martes, 13 de marzo de 2012

Hay muchos traseros que patear 15





50ºc. 65% de oxígeno.


Un horno. Un volcán. Corrieron. Sus corazones se colapsaban, sus venas y arterias se hinchaba, la sangre espesa le costaba circular. Sus mentes estaban desquiciadas y casi descontroladas; o del todo dominadas por la adrenalina, por el pánico en algunos. En el interior les aguardaba la muerte sin remedio ya, abandonada la idea de conectar el ordenador y los sistemas principales. En el exterior una oscuridad fría más allá del frío conocido. Sombras dentro de sombras espesas. Un oscuro eterno. Insondable.

Sandro fue doblemente esposado, inmovilizado por el temor de Dillon. No se resistió pero sí lo hizo a la mordaza en la boca, apartó la cara, se revolvió:

- No seas gilipollas, matasanos. Eso no.

Sus ojos centelleaban agresividad, confabulaban venganza que descargaría sin piedad en el médico *. Annete apuntó a Sandro, Benley no creyó necesaria ayuda alguna. Sandro sonreía, una sonrisa de alguien que ha rebasado un límite. Como todos. Forcejeó de golpe, tirando del arnés y del cajón, sobresaltó a Anette un momento, la risa del prisionero estalló:


- Tranquila, Anette. Se me pasó ya. Estoy tan loco como siempre, jajajaja.




Dillon cruzó un ardiente pasillo y próximas estuvieron las llamas de probar el sabor de su piel negra cuando lamieron su rota y desgarrada camisa. El sargento estaba pálido pero aguantaría, el médico improvisó, sus manos se movieron rápidas, debían trasladarlo con cuidado a la Cheyenne y extraer esas balas, Rivers le ayudó con Kaplizki y con el sadar. ¿Era de fiar el soldado? No quedaba otro remedio que arriesgarse con él. Arrastraron al sargento, este les llamó la atención:

- Miguel, marines. Mirad si está vivo.

Luego se le fue un momento la vista, desvaída, apagada, lejana:

- Malvaviscos…Mi madre los preparaba en Navidad. Recuerdo su sabor. Eres un cabrón, Dillon.

Frost se ocupó de Miguel, tenía pulso, débil pero su corazón bombeaba sangre, cada latido le restaba vida derramando líquido rojo. Dillon cargó con él hacia la Cheyenne cuando una nueva explosión hizo que el Independencia se quejase irritado. El reo que patalea en el cadalso, eso era la nave. 

Baltasar: Nosotros cogeremos eso, maldito seas, Rivers.


Dillon, el moribundo Miguel, el sargento, Rivers, llegaron a la Cheyenne, sorteando fuegos y oscuridad. Helen ya estaba a los mandos, tras ella Joe, de copiloto. El marine miró azorada sin comprender a Ghost, ¿A qué viene esto, Helen, te has vuelto loca también? “. La mirada de la chica no dejaba lugar a dudas, le apuntaba con la pistola cargada de sedantes. Inquieto, Joe optó por apartarse, murmurando: “Esto no es necesario, no lo es. ¿No vamos a poder confiar ya unos en otros? ¿Qué les pasa a todos?”.




Carlo acomodaba cajas, mochilas y equipo. Llegaron Carlota, Viviana y Baltasar con tres carros, Benley les echó una mano con todo ello. El médico suturaba, hurgaba con pinzas y cortaba con el afilado bisturí. Debía intervenir a Miguel, el sargento le ordenó que primero el muchacho, luego rozaba el desmayo con la sedación de Dillon. Baltasar le miró preguntándose para qué, si esta huida no tenía ninguna esperanza. Ninguna. La gente se colocaba en su sitio, se sujetaban con los arneses y anclajes, la operación debería esperar. La bodega del transporte estaba atestada, sin espacio apenas para los soldados, el material, equipo y el M577APC. La rampa se iba a cerrar ya. Los dados habían sido lanzados, sería buena cosa que estuviesen cargados.



Una figura emergió entre el humo teñido de tinieblas del hangar. Se acercaba con paso firme. A varios les resultaba familiar esa forma de caminar. Benley encañonó al sujeto, su rostro se definió, se concentró en la cara austera, digna, de expresión serena y sincera del coronel. Iba en camisa, la pistola al cinto. Sudoroso, la cara tiznada, un tanto sorprendido.





