jueves, 16 de febrero de 2012

Añorada Infancia

Añorada infancia... Alejandro.



Bostezó por decena vez. Miró de nuevo hacia los cristales y comprobó que continuaba lloviendo. Cruzó los brazos sobre el pequeño escritorio y apoyó en ellos su menuda cabeza. Se aburría inmensamente.


Había pintado, saltado sobre el colchón, remirado el álbum de cromos, hecho los deberes y esparcido en el suelo los coches montados, como si de caballos se trataran, por los play-mobils... !!Ah!!! También se había comido varios sugus y los papeles azules predominaban sobre los demás, le encantaba el sabor a piña.


Nada por aquí, nada por allá, solo el sonido de las gotas que continuaban aporreando la uralita de la galería. Bufó con desesperación. Cerró los ojos y recordó el escalofrío que recorrió todo su menudo cuerpo al comprobar, aquella misma tarde cuando aún el cielo estaba gris, que nadie había acudido a la cita. Atónito miró a un lado y a otro. Con la boca abierta intentó comprender la situación. Se sentó en el suelo enfadado, asqueado y sorprendido, cuando varias voces hablaron al unísono en su cabeza: “Creo que no podré ir ésta tarde, me han castigado...”.

Frustrado, había permanecido sentado en el duro y frío suelo del parque. ¿Volver ahora a casa? ¿Darle la razón a su madre? Ni hablar. Se quedaría allí esperando oír las campanadas de la iglesia, a que fuera la hora de volver a casa o lloviera y lo haría con una amplia sonrisa como si hubiera sido la mejor tarde de su vida.


La lluvia... Para él aquel evento meteorológico era un castigo y mucho mayor que cualquier otro, sobre todo cuando sabía que de no ser por ella podría haber estado disfrutando de sus amigos... Pero lo peor era lo que pasaría después... Tocaba visita familiar... Si, aquellas tediosas visitas en la que todos te sonreían, te decían que guapo y que alto estabas, te tocaban el pelo y luego de repente, se olvidaban de ti. Tardes interminables en las que debías permanecer sentado en un rincón del comedor escuchando las mismas historias una y otra vez sin moverte, sin atreverte a decir palabra alguna.


Suspiró sonoramente y se alisó la camisa y los pantalones. Sonó el timbre y cerrando los ojos se dispuso a soportar el interminable momento que le esperaba. A pesar de ello sonrió. Sabía, que de hacerlo tal y como debía, bien, la piedad (aquella palabra que tanto le había constado entender en la asignatura de religión) aparecería para transformar la estancia y otorgándole cálidos colores. De pronto escucharía, una más que conocida voz, acompañada de una amplia sonrisa reconociendo su mérito y que le diría con tranquilidad... “Anda... Cariño... Ves a tu habitación a jugar, anda...”

Obediente, sonreiría satisfecho, se despediría de todos ellos y dejaría atrás la estancia para tirarse sobre la cama sin más preocupación que mirar de vez en cuando el reloj que anunciaría tarde o temprano que su casa, su hogar, volvía a estar en perfecto orden.


!Que asco de lluvia!

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