domingo, 18 de marzo de 2012

LOS ÁNGELES, 2029 -10


 

Un muerto en tierra sagrada, alguien que agonizaba en su iglesia. ¿Como se había llegado a esto? , se preguntaba el padre Tomachio. La chica estaba loca, asustada o perturbada por algún motivo. Disparaba con demasiada facilidad. Nadie parecía darse cuenta del daño que hacen al apretar el gatillo de un arma. La perdida de una vida, especialmente si era de un alma descarriada, era muy importante para Tomachio. Aún agonizaba, aún había esperanza. Estaba dispuesto a no dejarse vencer.

Su compañero no hacia más que hablar. Respondería con nuevos crímenes. "Mal de nuevo, padre.". Aquellas palabras resonaron en su mente. "Yo solo quería hablar....y he fallado. Por eso un hombre moría y, no, no era tiempo para la autocompasión, aún podía hacer algo, aún estaba vivo". Habló hacia la mujer de nuevo, indignado, empecinado en la no violencia, al borde de la furia.

-¡Detente! No vuelvas a disparar en esta sagrada casa. De hacerlo yo mismo te expulsaré a patadas.-A veces hay que dejar de guardar las formas. ¿Sería capaz de hacer lo que había dicho? Sí, si la chica repartía más muerte.-Guarda el arma, hija, guárdala, y no dejes que esto vaya a más. Matar no soluciona nada.

Mara no participaba de su punto de vista. Vio que el atacante se escondía detrás de una columna, al amparo de la  profunda penumbra que ensombrecía el interior de la iglesia. No bajó el arma y calculó su siguiente movimiento, un disparó al pecho, destrozando los pulmones. Visualizó las costillas partidas y el corazón agujereado.

Pensó en que podría recibir un disparo; podría resistirlo, el problema sería la reparación posterior, cuanto le costaría, su dinero era escaso. Y además el desplazamiento a la zona este, donde comenzaban los yermos. Mala cosa.

El sacerdote se giró hacia el tipo que se escondía detrás de la columna y le habló:

-Tu compañero está herido de gravedad. Llama a una ambulancia o ve a pedir ayuda. Luego discutiremos. No pienso dejarle morir.

Se acercó al moribundo. Ninguno de los presentes, excepto él, era un buen cristiano. No les interesaba la vida de aquel hombre, ni pedirían ayuda ni harían todo lo posible por evitar una muerte estúpida. Miró a Mara. No sabía que le sucedía; negó con la cabeza, lleno de infinita tristeza. Le dio la espalda a ella y al otro tipo,  y se agachó junto al desconocido que iba a morir en su iglesia.

Probó de taponar la herida del cuello con las manos, al mancharse de sangre caliente se rasgó las mangas de la chaqueta e intentó cubrir con ellas la brutal herida. No le gustaba aquello, y comprendió que poco podría hacer por el sujeto. Quizá algo por su alma.

-Tranquilo, todo saldrá bien.-Se giró unos momentos, son las lágrimas sobre los ojos y las cejas en posición de furia.-¡¡Id a pedir ayuda!!¡¡¡Ahora!!!-Luego su rostro se calmo y volvió a mirar al moribundo.

-No te preocupes, resiste. Aguanta, la ayuda no tardará en llegar...-¿Tardaría? Prefería darle falsas esperanzas que enfrentarle a la realidad en los últimos momentos de su vida. No sabía que hacer, ¿podía hacer algo? Se santiguó, manchando su frente de sangre.

-Señor, ayúdame...ayúdale...

- Esta es tu casa, padre –respondió la replicante-. No dejaré que ningún saco de mierda venga a ordenarte ni decirte que hacer.

Luego le gritó al que se protegía en la columna, sin dejar de apuntar:

-Eh, tú. Tu amigo se va a morir por vuestra estupidez, y luego te tocará a ti. Aquí nadie entra con amenazas. ¿Sabes que significa nada? Pues nada es lo que te llevarás porque es lo que hay. Rectifico, te encontrarás con el vientre reventado. ¿Me escuchas bien ahí detrás escondido? Si buscas a la idiota de tu amiga se largó por la puerta de atrás. Si tu eres tan bueno en lo tuyo ve y búscala. No me interesa que es lo que quieres pero aquí no está. Solo entró y se largó, encima de todo nos echó encima a los perros policías.

La cháchara de Mara se terminó de forma brusca cuando el  tipo se saltó el tres y cuatro, lo cual ya estaba esperando Mara. ¿Qué necesidad había de llegar a cinco?, y saltó inclinado a un lado de pronto cruzando parte del pasillo disparando su subfusil. Ni él ni la muchacha hicieron caso alguno del sacerdote, tampoco se atendieron mutuamente, se la traía floja a Mara lo que el desconocido propusiera y a este los improperios e insultos de la chica. La replicante abrió fuego igualmente lanzándose a un lado, cayendo al suelo y ocultándose entre los bancos y columnas más próximos al altar. Sintió el ardiente mordisco de un proyectil que rozó su muslo izquierdo dejando un buen corte y un segundo impacto cerca del primero con orificio de entrada y salida. Repelió el ataque con un par de descargas, las cuales atronaron en el interior del recinto sagrado; la primera casi alcanzó el cuerpo de su oponente, la segunda atravesó su antebrazo. Cayó detrás de los bancos opuestos de nuevo parapetado en otra de las columnas.

