domingo, 18 de marzo de 2012

Hay muchos traseros que patear 17


Coronel: Que no tiemblen vuestras manos ahora, Helen, Joe. Cruzaremos ese torbellino. Os llevaré a casa, chicos.

El coronel creía lo que decía. Su expresión lo afirmaba, ratificaba cada palabra que pronunciaba. La Cheyenne encaró el pozo negro de un mundo oscuro ya de por sí. Se afianzaron los anclajes, alguno rezó. Sandro respondió guasón y provocador a Simo:

- Cuando amenaces con algo asegúrate que tienes agallas para hacerlo. Yo no pediría permiso para volarte esa cara de payaso, bella durmiente. Jajaja.


La mayoría estaban de acuerdo. Hay quien no se pronunció, o quien estaba con Anette. El transporte penetró en el vórtice de tinieblas. Helen y Joe solo veían sombras que fluctuaban danzando en torno a vosotros. No sucedió nada. Tensos, empapados de sudor, con el único sonido de las respiraciones agitadas, los marines esperaban cualquier cosa. Nada. Sandro se puso a canturrear, como si estuviese de paseo, igual que solía hacerlo al comienzo de cualquier descenso.


Nada.

La Cheyenne surcaba el espacio vacío. Un par de minutos interminables. Hasta que la nave empezó a temblar, de forma casi imperceptible al principio, luego las vibraciones aumentaron, las sacudidas y tirones fueron in crescendo. Dillon, que estaba preparándose para una intervención quirúrgica de urgencia, no empezó siquiera, en aquellas condiciones resultaba imposible. Viviana no pudo reprimir un grito de pánico.


Coronel: Tranquilos, soldados. Recordadlo, siempre, somos marines. Los hombres y mujeres más duros.

Fueron sus últimas palabras. Empezó a sucederle como a Eric, su cuerpo se degradaba, su piel y carne se desgarraban como si desde el interior ardiese. Otras partes se hicieron translúcidas, su corazón apareció a la vista de todos, palpitando agitado, fundiéndose en machas negras; ráfagas eléctricas lo sacudían. Sus ojos se consumieron, sus manos, sus huesos. Abrió la boca Al otro lado, a Carlota le acontecía lo mismo. La chica gritó, un alarido estremecedor, cargado de terror, Viviana gimió, con los ojos muy abiertos sin poder apartar la vista de su amiga. Algunos objetos también se desmenuzaban y desaparecían.


La Cheyenne se recalentaba, se apreciaba otra vez el calor. Zonas del fuselaje se fundían. Se agrietaban. El metal lanzaba quejidos cuando se retorcía como si un gigante estuviese estrujándola. Los marines lo sentían en sus propios cuerpos. De pronto Helen y Joe vieron que la oscuridad desaparecía de súbito, la nave giró sobre sí misma, descendía. Cayó. Lo mismo que un salto de las decenas que habían ejecutado. Los dos pilotos se encontraron de bruces dentro de una nube vaporosa para instantes después seguir descendiendo a velocidad vertiginosa en la atmósfera de algún mundo. Apenas vieron las montañas cenicientas ni el cielo color acero viejo y usado. Tan solo el suelo gris y pardo que se elevaba hacia ellos. Helen hizo lo que pudo. Tiró de los mandos y palancas, trató de estabilizar el transporte con la ayuda de Joe. La nave caía en barrena, los marines palidecieron y notaron que el estómago les subía a la boca, los huesos crujían, la cabeza se les iba.




La cheyenne desplegó sus alas momentos antes del brutal choque. Planeó unos segundos, suficientes para enderezar el morro, evitar un saliente de un bajo monte y conseguir que el golpe no resultara mortal. Los soldados se golpearon las cabezas con las paredes, todo retumbó, todo parecía romperse en mil pedazos. Gracias a las sujeciones no se partieron el cuello y la espina dorsal. La nave fue arrastrándose durante setenta metros, se rompió una de las alas, se hundió el morro, y parte de la zona inferior.


Quedó quieta. Casi en silencio. Azotada por el viento poderoso y ululante. Helen alzó la vista, borrosa. La protección de la cabina no se resquebrajó. Joe tenía un corte en la frente, se sentía mareado. Adentro la gente tosía, Baltasar vomitó. Los asientos del coronel Nenson y de Carlota estaban vacíos, sin rastro de su presencia. Ni siquiera de fluidos. Ninguna huella de sus cuerpos. Una ráfaga de viento golpeó el costado de la nave, el metal chirrió.





