sábado, 31 de marzo de 2012

LOS ÁNGELES, 2029 -11


11



En la entrada, el agente que custodiaba la misma les había solicitado a Jacob y Ricco que aguardasen. Una sonrisa de medio lado fue su respuesta al comentario de que iban a rezar. Se escuchó el inigualable sonido de dos tiros en el interior. Silencio. Al poco de nuevo ráfagas cargadas de muerte.

- ¡Atrás! Largo de aquí. ¡Deprisa! ¡Vamos! – gritó el policía que corrió hacia el interior de la iglesia, engullido por las sombras de más allá del gran portalón. El otro se acerca corriendo, se detuvo junto al portalón, los apuntó con ademanes claros de que desaparecieran de ahí. Se pegó a la puerta, medio abierta sujetándola con la pierna.


Ambos no aceptaron la amable petición del policía. Actuaron rápido y el agente especial cayó al suelo con dos orificios en la cara y frente. Antes, demostró que estaba bien entrenado y se llevó por delante a uno de los compañeros de Ricco, que se había unido momentos antes a la pareja, al que llenó de metal su pecho. Entraron, Ricco cargando contra el poli y el mecánico detrás, disparando sin mucho tino, sintiéndose fuera de lugar, pero mostrando la pasta de la que estaba forjado. Los de dentro supieron defenderse y repelieron la agresión.


-¡No, no! ¡Deteneos!

Los gritos del cura quedaron apagados entre los disparos. Había visto llegar a dos agentes más, y también otras dos personas por la puerta principal. Creyó reconocerlas, eran dos de los testigos de esa misma noche. Seguía gritando, clamando a la razón y a la piedad, sin embargo eso no parecía servir de nada. Los policías, aquellos hombres, los criminales, aquella mujer...
Se quedó detrás de la columna, temblando de impotencia. ¿Qué podía hacer? No podía purgar aquellas almas. Las armas no deberían de existir. Veía a esa gente matarse por motivos estúpidos. Disparaban en lugar de hablar. Siempre había sido así. La gente prefería la violencia a la paz. El fuego se combate con fuego, pero este no. Era demasiado cálido. Se derretiría, era el fuego del infierno


Cuando todo hubo terminado, en el recinto sagrado los tres policías estaban muertos. Humeaban los cañones, solo quedaba en pie Ricco y Jacob, ilesos, Mara,  y el padre con un corte en la mejilla derecha, el rasguño de una bala que  apenas le rozó el rostro. No podía estar seguro si él había sido el causante de alguna de las. No había rastro del otro tipo, el de aspecto de vagabundo, ¿dónde se encontraba? Únicamente Mara había visto como lograba esfumarse por el pasillo de la puerta trasera.


-Todos...condenados.-Murmuró Tomachio.

Vio los cadáveres. Gente que no volvería a respirar, a reír, a llorar. Muertos. La muerte era algo terrible. La gente moría en un accidente y era algo horrible, por la edad seguía siendo igual de insoportable. Más la muerte causada por otros hombres era algo que el sacerdote nunca llegó a entender. No sabía como enfrentarse a eso. Cerró los ojos, dejó escapar las lágrimas y fue de cuerpo en cuerpo, otorgando la extremaunción a todos aquellos que habían caído. Mientras, su alma se resentía y sus buenas intenciones se quebraban como simple arenisca.

Al finalizar sus labores religiosas se dejó caer de rodillas, enfilando al altar, y extendió los brazos.

-Lo siento, señor...-Había fallado otra vez. Más muertes. Más dolor, más sufrimiento. Intentaba salvar a aquellas personas que sentenciaban a otras. ¿Qué mundo era aquel? No había dos bandos, solo uno, el más oscuro, y todos se mataban entre todos...

Se puso en pie, abatido, miraba al suelo, encorvado. Estaba cansado. Había dejado de estar furioso para estar triste. Comenzó a hablar, igual que si fuera el sermón de los domingos:

-Sois todos unos malditos asesinos. Esta es la casa de Dios. ¿Cómo os atrevéis a mancillar así el regalo que Él nos dio? Sois los hijos condenados del señor, no dejaré que Él llore por vosotros, yo lo haré. Dais verdadera lástima... ¿No entendéis que este no es el camino y que lo que habéis hecho no tiene marcha atrás? Necios, asesinos, ¡locos os llamo!

