jueves, 8 de diciembre de 2011

Sueño de Isabella

Sueño de Isabella

Eran ya muchas las noches que la joven yacía sola, tras el funeral. Sin poder remediarlo, la muchacha se movía incansablemente por el lecho en busca de aquel calor que durante tantos años había recibido del cuerpo de aquel hombre que yacía muerto e incinerado y cuya alma había sido llevada por su mano hasta el sitio que le tuvieran los dioses reservado.

Se había bañado, restregado su cuerpo meticulosamente hasta que quedó por fin satisfecha del resultado. Ya no tenía necesidad de estar inmaculadamente limpia para su hombre, su ánimo había decaído tanto que poco le importaba su aspecto físico. Ya no había nadie a quien satisfacer ni a quien esperar. Aún así se impuso a si misma seguir practicando aquel ritual que tanta paz le otorgaba. Se enjabonócomo siempre, el cuello para continuar con los brazos, extendiéndolos fuera de aquélla bañera de bronce y dejando caer gotas de agua al suelo y proseguir por sus pechos semiocultos entre la juguetona espuma que aquel suave jabón, regalo del general, producía.

Sumergiendo sus manos en el agua frotó el resto de su cuerpo suavemente, para posteriormente acelerar su ritmo... Gimió del placer que se estaba otorgando a si misma, mientras se imagina las manos del difunto acariciando su sexo.

Sonrojada , acabado su baño y auto masaje, se embutió en la suave túnica de seda blanca, también regalo de su hombre. Observó meticulosamente la tienda, la sensación de estar siendo observada y de no hallarse sola la había asaltado varias veces. Un cálido roce en su pierna, la sobresaltó. Dirigió su mirada al suelo y sonriendo se agachó para acoger entre sus brazos al pequeño mono que tanta compañía le proporcionaba. Lo apretó contra su cuerpo y acarició su cabeza, mientras en su cabeza la idea de deshacerse de todo aquello que le recordaba tanto al general cobraba una fuerza inusitada.

Se estiró en el lecho, colocando al pequeño animal a su lado y tras desearle buenas noches y volver a besarlo, se abrazó a la almohada. Minutos después, la colocó entre sus piernas y cerró los ojos. En un aquellos momentos deseo fervientemente que ésta se moviera, que tomara vida propia, que la acariciara y acabara cabalgándola como ella estaba acostumbrada.

Tumbada sobre ella las lágrimas acudían raudas a sus ojos. Necesitaba aquella sensación de protección y bienestar, aquel juego, caricias y besos, el aliento cálido y la humedad de una boca entre sus senos. Necesitaba la firmeza de una mano entre sus piernas hurgando y acariciando sus vellosos labios.

Sudorosa se despojó de sus ropas. Se le puso la carne de gallina cuando notó que el gélido frío besaba su sexo. Sus pechos se hincharon e imaginó fervientemente que estaba siendo montada. Una de sus manos recorrió su propio rostro acariciándose suavemente y se pasó un dedo por sus labios, mientras la otra descendía para acabar entre sus ya humedecidos muslos...

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