martes, 14 de febrero de 2012

Hechicería y Acero, 26-27


26


Maclo escapó. De sí misma, de los mercenarios, de su destino. Arrastrada por su miedo y angustia. La desesperación como única guía. Corrió, se sumergió en la nevada, tragada por la ventisca y la nieve que caía sin parar. Y entonces se demostró la clase de hombre qué era cada uno de los presentes. Sablen, el hercúleo aquilonio, dudó. El guerrero no temía a nada, nunca desfalleció en el campo de batalla, era el primero en entrar en combate. Sin embargo aquí, acosado por el frío, por sus demonios, por el miedo al más allá, a lo desconocido, no reaccionó. Whosoran, hielo en su mirada y en su pétreo corazón, acostumbrado a mandar, tan solo miró y dio órdenes; no era el jefe, pero lo llevaba en la sangre. ¿Qué sentía en realidad por Maclo? Tal vez, tal vez, sería preferible acabar con todo esto ya. La locura iba demasiado lejos. O puede que sencillamente no estaba preparado para afrontar esos sentimientos una vez más. ¿Y Acherus? El caballero no se inmutó; vio a la joven adentrarse en aquel mundo níveo de desolación infinita y no movió un músculo. Su bolsa de oro se alejaba, quizá él ya estaba cansado de todo este sinsentido. Quedaba Bazag, el ladrón shemita, que no necesitó escuchar a Whosoran para tomar una decisión. Preguntó a Takala, Acherus habló con él, sin embargo cualquier respuesta quedó en el aire, pues Bazag abandonó el precario refugio en pos de Maclo.

La fuerte nevada le salió al paso. Ráfagas de aire arrastraban los gruesos copos de nieve, y levantaban nubes blancas del suelo. Acuchillaban su rostro curtido, le impedían ver con claridad, y las huellas de Maclo se borraban pronto. Corrió un tramo, fustigados sus oídos por el silbido del viento, sus ojos lacerados por la nieve. Se detuvo un instante, comprobó que Maclo había caído en una ocasión, así se lo mostraba el rastro que se desvanecía de ella. Una mano se posó en su hombro, al girarse se topó con Sablen, el gigantón se había decidido al final a ayudarle. Siguieron juntos y al poco lograron ver una figura borrosa apenas a diez metros delante de ellos; sin duda se trataba de la muchacha que corría como un gamo. Sablen achicó los ojos:

-¡Mitra! Va desnuda. ¡¡Maclo, MACLOOOOOOOOOO!!

La mujer no se detuvo, no podía oírlos con aquel estruendo creado por los elementos. Desnuda. Eso revelaba mucho acerca de sus intenciones. Corrieron de nuevo, seguros de poder alcanzarla, la silueta se perdió oculta por la nieve, sus huellas se desdibujaban. De pronto, perdieron pie y cayeron en una hondonada, rodando por la pendiente de un talud de nieve, varios metros. Al ponerse en pie, no tenían idea de hacia donde se dirigió la chica. Avanzaron unos pasos, llamándola, gritando a voz en cuello. Trotaron. De súbito dos sombras surgieron al frente, a unos seis metros, corriendo hacia ellos. Sorprendidos unos y otros, la pareja también se detuvo. Dos enormes hombres-simios de aquellos, encorvados, corpulentos, los observaban, enarbolando sus toscas mazas, inquietos, perplejos, sin decidirse a atacar. Sablen desenvainó su espadón. De pronto, uno de los hombres de las nieves alzó el brazo y señaló hacia detrás de Bazag y Sablen. Repitió varias veces una palabra que a Bazag le sonaba…sí, era la misma que escuchó cuando Takala trató de entenderse con ellos. El hombre gruñía, señalaba más allá, e insistía en ese nombre; el otro parecía impaciente, golpeaba una y otra vez el suelo con su maza, gruñendo igualmente.



En la diminuta oquedad transcurría el tiempo, ambos mercenarios, Whosoran y Acherus, nerviosos, intranquilos. Acherus le daba vueltas a la frase de Takala, seguro ya de que tenía razón en su idea original; su mente maquinaba alguna solución para el problema, sin que le salpicase a él. Whosoran intentaba discernir alguna cosa en la tormenta de nieve, y para su desespero, los dos compañeros no regresaban. Takala le miró con desgana, unas ojeras pronunciadas se marcaban en sus bonitos ojos. Contempló un instante a los dos guerreros, y no pudo disimular la punta de despreció que bailaba en sus punzantes pupilas. Bajó los párpados, y, poco a poco, desgranó su historia: *

-Es el padre de mi madre. Lo mataron los de su propia aldea. Enterraron aquí su cuerpo, en este cementerio embrujado. Ninguna alma sale de él sino se cumplen las reglas. Me hablaba a veces en sueños, cuando yo era más joven.