Bajó el tono de su voz, apesadumbrado y amargado.

-He de cuidar de vosotros. No sois la oveja descarriada...sois el carnero que paseó cerca del río de los muertos. Matáis sin saber que un día vosotros caeréis en esas aguas y que entonces comprenderéis que este no era el camino para vuestra vida...entonces será demasiado tarde.-Se contuvo, alzó la vista.-Pienso que aún puede haber esperanza. Incluso para basura como vosotros.

Observó a Mara, la muchacha estaba a lo suyo. Miraba con rabia sus heridas, se sentó una de los bancos y examinó las perforaciones. Arrugó la nariz. Le fastidiaba mucho más la reacción patética de los demás cuando vieran alguna parte plástica o artificial de su cuerpo. Le enfermaba ese momento en el que todos la despreciaban y la miraban con asco, relegando a un oscuro rincón el deseo que antes podía ver en sus ojos. Se abrazó las piernas para que no mirasen demasiado que no sangraba en exceso ni que se encontraba tan mal como debiera un ser humano.  Se sentía tan frágil que podría incluso romperse.

Tomachio se decidió a sacar del bolsillo el objeto que le había entregado la mujer con aquel don -Me lo entregó la mujer por la cual nos detuvieron a todos. No sé donde está, pero voy a dárselo. Para entender esta masacre he de seguir adelante, más allá del valle de las sombras. Vendréis conmigo, esto también os atañe...-Se mostró firme, inflexible.-Volved a matad a alguien y yo mismo os ejecutaré...Esto es lo único que entendéis ¿verdad? Las amenazas, la fuerza, la violencia. Venid conmigo si queréis, si no volved al mundo depravado del que provenís.-Les dio la espalda.-Pero si venís conmigo debéis prometer no volver a pecar como lo habéis hecho aquí…

Ricco sonrió, condescendiente. La palabrería del sacerdote le resbalaba igual que al agua en la carrocería de su flamante coche. Un destello de sumo interés asomó a sus pupilas cuando vio el objeto durante un segundo. Pensó que ante sí tenía una de esas cápsulas de Sintroc. Es más, tenía la llave para encontrar el resto. Se lo acababan de poner en bandeja.

- Iré con usted,  padre. Puede apostar que mis armas permanecerán en su sitio mientras haya alguna alternativa pacífica - y una mierda - y lo que más lamento es haber mancillado este sagrado templo, mi familia siempre ha sido muy religiosa - al menos cuando convenía - y tengo un gran respeto y fe.

Intervino entonces Jacob, espoleado por lo que, astutamente, el cura había ocultado hasta ahora. Eso le había sacado de su angustia y excitación tras lo sucedido. Le temblaban las manos y trató de serenarse.

- Hola padre. Chica- saludo como si nada a los dos - lamento el tiroteo. ¿Padre?, ¿puedo ver eso por favor?- extendió la mano con tranquilidad y sin mostrar ningún tipo de agresividad, solo afán profesional.

El padre cerró el puño sobre aquella cosa antes de que Jacob la cogiese.

-No soy tan estúpido -Lo guardó.-Esto se queda conmigo hasta que comprenda porque todos están dispuestos a matar o morir por algo tan insignificante.-Vio de refilón a Mara, encogida, abrazada a sus piernas, la sangre resbalaba hasta el suelo.

-Si te han herido creo que hay un botiquín en mi habitación...-"Sigue siendo una asesina, Tomachio, ¿lo sabes, no? Igual que aquella a quien le guardas esa píldora negra. Todos, todos allí son unos asesinos. Incluso ese mecánico ¿viste acaso piedad o pesar en sus ojos cuando vio los cuerpos?....No, no vi nada en sus ojos, solo brillaron cuando saqué esta cápsula o lo que sea...ninguno de ellos merece la pena ser salvado y aún así te preocupas por si han herido a la mujer ¡Qué la jodan! Déjame solo cuatro cartuchos del Purificador y solucionaré esto...No, jamás seré como ellos".
La gente en aquella ciudad había olvidado lo que era la muerte. La veía a diario en sus más macabras formas, y o te insensibilizabas o te volvías loco. Otra puerta que se cerraba en la mente del padre. Se sacudió la cabeza, como si hubiese estado sumergido en un sueño.

