domingo, 4 de marzo de 2012

LOS ÁNGELES, 2029 -8


8


Jacob escuchaba la historia, arrugando la nariz.

“Genial, primero la pasma y ahora la mafia, de repente soy voluntario por pelotas para una misión de búsqueda de una psionica que por poco no nos hace tapioca al italiano y a mi. Lo único que me llama la atención de todo esto es la posibilidad de echar un ojo a esas maravillas de las cápsulas cerebrales, tecnología punta. ¿Para quién trabajaría esa…esa psiónica?”

No las tenía todas consigo, no era lo suyo. No se arredraba, desde luego, pero no le gustaba nada el asunto. Sin embargo, le cautivó la idea de tener en sus manos una de esas cápsulas. Le fascinó la historia contada por Kyle y Leonard, dos de los primos del Italiano, la posibilidad de acceder a unos objetos que pocos habían visto. Pero tendría que ayudar a la mafia. Si no lo hacía seguro que estaba listo. Eso fijo

En eso mismo reflexionaba Ricco. Pensaba que esta noche sería una buena oportunidad para establecer un mayor contacto con el sacerdote, y, de pronto, se encontraba con este encargo.  Había trabajo que hacer. Uno más para Ricco y el primero para Jacob, quisiese o no. Las cosas eran así. Se hablaba abiertamente de cualquier cosa, pero una vez que lo escuchases, aunque no hubieses querido hacerlo, debías posicionarte con la familia o en su contra. Los miembros de la familia son leales hasta la muerte. El resto se encarga de ello. Los cadáveres no hablan.


En esta ocasión  era algo gordo. Sintroc estaba involucrada. Cápsulas cerebrales, millones de dólares en pequeñas cápsulas. Recuerdos, una personalidad... Ricco pensó cuanta gente habría dispuesta a pagar por cambiar sus recuerdos por los de otros. ¿Qué precio estaría dispuesto a pagar un hombre traumatizado al ver morir a sus padres por unos recuerdos de una infancia feliz sin traumas? La cifra seguro tendría muchos ceros. Es más, aquella no era la única utilidad que Ricco le veía. Si conseguían adentrarse en esos recuerdos... Las posibilidades eran ilimitadas. Acceso a todos los secretos de hombres poderosos que temen morir demasiado pronto. Aquello aún contenía más ceros. Sin duda Sintroc era el futuro. Su futuro. Y que ya hubiese tan buenas relaciones le encantaba. Ahora tan sólo tenía que mejorarlas, aguantarlas, y deshacerse del inútil de su primo Kyle. Seguro que su tío nombraría a su ahijado como futuro líder de la familia tras la trágica muerte de su hijo.

Los engranajes de la mente de Ricco comenzaron a trabajar en las posibilidades de aquella tecnología en relación a su futuro. Lo mismo que Jacob, aunque los puntos de vista eran bastante diferentes.
Volvió a la realidad. No era tiempo de pensar ahora en un futuro que, por otra parte, ya tenía resuelto. Debían encontrar a la psiónica. ¿Y entonces qué? ¿Capturarla? Ricco ya había visto lo que era capaz de hacer y no quería volver a encontrársela. Al menos en inferioridad de condiciones.

- Sorpréndeme Kyle. - comenzó - ¿Cómo la atraparemos? Esa mujer es capaz de volatilizar tipos con su mente y lanzar ondas de aire como si fuese un puto personaje de un manga. Pero claro, seguro que nuestro amigo tiene algo que decir con respecto a eso, ¿me equivoco? - claramente se dirigía al jefe de seguridad de la mega corporación- Por cierto, es de mala educación no presentarse, sobre todo teniendo en cuenta que usted ya se habrá informado debidamente de nosotros, si no, no dejaría tal misión en nuestras manos.

Dejó entrever su sonrisa de  dentadura perfecta,  pulsó un botón del coche y del reposabrazos surgió una abertura y luego un ruidito. Un chorro de Chardoné cayó dentro de él y segundos después una copa subía y salía del reposabrazos en una bandeja, volviendo todo después de ser retirada la copa por el mafioso a su posición original.

- Le escucho.


Ricco le daba vueltas al asunto, meciéndose ya en los brazos de la cúpula de poder de su familia. El sabor de la bebida se mezclaba con el de la ambición. Kyle se encogió de hombros:

- Ni idea, Ricco, eso es trabajo tuyo. Siempre has sido un tipo con cerebro. Y tu amigo – señaló a Jacob -, parece que también. Espabilaros.