Abrió los ojos, cansados, pero de una mirada intensa que casi hacía daño mirarla directamente. Prosiguió:

- Pensé que su amor hacia mí le haría ayudarme. Me dejé engañar, a sabiendas de que su alma torturada solo desea salir de su encierro. No os dije nada, segura de que en tal caso no lo harías. Además, pensaba ofrecerle la mía, y eso hice, ¿qué más me daba? Yo estoy maldita y puedo salvar a Maclo. Pero no la acepta, supongo que por eso mismo. Me hizo mucho daño, mucho. Es un…no es él, ya. Lo sabía, claro que yo lo sabía. Pero creí que quizás…OH, dioses –miró a Acherus-. Un alma entra, otra sale. Ese es el cambio.

Calló. Abrió mucho más los ojos. Los dos mercenarios lo notaron también. Algo se acercaba. La espada de Acherus siseó en su vaina, el acero del turanio la acompañó. Tensos, alertas, igual que felinos prestos al ataque. Takala se encogió en su rincón. Estaba asustada, asustada de verdad. Nada causó antes tal emoción, ni la primera tormenta, o la cueva, o la lucha con los hombres simios. Ahora sí.

- Está ahí. El demonio o la fiera –susurró con voz apagada-.

Por solo un segundo, Acherus no fue decapitado. Acherus vio la garra, una centella en la nieve y pudo esquivarla. Su espada replicó pero solo hendió la nieve que caía. Whosoran a su vez lanzó un golpe circular dirigido a una sombra. Erró. No obstante en ese momento podía alegrarse: era hora de pelear y matar. O de morir. La nevada se intensificó más si cabe. La figura siniestra tomó forma, allí, medio cubierta de nieve, unos instantes. Takala no pudo reprimir un grito, luego se mordió los labios. Una mujer dura, rebasada también por las circunstancias. Después desapareció aquello. No, no se había ido. Se agazapaba a escasos metros.

Preparada para devorarlos.




OFF

Efectivamente, habéis dado por seguro que Bazag alcanzaría a Maclo. Desde luego, él sería más rápido, pero tened presente que ella echa a correr, no habéis podido cogerla, y además, nadie reacciona de una forma rápida…Yo también pensé que Bazag la alcanzaría, sin embargo la nevisca está siendo un elemento muy poderoso en contra. Dejaremos el diálogo para más tarde, si la encuentra… Lo mismo digo para lo que le dice Whosoran Lo lamento, Drakkon, ha sido una buena exposición bien narrada. Bueno, tampoco influirá demasiado si queremos pensar que trata de convencerla antes, solo que no lo logra…

Las cosas se están torciendo…esto no tiene buena pinta XD.

* Recordad que esta información no lo escuchan Bazag ni Sablen.




Acherus

En ocasiones, Acherus odia tener razón. En los últimos días, casi siempre que la ha tenido, lo ha lamentado. Y parece poco probable que eso vaya a cambiar.

"Pero si he de morir, mejor hacerlo luchando, con acero en las manos y amenazas en la boca. Morir de frío, de cansancio, eso si que no podría soportarlo..."

-Turanio, es ahora o nunca. Si lo jodemos bien, quizá tengamos una pequeña reunión familiar, Takala y su abuelo. En cualquier caso es matar o morir, así que espero que sepas luchar al menos tanto como hablar. -Sabía que otro tanto podía aplicarse a él mismo, pero aquella puya a Whosoran era un modo como cualquier otro de obligarse a sí mismo a reaccionar. Tendrían que intentarlo: esa criatura los seguiría si intentaban huir, eso era seguro. Tanto como que acabarían con la espalda partida por una de esas enormes garras. Ah, cuanto daría Acherus por estar a lomos de un caballo, con una lanza de fresno, flexible y mortal, apuntando hacía la bestia... Y sin embargo, un hombre rara vez escoge sus circunstancias, cuando llega el momento decisivo.

Extrañamente, Acherus recuerda al ofireano que lo inició en su segunda vida. Luchar o morir, esa había sido la elección que tuvo que realizar. Esa era la elección que un hombre debía realizar, cada instante de su vida. Esa es la decisión que ha de tomar ahora, aunque está tomada hace tiempo. Luchará mientras pueda, y cuando esto acabe, escupirá a la muerte a los ojos. La muy perra no merece más.