Mara no contestó. Seguía abrazada a sus rodillas, en silencio. Vio su sangre, demasiada, le pareció. No sabía cómo fingir lo que no era. Levantó su cabeza hacia el techo.

-Solo es un rasguño.

Tomachio estaba harto. Empezó a caminar hacia la salida trasera, y de paso a su habitación, en busca del botiquín. La policía no tardaría en venir. No se tomarían muy bien que algunos de sus hombres hubiesen sido asesinados. Se había adentrado en un juego oscuro del que no deseaba salir. Llegaría al fondo de aquel asunto y lo cambiaría desde dentro, como a aquellas personas. Y si nada podía cambiar, simplemente lo eliminaría...Empezaba a estar cansado, siempre ponía la otra mejilla, y era fácil. Fácil cuando la mejilla que ves reventar no es la de otra oveja descarriada...

Jacob se encogió  de hombros ante la negativa del padre, más tarde o más temprano obtendría lo que quería, de un modo u otro, y podría comprobar que es lo que buscaban, pese a las ganas que tenía de echarle el guante. Era una persona paciente, no obstante esperaba no tener que recurrir a la violencia para conseguirla, el padre parecía ser de los que no les importa dar un par de hostias sagradas bien servidas con escopeta y a la cabeza. Se acercó al Italiano.

-¿Leone, puedo hablar un momento con usted? La furgoneta de la poli de ahí fuera no es una patrulla normal, y la actuación de estos polis apesta a que no trabajaban para el servicio de Policía de la ciudad. Sugiero largarse cuanto antes. Además, necesito un sitio donde verificar esa pequeña maravilla, si podemos convencer al cura. Así sabremos si es lo que buscamos.

Ricco cabeceó en asentimiento, mostrando una sonrisa de depredador,

- Vamos, utilizaremos mi coche,

- Te interesan más las paredes y el suelo de este lugar que las vidas que te has llevado –dijo de pronto Tomachio, girándose hacia Ricco. Negó con la cabeza, abatido, mientras seguía respondiendo-Creo que tienes fe, pero no es en Dios,  chico – Se fijó en el interior destrozado de su iglesia. Se había preocupado por mantenerla de una pieza y ahora estaba agujereada como un colador. "De nada sirven estos muros tan fuertes si los que hay dentro mueren igualmente".

Cerró el puño sobre aquella cosa antes de que Jacob la cogiese.

 -La policía vendrá pronto, será mejor que nos vayamos. Aunque no tengo ni idea de a donde ir -Y una oración. "Dios guarda mis manos de los demonios, no dejes que me involucre en este infierno, ayúdame a ser una estrella en esta negra oscuridad, un guía, y no un cometa más que va ha la deriva, arrollando y chocando contra todo lo que ve, hasta que se consume...Amén”.


- A ver –Mara se puso en pie, todavía con la escopeta en su poder, cojeando un poco. Se dejó caer en el hombro del padre tratando de hacer mejor su actuación -conozco un motel que bien nos puede sacar de este reguero de mierda

-Papi- continuó hacia quien consideraba un galán de papel que había ofrecido el auto- Tú conduce y yo te digo el camino. Solo larguémonos de aquí ya. Todos...ahora  estamos en esto.

El mecánico estuvo de acuerdo, la idea de la chica era buena aunque un motel consideró que era  un sitio demasiado fácil de encontrar y localizar, pero para desaparecer ahora valdría.

-Buena idea chica- la felicitó mientras encendió un cigarrillo, con dedos temblorosos todavía, y se arrodillaba ante el cadáver de uno de los polis par echar un vistazo a su equipo e identificación por si acaso llevaba algo de interés para sus asuntos -Allí podremos charlar tranquilamente sobre todo este embrollo, y curarte esas heridas. No se como rayos aun eres capaz de caminar.

“Seguro que va colgada”, pensó. O eso o tiene implantes potenciadores, nadie normal se lleva dos tiros así en las piernas y se queda tan tranquilo como ella.

-Pobre diablo - gruñó al ver los agujeros en su cuerpo- ser bota negra no es tan bonito como lo pinta el cartel de reclutamiento ¿eh?- la amargura fue más que patente en su voz.

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