Coronel: Lo ignoro. He caminado en algún lugar totalmente a oscuras desde que desperté. Me dolí la cabeza. No se dónde estuve. Sentí luego un temblor, caí, me golpeé la cabeza. Al despertar escuché una explosión, el humo casi me ahoga. No es momento ahora. ¿Qué ha sucedido?


Guardaba las formas, se concentraba en mantener el tono calmado, preciso, breve y cuajado de confianza de siempre. Benley y Carlota, que no estaban sujetos todavía, se cuadraron. El desconcertado cabo trató de recuperarse de la impresión, su expresión fue de alegría un momento, luego recitó su sucinto informe:

- Se agota el oxígeno, el calor es asfixiante. El Independencia está condenado y decidimos probar fortuna en el transporte. Las cápsulas de salvamento fueron destruidas tras un…un motín. Algo afectó a algunos marines. Hay heridos, el sargento Kaplizki está grave. Algunos muertos…Solo quedamos los que ve aquí, señor.


Coronel: ¿Un motín? ¿De qué me habla, cabo?

El coronel arqueó una ceja. Benley tragó saliva:

- Es largo de contar, señor. Debemos salir de aquí antes de que resulte imposible. Entre y que lo examine Dillon, por favor, coronel.




Dillon Frost


Sandro no quería una mordaza. ¿Qué más le daba? Asustó a Anette. Y a él. Un poco. Jamás lo reconocería. No sabía si estaba mirando a los ojos de un loco o de algo peor que se arrastraba dentro. Recordó un viejo dicho de su tierra. Cuando las circunstancias se ponen duras, los tipos duros se ponen a su altura. Dejó la mordaza, cogió cinta americana que debía haber en la caja de herramientas* y le dio un par de vueltas alrededor de la cabeza de Sandro, cerrando su boca.

-Nadie quiere oírte, Sandro.-Dio una vuelta más, con cierto desdén.-Eres un bonito regalo de aniversario.-Le palmeó el rostro.-Muy bonito.-Tiró la cinta. Salió a buscar al sargento.


Vio las llamas. Eran más grandes de las que se había esperado. El sargento no estaba bien del todo. Le ayudó. Luego a Miguel. Ya hablaría con el sindicato para que le pagasen las horas extras. Si es que tenían sindicato. Escuchó la broma del sargento.

-Si puede bromear no debe estar tan mal.-Aunque sabía que tenía que sacarle las balas para mayor seguridad. Y en pleno vuelo. Se crispó durante unos momentos. "¿Es que no va ha haber nada fácil?". Para colmo Rivers arrastraba consigo el SADAR. Le había cogido el gusto ¿O qué? Llegaron a la Cheyenne. Ghost también parecía haber sido afectada por un ataque de locura. "Aquí están todos mal, hermano. Reconócelo. No son marines, solo un puñado de locos atrapados en un manicomio con reactores". No sabía si era aconsejable dejar a Ghost pilotar en ese estado. No dijo nada. Rivers tenía el SADAR a mano y podía tomarse a mal ese comportamiento.

El sargento no estaba en su mejor momento. No podía tirar de la cadena que ataba a aquellos perros salvajes. Alguien debía poner algo de orden. Él estaba demasiado ocupado. Además de que allí todos le tomaban por el pito del sereno. Había que intervenir a Miguel. Pero no ahora. Baltasar le miró, inquisitivo en su mirada. Se acercó a él, cogió su mano y se la colocó sobre su corazón.

-¿Lo oyes? Aún tenemos cuerda para rato.-Se marchaban. Lo dejaban todo atrás. La misión, terminada, los desertores, muertos, y algunos amigos. Esos siempre se quedaban atrás. Siempre había alguno que sencillamente desaparecía. Dejaban lo que había sido su hogar, su lugar de recreo y descanso, donde habían estrechado lazos tras las batalla. Lo dejaban todo. O casi todo.
Una sombra entre las llamas. Como un viejo demonio que se niega a morir. No un demonio, un hombre. Más que un hombre.

-Coronel...-Su voz era seca y pastosa. Era como ver a los muertos caminar. Estaba tan sorprendido como todos. Más la alegría no era compartida. ¿Cómo había sobrevivido? Parecía estar bien, de una pieza. Su explicación era sencilla, plausible, creíble. ¿Le bastaba? ¿Y si había venido con algo más? ¿Qué más? No podía demostrar qué había algo dentro de la cabeza de sus compañeros. Algo que no fuese una suerte de locura especial, un virus o algo así. EL coronel estaba allí. Eso era innegable. Pero... ¿Era él? Hablaba como él, se movía como él. Pero..."Dillon, estás más loco que todos. Demasiadas películas antiguas de ciencia ficción".