-Takala, si puedes ayudar de algún modo, hazlo, maldita sea. Y si no puedes, corre. - Correr tampoco servirá a Takala, pues si Whosoran y él caen, los demás también lo harán, pero al menos tendrán un estorbo menos. Además, si la cosa sale bien, y sobreviven a esto, sin testigos podrá encargarse de Whosoran, suponiendo que también sobreviva.

Acherus afianza los pies en el suelo, flexiona las rodillas esperando el ataque, y sonríe.




Bazag

Corre, y lo hace solo. Comprende que muchos no supieran reaccionar al ver a Maclo alejarse, les pilló por sorpresa, ¿pero después tampoco? Lo entiende de Acherus, vino aquí por dinero, pero no de Sablen ni de Whorosan. Uno ha protegido a la chica desde hace años, el otro dice estar enamorado de ella. ¿Entonces cómo pueden dejarla ir? Chasquea la lengua, a él debería darle igual, pero allí está corriendo entre la nieve, en soledad. También habría preferido quedarse atrás, pero no se lo planteo. Supone que no todos los mercenarios son iguales. Él ha luchado por dinero, muchas veces. Ha robado, incluso ha matado. No piensa mucho en ello, en lo que dejó por el camino, pero sabe que en el fondo sigue siendo él mismo. Tal vez aún no ha visto lo suficiente como para dejar de ser un hombre, una persona. Tal vez los demás olvidaron que al vender sus habilidades de combate no estaban vendiendo también sus almas, aún deberían tenerlas allí dentro.

De pronto una mano se apoya en su hombro. Sablen también está allí. Ha conseguido superar sus miedos, sus demonios, e ir tras la muchacha. Bazag asiente, es lo más parecido a una respuesta que puede darle en este momento. Diez metros son demasiados en plena ventisca. Había pensado que Maclo correría mucho menos, juzgó mal su desesperación*. Realmente quiere dejar todo atrás. Tenían que haberla agarrado mientras estaban a tiempo. Ella no tiene la culpa de haber sido maldita, pero es demasiado buena para comprenderlo.

Va desnuda, eso puede significar dos cosas. O está aceptando que va a convertirse en loba para siempre, o tiene pensado intentar repetir el ritual ella sola. No conoce el ritual, sabe que no lo conoce. Tan solo quiere dejar solo atrás. Eso lo complica todo porque es imposible prever donde va a ir. Para alcanzarla debe correr como ella, poniendo todo el espíritu en cada paso. Es más rápido, está mejor entrenado, pero el mismo entrenamiento juega en su contra. Conservar fuerzas, dar zancadas medidas, protegerse mejor de la ventisca. La chica olvida todo eso, ni siquiera debe notar el frío. Más vale imitarla o jamás podrá moverse de forma bastante veloz.

Ruedan por una ladera. Se pregunta si Maclo también lo habrá hecho porque de lo contrario acaban de perderle la pista. Bazag se levanta furioso, gritando. Una mala idea, tiene por costumbre ser más discreto, pero ahora quiere que le encuentren. –Piensa. La has seguido en línea recta, ella también debe haber caído por aquí. De lo contrario la habrá bordeado- Es importante recordarlo, corría de forma impulsiva, no pensando en la mejor ruta.

Mientras piensa ve dos siluetas. Esos hombres les han seguido hasta aquí, solo pueden haberlo hecho buscando pelea. Ya tiene la espada en las manos cuando reconoce cierta palabra, si se le pueda llamar así. Hablan de la bestia. Se gira rápidamente hacia donde señalan. –Creo que hemos venido por allí- Con la caída no está seguro. Eso significa que la bestia, si existe, irá pronto al campamento** -Sablen, vuelve atrás a avisarles. Yo encontraré a Maclo y volveré con ella- Mira a los hombres simio. No puede perder mucho tiempo con ellos, ya lleva demasiada desventaja.

Si la joven ha caído por aquí, debe correr… en la dirección más sencilla, donde encuentre menos resistencia. Debe concentrarse en ella. Correrá a la máxima velocidad posible, gritando a cada paso. Pocas precauciones, hoy no puede permitírselas.
Si avanza una distancia prudencial sin encontrar ningún rastro… recurrirá al azar. Todo o nada. Lanzará uno de sus cuchillos dando vueltas al aire, hacia donde caiga la punta irá.
No puede buscarla indefinidamente, claro, pero tardará un buen rato antes de darse por vencido.