Dillon Frost


Estaba concentrado en la operación. Su mente era un hervidero de ideas y palabras médicas que vagaban de un lado a otro intentando encontrar la manera más correcta de proceder. El canturreo de Sandro era una lejana niebla. La oscuridad, cosa del pasado. La nave empezó a temblar. También lo ignoró. Una primera sacudida. Sus manos temblaron. Todo lo hacia. Operar con esas vibraciones sería igual que hacerlo con un martillo percutor en lugar de un bisturí. Lo dejó. Miguel tendría que esperar. ¿Podría?

El coronel intentó tranquilizarlos. Funcionó con él. No había cambiado. Era el mismo de siempre. Si había algo dentro de él, una semilla por germinar, no había salido a flote. En un momento estaba bien, infundiendo seguridad, firmeza. De pronto empezó a desaparecer. Se quedó boquiabierto. Le estaba pasando lo mismo que a Eric.

-Otra vez no...-Dijo, desalentado. Intentó soltar sus correajes. No sabía que podía hacer. Aún así debía intentar algo. ¿El qué? Palpó las hebillas de sujeción. Era uno de los efectos de la antimateria; desaparecías. Debía de haber alguna explicación lógica, seguramente física. Él no era físico. Solo sabía de medicina. Lo que estaba afectando al coronel, y también a Carlota, no era una enfermedad. Como la radiación de una bomba nuclear o la erupción tras la picadura de una avispa era un efecto secundario, una causa a un motivo. Debía haber algún modo de frenarla. No lo conocía. Ni siquiera podía imaginar lo que les estaba pasando. Se desvanecían como en una vieja historia de fantasmas.

-Lo siento...-Esbozaron sus labios.-Lo siento...-La nave giró, se fundió. Vio como otros objetos también desaparecían. Nada lo provocaba. Todos estaban contagiados. Era cuestión de tiempo que los efectos de la antimateria les afectasen a todos. Se preguntó que se sentiría al desvanecerse. Puede que entonces encontrase alguna respuesta.

Tomaron tierra. O se estrellaron. La pericia de los pilotos era innegable. Estaban vivos. La nave había aguantado. No todos habían sobrevivido. El coronel y Carlota se habían esfumado. "Magia", esa era su respuesta lógica. Se soltó los correajes con furia. Había que sobreponerse al dolor y sobretodo al miedo. El miedo a desaparecer. Cualquier podía ser el siguiente. A todos les había bañado aquella extraña radiación. Estaban condenados a desaparecer. Se guardó sus impresiones. Recordó las últimas palabras del coronel.

-Los más duros, los más duros...


Se puso en pie. Seguía siendo una situación de combate. Miró a sus compañeros en busca de heridas, contusiones o desmayos. Sus ojos se perdieron cuando contempló el mundo en el que acababan de aterrizar. Al menos era sólido. Mejor que el espacio. Un desierto, simple vista. Sin vida. Hasta podría ser la Tierra en una de sus zonas más inhóspitas. No, estaba seguro de que no lo era. Era la zona más allá de la oscuridad.
-Bonita lugar para unas vacaciones.-Baltasar vomitó.-Digo lo mismo. Mejor fuera que dentro.-Se acercó a él para examinarle. Al ver que estaba bien*, siguió vagando por la nave. Tosió. Ni siquiera se había examinado a él mismo. Tras un choque como aquel y tras las impresiones sufridas podía estar herido y no notarlo.

Se permitió una ligera mirada hacia los sitios vacíos del coronel y Carlota. Era como si nunca hubiesen existido. Y el terror volvió a él en forma de sudor frío. Ni siquiera un "flop", solo una silenciosa desaparición. En un segundo existías, sentías, respirabas, al otro eras menos que aire y la única prueba de tu existencia quedaba en la memoria de tus compañeros. Ni siquiera había cuerpos que enterrar. Deseó que alguno de sus compañeros se hubiese abierto la cabeza. Así al menos lograría mantener la mente ocupada.

Se acercó a la cabina. Examinó a los pilotos. Helen estaba bien**, la mujer parecía echar de acero. Joe se había llevado un golpe en la frente. Estaba mareado.
-Relájate, no es nada para ti Joe.-Desinfectaría la herida y vería si necesitaba puntos. Luego le pondría un vendaje.-La cabeza más dura de toda la compañía.-Volvería atrás. A operar a Miguel o a esperar órdenes. No sabía que pensaban hacer. Quizás inspeccionar el terreno, quizás esperar. Al menos habían encontrado un planeta. O él planeta les había encontrado a ellos. Habría que averiguar si el aire era respirable. No podían quedarse mucho tiempo dentro de esa lata.