El examen sobre Sandro no había revelado nada. Eso significaba que o no tenía nada...o que lo que estaba dentro de él no se podía detectar con los medios que tenía. No era propenso a mostrar alegría. Eso le sirvió para ocultar su recelo. Quizá su propia enfermedad, su propia locura. Ghost tenía la nave, Rivers el SADAR y él aquella extraña teoría.

Se quitó las sujeciones y tras las palabras de Benley le tendió la mano al coronel para ayudarle a subir.

-Tenemos que irnos, señor. Este lugar esta más caliente que una compañía de marines que hace meses que no pisa un burdel.-Lo examinaría, claro. Pero no ahora. No lo perdería de vista. ¿Desconfiaba de su propio coronel? No. Solo de aquello en lo que se podía haber convertido.



Helen


Helen suspiro. Estaba sentada frente a los mandos de la Cheyenne. Se sentía útil de nuevo, y era como si todo su cuerpo renovara su energía. Miro los sensores externos y marcaba un calor de mil demonios, similar a la proximidad de una estrella o un sol. Sin embargo estaban en el interior de la Independencia. Le hizo gracia el nombre. Iban a abandonar la nave Independencia independientemente de si se podía o no reactivar la energía.


Echo un vistazo atrás y vio a sus compañeros; Dillon, Rivers, Joe, Miguel, Carlo, Carlota, Viviana, Baltasar, Benley... Tras repasar mentalmente quien faltaba, sobre estos últimos le asaltaban recuerdos de cómo habían muerto o encontrado muertos. Por un segundo pensó que su trabajo de salvar gente era fútil, pero al menos una mujer aun sobrevivía. No era inútil del todo. Aunque el precio estaba siendo según pasaba el tiempo muy caro. Ahora no luchaban más que consigo mismo, y eso destrozaba la lógica de Ghost. Un segundo todo parecía tener sentido, y al siguiente nada lo tenia.

Joe la miraba con cierta aprensión, no era para menos. Decidió tranquilizarle, o intentarlo al menos.

- Te pido disculpas por mi comportamiento anterior Joe. Es solo que... - no sabía como explicarle que ni ella misma entendía la importancia de matarse unos a otros. La intransigencia misma de sus compañeros. - La compañía Sigma 5 ha sido como una familia para mí. Me resulta enervante observar como hermanos matan a hermanos por el simple hecho de no querer estar unidos. Lo siento Joe. - Lo dijo al final aunque pensaba no cambiaria mucho que él pensase le faltaba un tornillo, o que se le cruzaron los cables. Muy probablemente podía haber sido esto último.

- Frost, ¿cuánto tiempo necesitas para operar a Miguel?

- Tienes cinco minutos. Mientras tanto... aprovéchalos e intenta mantenerlo en este lado del mundo. Si necesitas ayuda, Cualquiera te ayudará.


Cogió el megáfono y tanto dentro como fuera de la Cheyenne sonó su voz;

- Sras, y sres. pasajeros del vuelo Salvar el Culo sean bienvenidos. En cinco minutos, 20 segundos vamos a iniciar el despegue. Les rogamos se abrochen los cinturones de seguridad, no fumen, no coman, no defequen, no destrocen la tapicería, no digan tacos, y por todo el amor del mundo, no disparen.

Se puso sus gafas de sol, tras enderezar una patilla. Murmuro una maldición al descubrir no tenia ni una triste pastilla de chicle. Le pidió una a Joe cuando vio que había entrado el coronel y se estaba sentando. Era como ver un fantasma. Se suponía tenia que estar muerto y no lo estaba. Bueno, eso era una buena noticia. Confiaba eso impediría la gente tomase iniciativas autodestructivas como lanzar SADARS o peores.



Anexo


En los ojos de Sandro flameó un instante pura ira glacial contra Dillon. No dijo nada, fue suficiente. Frost sabía que esa mirada del frío Sandro podía significar una sentencia de muerte para cualquiera, Sandro era así. No amenazaba nunca y cuando lo hacía no perdonaba. Pero seguían siendo compañeros. ¿Qué sucedería?

