sábado, 3 de diciembre de 2011

Hay muchos traseros que patear ;D 3


Se sucedieron las preguntas, comentarios y sugerencias de los marines, acerca de lo sucedido en el transporte, el estado de los posibles supervivientes, los afectados y los sanos. El capitán  puntualizó que no estaban allí para especular, suponer ni imaginar fantasías. Creía haberlo dicho claro: neutralización y eliminación de la amenaza, rescate y recogida de pruebas. Punto.  Era su trabajo, para eso les pagaban. Balsani soltó un reniego, asqueado de las corporaciones y su maldita forma de hacerlo todo.

-Cuide esa lengua, soldado Balsani – amenazó el sargento Ramírez.

El coronel miró ceñudo a algunos marines.

 - La mayoría de esa gente son civiles, que deben de estar viviendo la peor de sus pesadillas. Nada de gases, ni táser ni sónicas. Sus efectos pueden resultar gravemente nocivos. ¿Van a rescatarlos, recuerdan?  Si llega a ser necesario utilicen la culata, la morfina y el cerebro. Han sido entrenados para esto. Y si se encuentran con gente que tiene el cerebro frito, ya saben lo que deben hacer.

Joe preguntó, inocente, la forma de distinguir a los cuerdos de los afectados. Respondió al momento Rivers:

-Joe, los que no estén intentando arrancarte la piel a tiras, no están locos, así de simple.

El capitán advirtió a  Helen que podría llevar una pistola con munición somnífera, “vigile lo que hace, soldado”.

-Que se equipen todos con ellas. – Añadió el coronel -.


 Le dio la razón a Helen, una de los pilotos, acerca de que se enfrentaría con los más inteligentes, confiaba en que ellos lo serían más. Sobre los mapas, algunos de ellos llevarían un ordenador portátil minúsculo  con los planos de la nave. Se trataba de un transporte ligero civil, colonos, viajeros. Sin armamento, un único escudo deflector. Las armas a bordo serían las de los oficiales de la tripulación, pistolas, tal vez un par o tres de fusiles inferiores al M41A1, alguna escopeta.

Se desplegó el holograma: una nave de 105 metros,  cuatro cubiertas, un par de lanzaderas en el tercer nivel. En este se encontraban situadas las cámaras de hipersueño. Arriba, uno y dos, servicios y dependencias generales, y el puente de mandos. En la cuarta, bodega, mantenimientos, sala de energía y sistema de propulsión; por fortuna contaba con un puerto de atraque, donde ensamblarían las dos naves pudiendo pasar directamente de una a otra. 

Algunos de lo marines no ocultaban en sus miradas que aquello podía no ser lo que parecía. Pensaban en las maquinaciones de las corporaciones, una droga experimental, por ejemplo. Ninguno dijo nada al respecto.

- El capitán añadió algo más:

- Peinaremos la nave: cada cubierta, dependencia por dependencia, pasillos, corredores, todo. Llevarán también los vibrofilos.


Joe y Helen comentaron algunas ideas sobre inutilizar los sistemas de iluminación, el primero a favor, la segunda en contra. Verónica arrugó la nariz y negó con la cabeza; a Jesper, el otro médico, tampoco le gustó. Por el contrario, Kimberly mostró su amplia sonrisa de hiena asintiendo.

- ¿Han terminado de pensar por mí, los dos? Bien. Gracias por recordarme que yo tomo las decisiones –hizo una pausa, tomó aire-.Crearía confusión, Joe. Es sensato lo que opina la soldado McFersson. De todas formas, esperemos a ver lo que encontramos. Y, Ghost, no se impaciente, nos quedan algunas horas de viaje – concluyó el coronel -.

Terminó la reunión y los marines comenzaron a prepararse, alguien dijo que sería pan comido, otros se encogieron de hombros, muchos bromearon. No era demasiado estimulante la misión. Y lo peor es que retrasaba el permiso en la Tierra.





Un par de chasquidos metálicos, secos, cortos, seguidos de un tercero algo más largo y el Independencia quedó conectado por un pasillo umbilical de cinco metros de largo al Pegaso V, en el segundo nivel. El transporte orbitaba mudo en torno a Europa, uno de los primeros satélites en donde se llevó a cabo el proceso de terraformación. A lo lejos, la nave de vigilancia de la luna de Júpiter se mantenía a la espera. Os informaron que continuaban sin comunicaciones, si noticias. Sin nada nuevo.

