negro, y metió en el bolsillo de la chaqueta del padre Tomachio el objeto que acababa de sacar: una barrita delgada, negra, punteada con muescas.

- Guárdelo bien, padre, por favor. Regresaré a por él.

El sacerdote miró aquel objeto y antes siquiera de que lo hubiese guardado en el bolsillo interior de su chaqueta, la desconocida Se fue corriendo, pasó por la puerta de la habitación del sacerdote y se largó por la salida de la calleja. Mara entretanto leía el libro sagrado mascando las palabras en voz alta, siguiendo su particular alucine. Los pesados pasos retumbaron afuera, las voces. Entraron los agentes de policía, en tropel, una auténtica  horda uniformada. Aquello parecía un hormiguero de comandos armados hasta los dientes. Tomachio decidió ponerse del lado de la fugitiva, ¿acaso no lo había hecho ya? Desconfiaba de la autoridad establecida, corrupta, amoral, envenenada por el poder.

Se puso delante de los agentes interpretando el papel de atribulado sacerdote, alterado, nervioso, asustado. En su interior permanecía en calma. Nunca perdía los estribos. Nunca. Eso cría. Si lo fingía era...simplemente porque le gustaba actuar, como en aquellos programas de la tele.

-¡Agentes, agentes!¡Miren lo que le han hecho a mi iglesia!¡A mi iglesia!-Agarró a uno de los policías por el chaleco.-¡¿Es que no lo ve?!¡Está todo por los suelos!¡¿Quién va ha pagar todo esto?!¿Quién?Oh, en nombre de Dios.¡Y esas armas!?Esta es la casa de Dios. ¡Las armas deben permanecer enfundadas!

Gritaba y gesticulaba. Pensaba con firmeza que la policía, el gobierno, la economía, son cosas que nada tienen que ver con la iglesia. lLas leyes y preceptos sociales, las normas, son solo cosas creadas por los hombres. El Padre Tomachio solo tenía por verdad la Palabra de Dio. El hombre era imperfecto, no era nadie para crear leyes. S atrapaban a aquella mujer de la máscara y la metían en la cárcel, no se redimiría, no se arrepentiría de sus pecados, solo albergaría rencor y odio. Sin embargo, en libertad siempre podrían cambiar las almas. En libertad. Por eso mismo protegía también a Mara. la prostituta joven y alocada. ¿Por qué? Porque era el guardián, y eso era lo que quería hacer y ser: el guardián..


Mara continuaba leyendo la Biblia, no atendía a razones, se encogía de hombros. Enseñó su identificación, la comprobaron con la central, y la sacaron fuera, junto con el sacerdote. Los efectivos de la policía especial se desparramaron entre tanto por las dependencias de la iglesia, en busca de la sospechosa.

Un policía increpaba al padre Tomachio:

- ¿Dónde lee en mi uniforme que ponga gilipollas, padre? Nosotros somos los buenos, la fugitiva ha asesinado a dos hombres, presumiblemente a otros dos personas y quien sabe a cuantos más. No me haga perder el tiempo y déjese de hacer el idiota.

Otro agente empujaba a Mara, que empezó a decir incoherencias y a resistirse, desafiante, rabiosa, se. debatía sin lograr soltarse.

-Déjenla. Sufre de ciertos bloqueos mentales –argumentó el sacerdote.

El otro miró divertido al sacerdote:

-Seguro que es una yanqui. Una puta drogata de mierda. ¿En su casa cada uno hace lo que quiere, eh padre? Se la ha buscado jovencita, ¿qué tal se la chupa?  Qué feo. Poco me importa, de momento se vienen con nosotros. En calidad de testigos.


Les soltó el rollo de los derechos y obligaciones  de los testigos, entre ellos que los podían retener veinticuatro horas. Habló con alguien por el intercomunicador en la oreja:

- Ok, te envío a dos. En la iglesia, sí. El cura y la puta que se tira. Los demás  continúan la persecución.

El detector descubrió la pistola del padre, y se la llevó otro guardia con la documentación de ambos y la mochila de Mara. Se oían las ráfagas lejanas en la parte trasera del edifico de la iglesia. Al poco, se encontraron los dos en el interior de un rotador de la policía, junto a una mujer y dos hombres, Jacob y Ricco, camino de la Corte de Justicia, sobrevolando el espacio aéreo de la lúgubre y sórdida ciudad de Los Ángeles.-.


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