El jefe de seguridad se reclinó en su asiento. El tipo tenía una cara tallada en piedra, seguro que no se podía jugar mucho con él. Habló con un tono que procedía de lo profundo de una caverna:

- Garrison Mc Therny. Los intereses de su tío y los nuestros se cruzan en el camino. Pregúntele a él. En cuanto a la mujer, poco puedo deciros. Se coló de alguna manera, quizá desde dentro la ayudaron aunque no hemos averiguado quien. Si es que lo hay. Se cargó a dos guardias de seguridad. Esta noche era el intercambio, lo teníamos todo controlado pero algo salió mal. Esa zorra es muy lista. O está con alguien más. Quizá los japoneses o la mafia rusa. Puede que alguna otra corporación. No descarto gente del exterior. Lo peor del asunto es que ahora puede vender el material a cualquiera. Está loca.

Os miró con ojos glaciares:

- Me da igual lo que hagáis con ella. Quiero las cápsulas. Ya le dije a tu tío que no importa el precio.

- Esas cápsulas, ¿qué contienen? ¿Qué recuerdos? ¿La mente de alguien? –preguntó con intención Jacob.

- No es asunto tuyo.

La respuesta de Mc Therny hablaba por sí sola. El mecánico no pestañeó, comprendió que ese tipo, y la Sintroc, se estaban jugando mucho. Mencionó un intercambió y les habían birlado la mercancía delante de sus narices. Tampoco se le escapó ese detalle a Ricco. Aquel sujeto la había cagado.

El coche siseaba en la calzada rodando suavemente. El Italiano le dijo a Leonard, con una frase poco habitual en su boca:

- Vayamos a la iglesia, quiero que mi alma esté libre de pecados antes de comenzar.

Le indicó al conductor que los llevase a la iglesia de Santa María Magdalena. Era hora de que el padre cantase misa.

- ¿Sabes usar un arma, Jacob? Imagino que sí. Leonard, dale un par de pistolas le harán falta.

-Se manejar un arma- respondió Jacob-,  pero no soy muy bueno con ellas. Si tenéis alguna prefiero las escopetas, son más expeditivas a la hora de limpiar un sitio.

Entendió que Leone quería "reclutar" al cura para la caza y captura de la chiflada con poderes, Pensó que de puta madre para él,  a más gente menos posibilidades de que le eligieran como primer blanco. Miró con fijeza al jefe de seguridad, e insistió en la cuestión anterior:

-¿Me lo va a decir, Garrison? ¿Las cápsulas, tenían ya alguna personalidad dentro? Sus ojos lo dicen todo, amigo.



Mc Therny aguantó la mirada del mecánico. Ricco bebió con tranquilidad, clavando sus ojos en los de Garrison. Este endureció sus facciones.

 - Sí. Cada una guarda en su interior una "entidad" a la espera del receptor adecuado –respondió de mala gana.

Ricco silbó. Apuró su copa. Jacob se tomó una también. Nunca antes bebió aquel champán, no supo apreciar su calidad, la agotó de un trago y se sirvió otra. ¿Quiénes serían aquellos que estaban "dentro" de esas cápsulas? Diez muertos con mucha pasta.


La limusina siguió su ruta silenciosa y veloz. Nadie dijo nada más sobre el asunto. Se contaron chistes, se habló de mujeres, de rumores de familia. De "eliminaciones" de algunos tipos que había que hacer. De la salud del tío. Chismes.

Jacob estaba metido en el asunto quisiera o no. Se jugaba la piel, aunque quizá sacara una buena pasta de todo aquello, por no mencionar las cápsulas cerebrales. Ricco sonreía exterior e interiormente. Su futuro era prometedor, soñaba despierto y lo que veía le hacía sentirse bien. Muy bien.

La limusina se detuvo, hubo cambio de vehículo. Jacob y Ricco subieron a otro coche donde aguardaban dos sus hombres. Una despedida. Mantente en contacto. Un saludo, y prosiguieron hacia la iglesia. Le entregaron una escopeta al mecánico. El vehículo no tardó en aparecer en las inmediaciones de la plaza aparcando a la entrada de la misma. Un coche policial vigilaba, uno al menos que se viese.

- Jacob, tú eres del barrio, ¿hay una puerta trasera?  

-Sí, da a un callejón en la parte posterior

Ricco ordenó al conductor que diera la vuelta y enfilara el callejón. Descubrieron que cerca de la puerta de atrás del edificio, cerrada, había otro vehículo policial. Decidieron regresar a la plaza, estacionando en una calle adyacente. Jacob ocultó la escopeta dentro de su abrigo. Descendieron ambos con intención de dirigirse con parsimonia a los dos portalones de la fachada principal, donde un policía armado custodiaba la entrada. En ese momento se alzó susurrante la puerta del copiloto del vehículo de la policía, y salió un agente especial  con un rifle de asalto.




….