En nueve horas vuestra corbeta había alcanzado el objetivo y los dos equipos estaban ya preparados para el abordaje y entrar en acción. A bordo restarían los cinco miembros de la tripulación, más el coronel, el sargento Kaplizki, cabo Linch, cabo Ramírez, Serena y Kart.

Las botas resonaron en el túnel, el sistema informaba que el aire era respirable sin fugas aunque algo viciado y la enorme y circular compuerta abrió sus dos hemisferios. Una luz azulada, menguante, fría, que mitigaba parcialmente la oscuridad, parpadeante a intervalos con destellos blancos, os dio la bienvenida, llenaba el espacio vacío de silencio anormal y acre. El grupo Alpha se desplegó, ellos se encargarían de las cubiertas tres y cuatro. La primera noticia fue que los ascensores más cercanos no funcionaban, Baltasar encontró un panel cuajado de cables e interruptores, comenzó a trastear. El grupo Beta, se desparramó luego por la segunda cubierta. Baltasar informó que el fallo procedía del sistema central, situado en la tercera. Los del Alpha descendieron por las primeras escaleras que encontraron. Próximos al puerto de enlace quedaron como apoyo Linch, Serena y Karl.


El equipo Beta avanzó por pasillos y dependencias varias, siempre acompañados de la luz de emergencia sucio índigo. Las fosas nasales se llenaron del olor ferruginoso de la sangre pegada a paredes y suelos. Paneles rotos, puertas desencajadas, objetos de mobiliario destrozados. Debió existir un escape en la zona de aseo y baños, el agua sucia inundaba varias secciones, el chapoteo de las pisadas rompía la quietud malsana. Encontraron varios cadáveres despatarrados, con golpes en el cráneo, en el tórax, una mujer con la cara reventada por un disparo. La voz del capitán por el intercomunicador avisó de lo mismo en el tercer nivel. Los Beta llegaron a los dormitorios de los pasajeros, encontrando más cuerpos inertes entre camas y muebles volcados y partidos. De momento solo víctimas y los sensores no señalaban movimiento.

En el tercer nivel el equipo Alpha informó que acababan de abatir a seis tipos rabiosos armados con varas de acero que se les habían abalanzado sin prestar ninguna atención a sus avisos. Uno era una mujer, y tuvieron que vaciar buena parte del cargador en cada uno de ellos. – Apuntad a la cabeza, chicos -, resonó la voz de la cabo Liao. El Beta sin novedad. Se escuchó a Mohamed, habían llegado a las salas de hipersueño; contaban cadáveres: quince en sus cápsulas, los tres niños incluidos. Las demás estaban en muy mal estado, algunas fuera de sus anclajes. Sangre por todas partes y decenas de cadáveres, contaron veintidós, algunos parecían que directamente por los efectos del error del sistema, otros más violentamente. No dio detalles. El pelotón Beta contabilizaba doce. Baltasar y Mohamed entraron en la sala de energía y avisaron de dos supervivientes, dos hombres de mediana edad, escondidos, asustados, con algunos rasguños, nada serio. Jesper les dio un tranquilizante a cada uno, que, entre balbuceos informaron que desconocían el paradero del resto. A través del intercomunicador el coronel ordenó que los evacuasen ya. Carlos Azul subió con ellos y Karl se adelantó para recogerlos.


Las pruebas básicas de las muestras de los cadáveres tomadas por Frost no reflejaban nada parecido a un virus. Las guardó para ser analizadas con mayor detalle más tarde.
Mientras tanto, la búsqueda del equipo Beta era estéril, hasta que detectaron movimiento en los sensores: ocho puntos rojos en el comedor - cinco en la misma sala y tres en otra adyacente -. Casi al mismo tiempo surgieron otras tres señales que indicaban presencia más adelante en el pasillo. El cabo De la Piazza envió a Benley, Helen y Rivers por el pasadizo y los demás penetraron en el comedor. La puerta estaba derribada, entraron para ver al fondo a cinco hombres golpeando de forma brutal con dos hachas y barras de acero una puerta que comenzaba a ceder entre quejidos del metal. Detrás se encontraban los otros tres puntos. Uno de los cinco iba armado con un rifle, otro llevaba una pistola en el cinturón. Estaban sudorosos, sucios, con sangre seca en la ropa. No repararon en la presencia de los marines, entretenidos como estaban.