En la cabina, Joe respondió con un seco, “vale”, a Helen, y siguió ocupándose de controles y palanca.

Joe: No me des más explicaciones. Ni vuelvas a apuntarme con un arma – sentenció-.

Baltasar sonrió chabacanamente: Eh, Dillon, no te ablandes. No eres mi tipo.

Helen sonó cínica por los altavoces. Benley no estaba para bromas:


- Ocúpate de los mandos, soldado. No quiero más gilipolleces, ¿de acuerdo? Eso va para todos. Comprobad los arneses y anclajes, Anette, ayuda a Dillon. Aguarda, Helen. Yo te aviso.

Vieron al coronel. ¿Brillaba algo en sus pupilas o eran meras imaginaciones de Frost? ¿Era si más el coronel o le sucedía algo? ¿Tal vez Dillon estaba siendo afectado por algo e imaginaba o alucinaba sin darse cuenta de ello? Demasiados interrogantes. El coronel apretó su fuerte mano los negros dedos de hierro del matasanos. Subió, su mirada escrutadora hizo un repaso a los componentes de la compañía que quedaban con vida, vio la inquietud en los ojos de Dillon, la duda, sorpresa y desconcierto en el resto.

- No soy un fantasma, Dillon. Soy de carne y hueso. ¿Nos vamos entonces, Benley?

Reparó en Sandro, frunció el entrecejo, gruñó:- Quiten la mordaza a ese hombre.

Anette: Con permiso, señor. Se amotinó junto con Linch, Verónica y Alí. Están muertos. Sandro se entregó, señor. Creemos que es peligroso, coronel. – Su voz temblaba un punto –Me alegro de verle, señor.

Coronel: ¿Acaso muerde? No es forma de tratar a un marine. Háganlo.

Anette se encargó de liberar de la cinta a Sandro.


Sandro: Mucho mejor, gracias, señor.



Dillon Frost


Sandro le había soltado una de aquellas miradas que no significaba nada bueno. No tembló. No por una mirada. Era de los pocos amigos que tenía allí dentro. Algunos le destriparían o lo dejarían atrás. Manual en mano o no. Él se había arriesgado...pero no correría más riesgos de los necesarios. Escuchó a Helen.

-No voy a operar a Miguel ahora. Un golpe al despegar y montaré una carnicería. Está estable, sigue con nosotros. Aguantará hasta que salgamos de aquí. Luego solo tendrás que mantener la nave estable. Será fácil, allí fuera parece que solo hay oscuridad.-Aunque no sabía si eso era mejor o peor.

Luego el coronel. No era un fantasma. Él no estaba tan seguro. Le tendió la mano. No notó nada raro. Como en Sandro. Todo estaba bien. O se complicaba. Las cosas siempre se complicaban. El coronel quería quitarle la mordaza a Sandro. Anette intervino. No sirvió de nada. Dillon la detuvo antes de llegar a Sandro.

-Coronel, este hombre está desquiciado. No hace más que sarcasmos, bromear y provocarnos. Estamos todos demasiado tensos como para tener una chicharra diciendo tonterías en cada momento. Nos estresará y nos pondrá de los nervios. No es buen compañero ahora mismo, señor. Tampoco creo que le convenga hablar. Mi opinión médica es que es perjudicial para la salud. Para la de todos...



Helen



Helen se levanto algo nerviosa tras oír al coronel. ¿Realmente era él? Tenía un modo de confirmarlo. Le bastaba un segundo de silencio y una mirada a los ojos. Conocía sus ojos como si viera en ellos un código de barras, y creía conocía la salud de coronel mucho mejor que cualquier matasanos. Se desabrocho el cinturón de seguridad y tras lanzar un suspiro se levanto para verle.

- Voy a ver al coronel, vuelvo en breve.- le dijo a Joe.

Al verlo, frunció el ceño. Si, era él. Se puso delante y espero a que le mirase a los ojos. En el segundo en que la miro, ella escucho el latido del corazón del coronel.

- Me alegro de verlo coronel, - imaginaba que era el sentirse alegre. - Le dábamos por muerto tras este... este infierno. Registramos la nave independencia buscando supervivientes y no le encontramos. Ha muerto mucha gente y algunos de los nuestros se han visto afectados por un extraño pánico. No descartamos que los que hemos sufrido este infierno estemos... infectados.