Mara y el padre Tomachio tomaban café y croisants calientes en un puesto callejero abierto toda la noche. El árabe que lo atendía se limpió las manos en su grasiento delantal y tomó de manos del sacerdote los créditos arrugados. Mara sorbió de su vaso de plástico mientras observaba al cura. Desconocía lo que pasaba  por su mente, nunca le preguntó ni pretendía saber. Se conformaba con sus palabras sabias. Confiaba en que el café, que al menos era de lo mejor de la noche, le sentase bien y olvidara el enfado.

-Come el croissant, está calentito. Se que la cago continuamente, lo siento. No quise que ese  mierda de policía te metiera en problemas.

-Tú no hiciste nada malo. Son ellos y su forma de pensar.

- Quizá  sea mucho pedir pero...sí, pienso quedarme en tu casa esta noche. O tal vez varias noches. Si quieres te puedo acompañar en la cama, no hay cargos extra. ¿Qué opinas? No te he visto con nadie, así que supongo que yo podría hacer aquello que no haces con otras, bien te podría ayudar con ese tipo de problemas, ¿qué me dices? Al fin y al cabo, la poli ya piensa que te la mamo. Claro, si no quieres,  entiendo. O solo quedarme por para pasar la noche. No es problema.

Tomachio escuchaba a la mujer y según avanzaban las palabras iba sonrojándose. ¿Le estaba proponiendo....? ¿Era posible que fuese tan descarada? ¿Tan ignorante? ¿O es que no sabía agradecer las cosas de otra forma? ¿Cuánto tiempo hacia que no estaba con una mujer? Desde el sacerdocio, por supuesto. Su fe en Dios era más fuerte que la tentación de la carne. Se limitó a mirarla a los ojos:


-Gracias.-dijo cogiendo la pasta- Con todo ese asunto se le había olvidado cenar.-Luego su voz bondadosa se agravó, sus ojos despidieron chispas.-No voy ha aceptar lo que me ofreces. ¿Sabes lo que es el voto de castidad? Los curas y las monjas lo hacen. No pueden mantener ninguna relación carnal con nadie. ¿Entiendes? Pero puedes quedarte en la iglesia cuanto desees, sin embargo, hay unas normas

Bebió un poco del líquido humeante.

- Nada de...-Bueno, suponía que podía hablar claramente con una chica de sus cualidades, no era un adolescente.-Nada de sexo. ¿Entendido? Mientras estés aquí no podrás hacerlo. Aquí tendrás techo y yo te traeré comida. Por lo que no tendrás que "trabajar" estos días para mantenerte, ¿entiendes? Sé que la vida en esta ciudad es dura. Sin embargo hay formas más dignas de ganarse el sustento. Te buscaré un trabajo legal, limpio, que no te humille, si así lo deseas. No está bien comprar la carne, tampoco venderla. ¿No comprendes que aquello que te ha dado Dios solo se puede entregar por amor?

La juventud de ahora estaba perdida, pero era su deber luchar.

-Puedes quedarte. Respeta la única norma y podrás seguir aquí. Debes estar cansada. Vamos a la iglesia, mañana hablaremos un poco más. ¿Está claro?

Mañana, pasado y después. No se deja a las mujeres abandonadas en la calle. Miró a su alrededor, vio unos pocos transeúntes que entraban o salían de la entrada del metro en la esquina.


-¿Amor? No se a que te refieres con eso. Pero vale, lo que tú digas.

Mara se quedó con la mirada hundida en el café. Algo empezó a pasar en su cabeza. Levantó la vista al cielo. chorreaba una baba espesa y negra de un brillo apagado. Escurre gelatinosamente por las paredes de los edificios y embarraba  todo. Sus ojos le quemaban, quería irse de aquí. Esa gelatina... el cura la come y los ojos se le derriten.

La prostituta cerró con intensidad sus ojos. Pensó que Tomachio iba a reventar. Se dio cuenta de que iba a tener una nueva crisis, que perdía el control. El polvo y la jalea negra caían sobre ella. No podía mirar. Se acurrucó en el pecho del hombre, tapándose el rostro; buscó la pistola en su bolso, no la encontró, requisada por la policía.  

Puso su mano a modo de pistola en la sien del sacerdote.

-Tu sonrisa es monstruosa.

¿Y ahora qué? ¿También tomaba drogas?, pensó, sorprendido, Tomachio... No le había parecido una chica violenta. Ahora le apuntaba con un arma ficticia y casi no podía entender lo que decía. No le encontraba lógica. Salvo drogas, demencia. Hay demasiados problemas en el mundo. "Veo que tendré que emplearme a fondo”.

Mara lloraba, bajó las manos y se sentó en el suelo, balbuceando necedades.

- ¿Por qué tuvo que pasarte esto a ti? De pronto a la replicante le sucedió algo que en ocasiones le pasaba, su cerebro se transformó en mantequilla derretida y las imágenes que sus retinas manufacturadas le enviaban no las procesaba correctamente.