Se prepararon para el primer asalto. Miguel dudaba si aquellos energúmenos eran los afectados o precisamente al contrario, huían de algo. Se situó como los demás en posición solo que con intenciones diferentes a los demás que tenían muy claro que se trataba de objetivos a abatir, cubriendo un lateral del comedor en previsión de problemas y observando su indicador de señales. Carlo preparó por si acaso la pistola con los tranquilizantes. El resto aguardó nos segundos. El sargento lo tuvo claro, De la Piazza dio las indicaciones oportunas con la mano y se ejecutó la orden. Frost abrió fuego el primero, a un tipo delgaducho, el que llevaba la pistola. No falló, las piernas del sujeto fueron el blanco y se derrumbó con mirada de sorpresa y dolor. Joe agujereó el cráneo del que manejaba el rifle y el resto de soldados dispararon sus armas abatiendo a los otros cuatro, destrozando sus cuerpos, saltando trozos de carne, hueso y empapelando las paredes de sangre y trozos de vísceras. Corrieron luego, Sandro le incrustó la culata en la frente al herido en las piernas, pero este no se desmayó, pugnaba por golpear a alguien con la barra que llevaba y disparar su pistola. Lo inmovilizaron con esfuerzo y Dillon le inyectó droga como para tumbar a tres rinocerontes. Se desmayó el tipo y el matasanos se ocupó de sus extremidades, inmovilizándolo por completo. Ya tenían a uno de los descontrolados. Estaba resultando fácil.

Adelante por el corredor, Helen escuchaba como susurros acallados y algún ligero gemido varios metros más allá. Se adelantó unos metros, sin embargo el pasillo estaba vacío. Benley miró hacia arriba, a los conductos de ventilación y servicio, señalando con su rifle hacia lo alto. Ghost, gracias a su sentido auditivo especial, escuchó los gemidos antes que ninguno.  

- Están ahí delante señor. - dijo con voz audible para sus compañeros. - Puedo oírlos desde aquí.

Caminaba lentamente apuntando con el rifle ocupándose de su lado derecho y adelante. Confiaba que Rivers haría otro tanto con su lado izquierdo y adelante también. Tenia la pistola de narcóticos en el estomago, sujeta la funda al arnés. Tenia la certeza de que iba a usarla muy pronto. Vio de reojo que Benley miraba arriba y ella de un hito miro también.

- Cabo, no querrá que nos metamos en ese agujero de ventilación, ¿verdad?

-Si han subido allí, no deben estar demasiado fuera de si. Además, no parecen los gritos de alguien enloquecido. Quizás sean supervivientes –señaló Rivers. No le hacía gracia alguna meterse en el conducto de ventilación-  Tanto si son supervivientes como si no, tenemos órdenes para ellos ¿verdad? va a haber que subir. Me parece que soy demasiado grande cómo para hacerlo yo, debería cubrir por aquí mientras sube alguien... menos voluminoso.

Benley mandó silencio con un dedo en la boca a la vez que asintió con los ojos al comentario de Helen acerca de que los tenían delante y el de Rivers sobre la posibilidad de que se tratase de supervivientes. Tenía lógica esta apreciación, aunque podrían haber oído a los marines y haberse escondido para atacarlos unos cuantos de los alterados. ¿Serían capaces de mantener tanto sigilo si eran locos furiosos? Hum.

El pasillo estaba vacío y a pocos metros delante las señales. Arriba, tras la rejilla de un metro de ancho que discurría a lo largo del lugar, debían estar las personas que se ocultaban, en los conductos auxiliares. En ese momento se escucharon las ráfagas de disparos procedentes del interior del comedor.

Avanzaron despacio por el corredor. Resonó la voz del coronel: “Benley, delante a diez metros hay una reja, una vía de acceso a los conductos”. Pasaron debajo de la posición de las tres señales, que no se movieron. Ghost escuchó con atención, respiraciones agitadas fue lo que recogieron sus oídos. Llegaron al punto de acceso, y a Helen le tocó subir, obtuvo la temida respuesta a su pregunta:

- Eres la más delgada, Helen. Y la que mejor voz y labia tiene, así que arriba. -Susurró Benley con una sonrisa astuta. Helen se encaramó al cabo mientras Rivers vigilaba. Los tres estaban cerca de una primera intersección a la izquierda que llevaba a la enfermería. Más adelante, un segundo giro, a la derecha, conducía a las escaleras que ascendían al primer nivel y bajaban al tercero. Rivers detectó movimiento hacia la derecha, lejos, en la zona de las escaleras, cuatro puntos, informó de ello y el sargento de la Piazza envió a Sandro y Miguel como apoyo a Benley y los suyos cuando su grupo examinaba la puerta interior del comedor. Frost se encargaba del inconsciente loco, le colocaron sujeciones a modo de esposas macizas, de una sola pieza de metal, codificadas, en muñecas y tobillos del loco reducido. Dillon le colocó una pulsera y le monitorizó. Se sentía así más seguro. Joe terminó una derivación en el panel de entrada logrando que se aperturase con graves chirridos lo suficiente para que un hombre pudiera pasar algo apurado. Una estancia pequeña, a oscuras totalmente, fue regada por la luz azulada de emergencia del comedor. El sargento de la Piazza se identificó y esperó. Silencio. Volvió a hacerlo y parte de su cuerpo penetró en el cuarto en tinieblas, enfocando con la luz del casco. Fue saludado por tres tiros de pistola cuyas balas se incrustaron en el metal de los paneles de la puerta. El marine se retiró, y volvió a la carga con su saludo un tanto crispado:

- Repito. Somos Marines Coloniales. Sargento De la Piazza. Hemos venido a rescastarles. No les haremos ningún daño. ¿Pueden entenderme? Les consideraremos una amenaza si no salen de su escondrijo con las manos en alto. Ya.

La respuesta fueron dos disparos más desde las profundidades interiores.

- Muy sutil, sargento – ironizó por el intercomunicador el coronel -. Que algún otro diplomático de su grupo pruebe.

Verónica vigiló al desequilibrado inconsciente mientras Joe y Carlo se situaban para dar cobertura al médico. Había que arriesgarse. Dillon probó suerte, entró adelantando su corpachón:

-Mi nombre es Dillon Frost. Soy médico.-Ni marine, ni militar. Tampoco otro civil asustado. Un médico. Nada de jerga profesional que pudiese asustarlos más, nada de considerarlos hostiles o de entrar a la fuerza. Solo un médico. No empuñó su arma. Se aseguró de que alguno de sus compañeros vigilase al loco.-¿Algún herido?-Esperó respuesta. Su tono de voz era frío pero profesional, el hombre al que uno confiaría el crecimiento de sus hijos.-Les sacaremos de aquí. Hemos venido a salvarles. Podría haber más dementes en la nave, estarán más seguros entre nosotros.-Respiró hondo. ¿Una prueba de fe? El sargento había tenido suerte. Prendió una bengala.-Voy a entrar.-Se asomó con cautela, no quería hacer movimientos bruscos. Dentro no había luz pero desde allí si que podrían ver su silueta. Alzó las manos. Entró.

Nadie respondió. Frost se la jugó y entró con el maletín en alto. La bengala recubierta de un material incandescente iluminó estanterías, armarios empotrados, una mesa con un ordenador, cajas amontonadas. Una voz de varón algo temblorosa pero firme le saludó:

- Levante los brazos y camine despacio. Muy despacio. Le estoy apuntando.

Dillon lo hizo. A los pocos pasos vio a un hombre escondido tras el montón de cajas con una pistola sostenida por ambas manos. Miedo en sus ojos y determinación. La voz del matasanos parecía haberle convencido.

- ¿De veras son marines? Santo Dios, no puedo creerlo. Ha sido una pesadilla, ¿sabe? Una locura.

Salió de su escondrijo, era un hombre de tez demacrada, de unos cuarenta años, adornada su cara con una espesa barba de días. Luego aparecieron tras él una mujer de edad similar, que se abrazó al sujeto, trémula, y un chico de unos veinte años, espantado. No necesitaron calmantes, solo su esposa, estaban bien, un tanto hambrientos, le entregaron la pistola a Dillon. Afuera, se apartaron lo más posible del desmayado irracional. Verónica les hizo tragar unas cápsulas energéticas.


Entretanto, no lejos de allí, Ghost trepó, empujó la trampilla, con cautela; no sucedió nada. Había que arriesgarse, asomó el casco, subió, enfocó la linterna y una sombra a varios metros al frente se removió ocultándose más hacia el fondo. La marine prestó atención, respiraciones contenidas. Entró por completo en el conducto, más ancho que el enrejado, más de metro y medio, y lo suficientemente alto para permanecer en cuclillas o desplazarse a gatas.