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*Hombre, lo de no haberla alcanzado… si las cosas siempre saliesen bien en las partidas de rol, no habría emoción. Si la alcanza ya le soltará el mismo royo.
**Bazag sobrentiende que aún no ha llegado. Bajo su punto de vista, la bestia debe ser algún animal muy grande, y es más lógico que ataque de noche (Es lo que pensé al leer mi parte del turno, y no estaría bien si cambio de idea solo porque sé que no es así.)




Whosoran

Veo alejarse a Maclo, con ojos tristes. Bazag y después Sablen salen tras ella...dispuestos a traerla de vuelta pero, ¿podrán hacerlo? ¿Podrán encontrar a Maclo si ésta decide huir realmente? ¿Podrán alcanzar a una loba que no quiere ser alcanzada?
Quizás el olvido, el fin del sufrimiento estaba al alcance de Maclo, enterrada bajo los instintos de un animal...olvidar al fin todo y a todos y dedicarse a la sencilla vida de un depredador, simplificarlo todo y dejarlo en matar o morir.

Comprendía a Maclo y sus sentimientos, tanto que no habría podido correr tras ella ni aunque hubiese querido... ¿cómo hacerlo...si yo habría hecho lo mismo que ella? Dejar de luchar por tus sueños, perder la esperanza y refugiarse en una bestia... ¿no era eso un resumen de mi propia vida?

El corazón me dolía. Y sentía una opresión en el pecho. Quizás habría llorado, eran demasiados sentimientos, demasiado expuestos...mi alma demasiado cerca de mi piel. Pero antes me dejaría arrancar un brazo que dejar que alguien me viese derramar un par de lágrimas...

Las palabras de Takala, susurros débiles y tenebrosos, eran un bálsamo para las recientes heridas de mi corazón. No era la primera vez que me asaltaban negros pensamientos. Ni sería la última. Enfocarse en los problemas que está en mi mano resolver era una buena solución.
Takala habló, y su mirada estaba cargada de algo que sólo recordaba haber visto en sacerdotes dementes, de esos que han visto demasiado.
Un alma entra, otra sale. Ese es el cambio. -dijo Takala.

-Menos la tuya, claro -añadí con saña, sólo para ver como ella no me hacía caso...algo se acercaba.

Como siempre, todo se aceleró. La bestia saltó de entre la nieve...y mi golpe falló.
Hablo entrecortadamente, ignorando el discursito idiota de Acherus. No necesito motivación para luchar por mi vida.

-No es un animal, Acherus. Conoce su fuerza y las nuestras. Ataca y retrocede. Quizás ya ha matado al resto.

Fuera en la nieve, sin poder correr ni con suficiente visibilidad, duraría dos segundos...aquí la roca me cubre al menos las espaldas. Pero con tiempo, la bestia conseguirá doblegarnos. ¿Qué le impide esperar un día más? ¿Qué le impide esperar a la noche para saltar sobre nosotros?.. Esto debe acabar ya.
Por el momento continuo con el hacha en ristre un paso por detrás de Acherus. Esperando...

Pero si veo que no podemos contener demasiado a la bestia, si veo que sus ataques consiguen herirnos o si veo que su fuerza y rapidez son realmente inhumanas...entonces quizás haga algo verdaderamente inesperado.

Sólo si la cosa realmente parece perdida. Y permaneciendo un paso por detrás de Acherus, le propinaré al aquilonio un fortísimo empujón hacia la nieve, de esos que lo derriben...para, un segundo después, cargar sobre la bestia. Casi sin darle tiempo a que aparezca.
Pero, a menos que Acherus se defienda con saña o vea a la bestia desprotegida. Mi siguiente acción no será llegar hasta ella y rajarla, sino más bien, lanzar el hacha hacia ella, con toda la mala baba de la que sea capaz...aprovechando mi famosa fuerza y el par de metros de carrera...

-MUERETEEEE, HIJOPUTAAAA!!!


27


Takala no pareció que escuchase a Acherus. El miedo pintaba el horror en su cara y asomaba a sus ojos. ¿Hacer algo? La mujer se despabiló, hurgó, nerviosa, con dedos temblorosos, en su bolsa. Pero la criatura aquella, atacó.