No era una palabra que le gustase usar, pero era la pura realidad. Helen lo pensaba como una enfermedad o una alergia. Hay gente que le afecta mejor que a otra un tipo de virus o bacterias. Todo eran suposiciones suyas, pero considero acertado decirlas ya que era algo que muchos pensaban.

- Creo que al tenerle con nosotros las cosas tienen que ir mejor.

Giro el cuerpo para regresar a la cabina, y vio a Sandro atado y a Miguel junto a Frost. Su pulso era realmente bajo. Ignoraba si era por baja presión sanguínea o por alguna dosis de calmantes. Sus conocimientos sobre medicina se basaban en puntos claves para matar o para mantener la vida de alguien unos minutos en lugar de desangrarse. Por mucho que viera a Miguel como un conejillo de Indias, Frost era la única apuesta para salvarlo. Si la suerte sacase cartas negras o rojas, era algo que ella no podía controlar y Frost si. Del mismo modo que, aunque antes le veía como un perturbado, como el único que podía salvar la cordura de todos.

- Faltan cinco minutos para el despegue. - Su tono era seco y áspero como una piedra pómez. - Espero tu aviso Baltasar. No quiero fundirme en este sitio. Por cierto, ¿tienes un chicle? Me hace falta uno.



Jake Rivers


No entiende a que viene tanto miedo por el SADAR. Evidentemente no piensa dispararlo de nuevo, pero está de mal humor, demasiado cómo para responder a Baltasar, simplemente se lo entrega sin mediar palabra. Sus medidas han podido ser extremas, pero los demás no han hecho mucho con respecto al problema. –Bah, al demonio con ellos- piensa mientras procura acomodarse en el asiento. Ya debe quedar poco para salir de aquí. Entonces ve una silueta más llegar.

El coronel está vivo, eso si que es una sorpresa. Rivers estuvo en el puente de mando, parecía imposible que alguien hubiese sobrevivido allí, por tanto el coronel debía estar en otro lugar. Tanto mejor, a diferencia de lo que pueda pensar el resto, no le agrada perder compañeros, todo lo contrario. Por tanto decide recibirlo cómo se merece – Coronel - eso es todo, ¿acaso esperaban algo más por su parte? No, supone que no. Espera el despegue de la nave, procurando moverse poco y hablar menos. Pronto escaseará el oxígeno en su huida hacia, tal vez, ninguna parte. Es mejor administrarlo bien. El coronel no debe estar tan de acuerdo, pide a Dillon que retire la mordaza de Sandro. Frost realmente debe creer que Sandro es un peligro para amordazarle así, Rivers también, de hecho el preferiría sedarlo para evitar complicaciones, sin embargo el coronel simplemente quiere liberarle de su mordaza. Frost tarda poco en dar buenos motivos para no cumplir esa orden. En una situación tan tensa cómo esta, las palabras pueden hacer a los demás perder los estribos. A Rivers no, él se considera un hombre apacible. Sonríe ante sus propios pensamientos.

– Si Sandro no puede parar de hablar, consumirá el poco aire que tenemos aquí dentro. - Quizás el coronel aún no conoce bien la situación – No sabemos donde estamos ni tenemos medios para averiguarlo, quizás tengamos suerte y encontremos una roca habitable, una colonia, o alguna estación. Pero vendría bien ahorrar todo el oxígeno posible, y eso no lo conseguiremos sin más. Creo que Sandro está mejor amordazado - Ahora alguien añadirá que él también estaría mejor atado. Supone que no puede esgrimir ningún argumento contra una declaración así, por tanto no lo hará.

Puesto que no queda nada por hacer, aguarda el momento del despegue. La última oportunidad para todos. Escucha las comunicaciones de Helen por el altavoz. Precisamente ahora bromea, cuando todos los demás están de mal humor. Se encoge de hombros al escucharla, - Cada uno alivia la tensión cómo puede - ¿Realmente irán a encontrar algo allí fuera? Tal cómo están las cosas, quizás no haga falta ni preocuparse por eso. Si alguien más enloqueciese ahora, la Cheyenne es un mal lugar para combatir, demasiado malo. Por si acaso estará atento, aunque no siente mucho temor ni es especialmente desconfiado, es que él siempre está atento. – Soldado distraído, soldado muerto - Algunas de las estupideces que les hacían recitar en la instrucción tenían sentido, después de todo.

– Bueno, ¿a qué estamos esperando?


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