Helen
Habían aterrizado. Por fin después de lo que parecía un largo e inevitable final, tras pasar el torbellino el final no llego. Levanto la cabeza para observar por los paneles dónde estaban. Hubiera sido demasiado bueno encontrarse con algún tipo de mar similar al de la Tierra, y no supo por qué esperaba eso. Sin embargo vio tierra. A lo largo de donde se extendía la vista solo veía algo similar a un desierto con pedruscos que daban una suerte de consuelo con su sombra. "Podría haber sido peor" se dijo "Podríamos haber aterrizado en un mar ácido y corrosivo". Se quito los arneses protectores y el casco de pilotaje y justo cuando agitaba la cabeza para desenredar su pelo entro Frost en la cabina con aparente gesto de preocupación. "Un matasanos profesional" pensó mientras le sonreía. Advirtió una herida en la frente de su copiloto Joe. Y Helen repitió las palabras del Coronel evocando así los ánimos que contenían esas palabras aflorando una sonrisa;

- Somos marines, los más duros. ¿Qué tal están los demás?

Dijo unas palabras por el intercomunicador a modo de advertencia y sobretodo de broma.

- Hemos aterrizado. Al que diga una sola palabra de que el batacazo del aterrizaje ha sido porque estaba una mujer al volante puedo asegurarle que en próximo vuelo le ato al casco. Joe. Seria una buena idea de que fueras con Carlota y examinaras los desperfectos. Supongo que el Coronel ordenara examinar si el aire es respirable fuera para proceder a explorar los alrededores. Vamos a ver como están todos.

Observo que faltaba el coronel y luego Carlota. No parecía faltar nadie más. Pensó que estarían vomitando, pero al segundo de ver que sus arneses todavía estaban abrochados y sus asientos vacíos era obvio que sucedió algo más que una nave muy magullada. Algo dentro de ella.

- ¿Dónde están el coronel y Carlota?

Pregunto, aunque se imaginaba por lógica la respuesta.
Dejo pasar unos segundos para asimilar esa información dejando que en su rostro se evidenciara una tristeza. Carlota era una magnifica compañera, no solo una buena marine. Y después el coronel parecía como un amuleto de buena suerte, dando moral al grupo en todo momento.

- Bueno, ¿quién es el siguiente al mando?



Simo Kolkka


Sandro debió de verse en la obligación de responder a la simpática amenaza de Simo. ¿Como se deja de ser un soldado...?. No sabía que era lo que le había pasado a aquel antiguo compañero, pero le aterraba bastante más que lo que pudiera esperarles al otro lado de aquel "agujero". La espera se hizo eterna, incluso para el. La paciencia era la cualidad fundamental en su oficio, y también la menos frecuente. Parecía que no iba a pasar nada. Simplemente vagarían por la nada hasta morir de inanición. Los más duros..., repitió mentalmente. Después... nuevamente el terror. Al principio se sintió tentado de mirar hacia otro lado. Pero aquello no era una opción. Era el coronel. Se lo merecía. El proceso de descomposición era difícil de describir con palabras. Simplemente... se evaporó. Después, a la nave empezó a pasarle algo parecido. No dejó de hacer resonar en su cabeza aquella vieja canción. Tampoco eso podía. Estaba muerto. Después, la situación pasó de ser peor a ser solamente mala. Caían. Aquello significaba que algún cuerpo planetario les estaba atrayendo. Eso significaba que si morían estrellados, se quedaría en eso. No era tan malo, después de lo que acababan de presenciar. Además, cabía la remota posibilidad de sobrevivir a la entrada en la atmósfera y al no-aterrizaje. Aquello sería una verdadera anécdota para contar.

Los segundos de caída se prolongaron. Los músculos se tensaron, sin saber el momento en el que iban a tener que compensar la fuerza del impacto. Debió de caer inconsciente, durante el golpe o poco antes de que llegase. Lo siguiente que recordaba era la gente a su alrededor empezando a moverse. Dedicó unos segundos a reunir fuerzas, y se soltó. Se encontraba mareado, así que se apoyó en la pared de la nave. Poco a poco empezó a dolerle todo el cuerpo. Buena señal. Doc empezó a buscar alguien a quien coser. Ghost apareció segundos después. Cuando habló, Simo recordó una frase graciosa sobre que era la cadena de mando. Había que empezar a moverse. Empezó a andar hacia donde había dejado su material, con pasos imprecisos. Cogió uno de sus rifles, y se dirigió a la cabina. Quizás desde allí pudiera verse algo sobre el escenario en el que jugarían la siguiente partida. Con la mira de su rifle podría ver cualquiera cosa que mereciese la pena ser vista, dentro del ángulo de visión de la cabina. En cuanto se verificase la composición de la atmósfera, saldría afuera, en busca de aire fresco, y de algo a lo que disparar.