“Un tiro limpio”, pensó Mara. Un poco de cuidado y la piel se regeneraría. Reptó medio metro, luego corrió agachada cubriéndose tras el altar. Entretanto, el padre Tomacchio vio la escena como a cámara lenta, y notó como la cabeza del herido se giró a un lado, la cara perdía su color natural adquiriendo de súbito una tonalidad cenicienta, pálida; los ojos vidriosos miraban al infinito. Un último suspiro.

Las manos del sacerdote ensangrentadas, un muerto en su iglesia. Nadie le escucha.

-Lo siento, hijo mío.-Murmuro Tomachio. No había podido salvarlo. Estaba al borde del llanto.-Lo siento, señor.-Se recompuso, tenía algo importante que hacer.-Oh señor, acoge a este alma en tu seno y perdona sus pecados, sus crímenes. Espero que arrojes algo de luz a su existencia. Perdónalo, señor.

Se escuchó un leve crujido en el umbral de la entrada, el sacerdote alzó la cabeza, Vio aparecer un agente de policía armado con un fusil que, aprisa, se resguardó tras otra columna. El padre Tomachio observó, apesadumbrado y comprendiendo,  que se intercambiaba señas con la mano con el mendigo falso.

- ¡Policía de Los Ángeles! ¡Arrojen sus armas y coloquen los brazos sobre la cabeza! ¡NO lo repetiré!


La extremaunción Ignoraba los disparos, las voces, la de la chica y la del policía. Un hombre había muerto. La iglesia debía de ser un refugio para los débiles y los desamparados, pero incluso allí, la gente moría. No era un refugio, había fallado. La gente seguía muriendo. No, la gente seguía matando. Ahí estaba el problema. El padre recogió el rifle del muerto y se puso en pie.

-Este hombre ha fallecido.-alzó la voz, tétrico- Merece una sepultura digna. Ahora está en paz con Dios...-Y estalló, al borde del fanatismo, al borde, sin pasar la barrera.- ¿A nadie le importa? ¿Qué clase de mundo es este? La policía trata a todas las personas igual que a criminales. ¿Qué fue de eso de que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario? ¿Ha desaparecido? ¿Ya? Todos somos culpables, eso es lo que creen. Un rumor puede destrozarte, y al anochecer te encuentran en una comisaría llena de gente, y te acusan de acostarte con una mujer cuando uno no ve a una mujer desnuda desde...ni siquiera me acuerdo...No hay honor entre ladrones, y las chicas se prostituyen y matan a sangre fría.¿Qué clase de mundo es este? Oh, señor. ¿Por qué nos has abandonado? ¿Por qué?

Cerró los ojos, debía de hacer algo. Sujetó el rifle con firmeza, era el momento de purificar. Para entonces ya no oía voces, solo llantos. Era el mundo que lloraba.

-¿Es que acaso no queda nadie en esta ciudad por el que merezca la pena luchar?-Apuntó hacia la columna tras la que se había escondido el agente, disparó. No quería herirle, solo decirle sonoramente que si se movía sería blanco fácil. El proyectil levantó esquirlas de yeso y ladrillo.

-Atrás. No quiero matar a nadie.

- Padre, empaque sus cosas, nos largamos –le susurró Mara-. Esto ya es mucho para un día.

Asintió el cura. Escaparían por la puerta de atrás, sin quitar ojo a la columna donde se escondía el agente.

-Esto me obligáis a hacer. Se os da la vida, un don preciado, y la oportunidad de algo bueno con ella. ¿Y que hacéis? Esto. Cuando Cristo murió en la cruz seguro que no pensaba estar dando la vida por un puñado de malhechores como vosotros.

Apretaba los dientes, su rostro era una burlesca mueca de la expresión bondadosa y preocupada que había sido antes. La chica se largaría con él, era una pecadora...y ni siquiera estaba arrepentida. Eso era lo más terrible. Arrebatarle la vida a un hombre y no soltar ni una lágrima de cristal...

A Mara no le importó la irrupción del policía, a todas luces metido en al asunto con el otro sujeto. Recargó la escopeta con los dos cartuchos que le restaban, y una fea sonrisa malévola maquilló su bonita cara, el departamento de policía podía descontar su nómina de este mes, si es que ese agente corrupto realmente pertenecía a las fuerzas del orden. Se puso en pie y abrió fuego de nuevo,


La iglesia se transformó en el escenario de combate propio de los suburbios de la Zona Muerta. Los disparos de Mara se cruzaban con las ráfagas de las armas del policía y del otro asesino. El sacerdote avisó al agente. Estaba casi fuera de sí el padre, alzando la voz, frustrado, amargado pero sobre todo iracundo y furioso. Su voz fue acallada por más disparos. Silbaban las balas, los estallidos centelleantes de las descargas, volaron por los aires trozos de madera, ladrillo, yeso y plástico. Entonces aparecieron otros dos agentes de la autoridad por el pasillo de la puerta de atrás, que acababan de reventar. En el mismo instante,  por la puerta principal, otros dos hombres hicieron su aparición, sus armas escupiendo fuego contra el poli.

Conocían a uno de ellos, se trataba de Ricco y Jacob.

No hay comentarios:

Publicar un comentario