- No me pasa nada, muchacha -La levantó con cuidado- Es agotamiento, eso es lo que te sucede. No se lo que estás viendo. Se pasará.

Las drogas son así, la demencia es peor, las alucinaciones también podía ser muy reales. Sin embargo no le dio la impresión hace unos momentos de estar drogada o sufrir demencia

.-Lo que ves no está pasando en realidad. Lo único real aquí somos tú, yo, las calles, el chico que nos ha atendido. Yo estoy bien, y a ti te veo bien también... Debes de haber comido algo en mal estado, y las últimas tensas horas deben de haberte puesto demasiado nerviosa. Mañana lo verás todo mejor, verás como los demonios se han ido.

Respiró profundamente. Mara se calmó, temblaba todavía cuando sus pasos los condujeron hacia el metro. Las lágrimas. Las lágrimas. “¿Pero qué mierda pasa en mis ojos? No puedo llorar, soy incapaz”. Sin embargo, lo estaba haciendo. Y todavía resbalaron un par de aquellas extrañas gotas de agua salada por sus mejillas, cuando tomaron el tren subterráneo.

El viaje lo hicieron en silencio. Mara era una mujer de sinuosas curvas y sugerentes caderas que hacían que los ojos de cualquier hombre – o mujer - se volvieran acuosos e imágenes húmedas aparecieran tras la retina. Así no pasó desapercibida en el transporte público, cargado de noctámbulos. Un ansioso pasajero se frotó descaradamente con su trasero; ella, ausente, le dio su oportunidad, dejó incluso que el osado la tocase con su mano y hurgase con sus dedos por detrás, entre sus piernas, al amparo de la oscuridad de un par de túneles. Solo esta vez, se dijo, la sensación fue pasajera pero agradable.  Se imaginó que era el padre quien jugaba con su culo. Ese estúpido voto de castidad del que hablaba le fastidió sus delirios de sexo con el viejo. Se mosqueó entonces, se giró de súbito y agarró por los huevos al baboso aquel. Estrujó y apretó con vehemencia mientras que con la otra mano tapaba la boca del cuarentón que la había estado magreando. Los ojos de este se abrieron desorbitados, las lágrimas hicieron su aparición en un cara transformada en máscara de miedo y dolor. Lo empujó contra el cristal de la ventanilla donde rebotó por dos veces la cabeza  del tipo. Se desmayó y lo dejó caer al suelo como un muñeco roto. La gente se apartó, sin parecer demasiado sorprendida por el suceso: solían darse escenas semejantes a diario en el metro.

El show terminó. Tomachio, embebido en sus meditaciones, pensando en la extraña mujer y el objeto que le entregase y en la no menos singular Mara, la cogió del brazo y la sacó de ese vagón cruzando dos más hacia  el inicio del tren. Cuando la pareja se apeó, caminaron con pasos rápidos hacia la entrada posterior de la iglesia y entraron en ella. El cura cerró dicha puerta, y dejó la entrada principal sin el cerrojo echado. Se arrodilló frente al altar y rezó sus oraciones. Lo hizo por todos. Pidió tener la oportunidad de volver a ver a la asesina, y poseer fuerzas para poder cambiarla. Rezó también por al alma del inspector. No era tan mal tipo como aparentaba, solo había visto cosas demasiado terribles para una sola mente. Y eso acaba por cambiar a la gente.

-Oh, señor, deja de echar basura sobre ellos.-Elevó sus plegarias para que todos aquellos que habían tenido relación con la fugitiva estuvieran a salvo. "Hay tanto que no puedo hacer". No rezó por su seguridad, pensaba que otros lo harían por él. Al terminar fue a su habitación. Sacó la escopeta que guardaba en un arcón. Comprobó que estuviese cargada. Se sentó en uno de los bancos, frente al altar, dejando el arma al lado. Era una asesina después de todo. ¿Y si se equivocaba y no podía cambiarla? ¿Y si mataba solo por placer y no por una razón? ¿Y si no podía convencerla? ¿Y si no regresaba? Dudada de que lo hiciese tan pronto. Sin embargo un mal presentimiento se agitaba en su interior igual que una serpiente que se desperezaba. No podía dejar a monstruos sueltos por ahí. Era su oportunidad.

Tomó asiento en un banco, y se dispuso a esperar. Contemplando un pequeño crucifijo clavado en la pared. La vida es sacrificio, la vida son grandes sacrificios. Se había olvidado de Mara en todo este rato, la descubrió sentada no lejos de él, como hipnotizada, ida, mirando sin ver uno de los cuadros que representaba a un santo atado a un poste, medio desnudo, traspasado por multitud de flechas.


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