Estaba claro que usar la linterna le permitía ver mejor las cercanías, pero delataba su posición allí donde fuera. "¿Quieres jugar al escondite, no?. Pues juguemos." Se dijo a sí misma como si la sombra pudiera oír dentro de su mente. Empezó a gatear silenciosamente. Con los tobillos en el aire, levantando las rodillas y las manos en cada paso. Arrastrando únicamente los dedos meñiques por los bordes, para tantear en la oscuridad. Al llegar a un recodo se quedo quieta, a fin de determinar nuevamente donde oía la respiración forzada o los latidos de corazón. Y suavemente empezó a cantar;

Ya se duerme el niño...
Bajo su ventana
Dos pícaros grillos
Cantan una nana.
A la linda nana
Ya se está durmiendo...
Que ruede la luna
Que lo haga en silencio.
A la linda nana
De ojitos cerrados,
El sueño más lindo
Se arropó a su lado.
A la linda nana
Que ya se durmió,
La última estrella
Recién se prendió.

El objetivo de la canción era trasmitir calma, paz y tranquilidad. Todo ello sumado abrirían las puertas de la confianza.

-Tranquilos, soy Helen, marine de rescate. ¿Quienes sois vosotros? No quiero haceros ningún daño, y me gustaría sacarles de aquí.


Abajo se quedó el cabo Benley, con Miguel, Rivers y Sandro, a los que indicó que cubrieran las escaleras, de dos tramos y dos metros de ancho. Allí no había nadie, pero arriba las señales eran claras. Subieron por los escalones, con Sandro delante, Rivers tras él, el último Miguel. Los puntos se aproximaban, Sandro llegó al descansillo y continuó. Apareció de súbito a la carrera un grandullón con la ropa destrozada, ensangrentada y la cara desencajada por la locura, con ojos de insana efervescente. Lanzó un pesado cilindro de acero, del diámetro de una rueda de coche y casi dos metros de largo. Rebotó en las escaleras, Sandro se apartó y escupió muerte su M41A1. El demente se empotró contra la pared, acribillado; la réplica no se hizo espera,  cuando asomó el cañón de un rifle por la esquina disparando contra los tres marines.

Aunque estaba casi inerte el loco del cilindro, Sandro le arrojó un poco más de metal en la cabeza transformándola en pulpa. El objeto metálico rebotó en las escaleras, siendo esquivado por Miguel y Rivers, que lo vio pasar delante de sus narices. La respuesta al tono imperativo de Jake fue más disparos desde la esquina, una lluvia horizontal sin ton ni son que iba de un lado a otro, oscilando, imparable. Los tres marines abrieron fuego contra el agresor, agujerando las placas de metal de las paredes, los protectores de la esquina, barriendo toda la zona.

Miguel y Sandro ascendieron a toda prisa los últimos escalones, bajo la protección de Rivers. Disparaban sin cesar, y al llegar arriba justo Jake derribó a la amenaza que asomó incomprensiblemente abandonando su posición a cubierto. El marine no soltó el gatillo mientras convertía en papilla a la mujer que manejaba el rifle. Sandro y Miguel lograron avanzar, terminaron el trabajo de Rivers y abatieron a otros dos hombres que, desesperados, aullando, gritando frases inconexas se lanzaban contra ellos con una silla uno y con las manos desnudas el otro. El tiroteó acabó pronto, Rivers informó, Sandro apuntilló:

- Ya lo ve, coronel. Métalos en una lata y tendrá carne para perro.

-Avancen por el sector sur del nivel uno hacia el centro –crujió la voz del coronel-.

La expedición de Helen terminó bien. Como poco la canción de cuna tuvo el efecto de que aquellas personas escondidas se detuvieran a escucharla, sin duda sorprendidas. La marine avanzó aguardando la huida, o un disparo que le volara los sesos. Nada de eso sucedió, gateó decidida, las sombras se aclararon, los bultos tomaron forma. Allí se encontraban tres muchachas de veinte o poco más años, de caras y cabellos morenos sucios, revueltos, los vestidos desgarrados, dos de ellas, gemelas, descalzas, con pupilas que guardaban un miedo atroz. La que quizás estuviese más serena o entera, contestó:

- Nuestra madre nos cantaba esa nana. Está muerta, nuestro padre también. Mis hermanos. Todos están muertos. ¿Quienes son ustedes? Hemos oído disparos cerca.

Las lágrimas apenas contenidas aparecieron en sus cansados ojos, Ghost se presentó, les dio ánimos, todo había terminado, no debían tener miedo. Acto seguido bajaron de allí con la ayuda del cabo Benley.



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