Jake Rivers


Finalmente escogen justo lo contrario de lo que él sugirió. No les culpa por ello, fuera del campo de batalla sus decisiones no son demasiado válidas. En su vida se ha dedicado casi por completo a golpear y disparar. Por lógicos que le parezcan sus propios razonamientos, en este caso es necesario hacer más caso a los pilotos, deben haberles enseñado a guiarse en situaciones parecidas a esta… o tal vez no, pero igualmente estarán mejor preparados.

El coronel, cómo todo buen oficial de alto rango, encuentra las palabras necesarias para darles ánimos. Les hacían falta, les habrían hecho falta hace tiempo. Quizás no habría necesitado disparar contra sus antiguos compañeros si el coronel hubiese estado allí, probablemente habría conseguido calmarles. Su opinión sobre los oficiales no es distinta a su opinión sobre cualquier persona, generalmente el rango le da igual. Sin embargo ha pasado bastante tiempo a las órdenes de este hombre, se podía confiar en él –También podías confiar en todos tus compañeros-. Recordar algo así no le conviene en estos momentos.


Ve cómo el coronel y Carlota comienzan a desvanecerse. Ese no es final para dos marines. Cualquier otra cosa estaría mejor, algo contra lo que se pueda luchar. Incluso si todos los demás mueren ahora, intentando llegar a algún lado, estarían luchando por sobrevivir. Carlota y el coronel van a morir por simple mala suerte. Merecían algo mejor. El mundo no es justo, todos lo saben. Acaban de realizar una misión para rescatar civiles, a cambio de rescatar a una sola han perdido a la mayoría de compañeros. Si de algún milagroso modo consigue salir de esta con vida… -Averiguaré quien le dio la bomba a esa mujer, cómo la consiguió y… - ya improvisará en ese momento, pero no será agradable.


Sin embargo eso no ocurrirá de no sobrevivir hoy. Dillon desiste de operar mientras los demás se agarran bien a las protecciones. Rivers cierra los ojos, es mejor no ver todo temblando, quizás de ese modo se maree menos. Aún así el viaje es bastante desagradable. Puede que ya estén todos muertos y no lo sepan, porque de no encontrar algún lugar en el que aterrizar, se acabó. Afortunadamente encuentran una maldita roca.


Aterrizan “suavemente”, o al menos está convencido de que podía haber sido peor. En cuanto la nave lleva unos instantes sin moverse, Rivers trata de levantarse. Quiere comprobar si se ha roto algo. Luego mira al resto de supervivientes. No ve muchas caras felices, salvo quizás la de Sandro. Aún cree que deberían sedarle, o al menos noquearle, va a ser un problema antes o después.

Dillon empieza a atender a los heridos mientras Simo parecen alegrar un poco el semblante por encontrarse vivos. Ghost, recta cómo siempre no pierde tiempo en preguntar quien es el siguiente al mando. Debería serlo el sargento, pero probablemente vaya a pasar mucho tiempo entrando y saliendo del mundo de los sueños. Por tanto el siguiente es el cabo Benley, o eso cree. Espera que comience a dar órdenes, evidentemente necesitan organizarse.


En cualquier caso lo primero es averiguar si el planeta tiene una atmósfera respirable, de eso se encargarán los sensores de la nave. El segundo paso es comprobar si la computadora puede averiguar donde están. En cualquier caso, incluso si no hay oxígeno, deben salir de la nave. Aquí solo pueden esperar unas horas hasta que alguien se digne a rescatarles. Eso puede no ocurrir nunca. No obstante, la roca puede haber sido explorada antes, quizás haya algún asentamiento u otra nave. De todos modos la Cheyenne no les sirve para largarse. Ocurra lo que ocurra deben explorar el entorno, si tienen información sobre él mejor, pero deben hacerlo con o sin ella. Por suerte pidió que trajesen algunos trajes para el exterior*. Si tienen que salir pueden hacerles falta.

Al igual que hace casi siempre, se ofrecerá voluntario para reconocer al menos los alrededores… cosa que no hará desarmado, nunca se sabe.



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