Surgió entre la nieve. Colosal, gigantesca, una masa ciclópea de músculos enormes y poderosos. Acherus la evitó una vez más, rápido y ágil, mientras su acero salía al encuentro de la bestia. Giró su muñeca y su brazo, el tajo circular abrió un largo corte en el pecho de fortaleza pétrea del monstruo, pero este no se detuvo. Veloz, se movió a un lado, y a su vez lanzó un tremendo zarpazo al costado derecho de Acherus; desgarró ropa, carne y quebró una costilla. El dolor estalló en el cerebro del mercenario, que fue impulsado con violencia en el aire, para caer en el suelo cubierto de blanco, a cuatro metros de allí. La sangre manaba desde las heridas causadas por las garras y la espada se le cayó de la mano, a menos de un metro de él.

A Whosoran no le dio tiempo a empujar a su compañero. Se enfrentó a su rival, a la ristra aquella de dientes afilados tras que enmarcaba una sonrisa macabra, a los dos pequeños ojos verdes que le miraban con malicia. Regueros rojos se deslizaban en su torso, allá donde Acherus cortó la carne del demonio. No parecía que esto le preocupase o mermara sus fuerzas.

Al menos, sangraba. Alguien dijo un día: “Si sangra, puede morir”. Eso debió recordar el Toro de Hyrkania.

Whosoran lanzó su hacha. La fuerza impresa en el lanzamiento de encontrar el blanco lo abatiría sin remisión. La cintura de la criatura se inclinó a un lado, la cabeza también, de manera casi imposible a esa distancia. No solo esquivó el arma sino que la atrapó por el mango en pleno vuelo. Y con ella se abalanzó hacia el turanio. Únicamente los hercúleos brazos de Whosoran podrían haberle detenido. Y así fue. La mano del mercenario agarró la muñeca de su oponente. Con el empuje, este cayó sobre Whosoran que dio con su espalda contra el suelo. La bestia, encima, apretó el asta del hacha por el otro extremo, y Whosoran se resistía a la presa. El aliento fétido y repugnante de la diabólica criatura a menos de un palmo. La sangre goteó sobre su pecho.

Un duelo de titanes. Sin embargo, Whosoran supo pronto que la fuerza de la bestia era superior a la suya. La bocaza de enormes dientes se abrió y una dentellada brutal partió y destrozó por la mitad la madera del hacha. El turanio golpeó in extremis con el puño en su cara y rodó bajo la masa de músculos que le aprisionaba, fuera del alcance del zarpazo que sobrevino al instante, el cual se llevó jirones de su ropa.

El demonio enfrentaba su mirada a la suya. Una mirada procedente del mismísimo Infierno.



27 –continuación-


Los cuatro hombres se quedaron unos momentos mirándose, calibrando sus posibilidades, recelosas. Bazag y Sablen se mantuvieron firmes, el primero comprendió el significado de los gestos y las palabras de los dos seres primitivos. Lo que fuese que perseguían iba en dirección al improvisado campamento, si es que no equivocaban la dirección señalada; bajo aquella nevada resultaba difícil saberlo. Los dos hombres-simio siguieron adelante, evitando y apartándose de los dos mercenarios. Luego se lanzaron de nuevo a la carrera perdiéndose enseguida bajo la cortina de nieve.

Sablen negó con la cabeza:

-No dejaré que esa chiquilla se suicide, Bazag. O regreso con ella, o no volveré. Debí haber salido tras ella al momento. Soy un imbécil cobarde.

Se aprestó rápido en su busca. Bazag lo mismo, supo que era inútil perder tiempo discutiendo con él. Gritaron su nombre, a pesar de intuir que la muchacha ignoraría sus llamadas de oírlas. Corrieron hundiéndose sus piernas en la nieve hasta cerca del nacimiento de las botas, no hallaban el rastro ni huella alguna. Desesperados, comenzaban a sentir el frío atravesando sus huesos.

Bazag tironeó de Sablen, por fin el shemita dio con unas pisadas casi tapadas por la nieve. Las siguieron, aprisa. Arreciaba el viento, violento, furioso, la nieve se precipitaba en copos cada vez de mayor tamaño. El rastro desapareció un momento, para luego encontrarlo otra vez.

-¡¡Maclo, Maclo!! –Llamaba Sablen-. ¡No eres culpable de nada!

Bazag no se dio por vencido. No ahora que confiaba en encontrarla. El frío mordía con saña su cuerpo, su rostro era castigado por la nieve, maquillándolo de blanco. Una capa de nieve cubría la barba del grandullón Sablen, sus hombros, su capucha. Les pareció entrever las sombras de unos árboles más adelante. Una ráfaga más fuerte que las otras casi tira al suelo a Bazag. Al levantarse, descubrió a Maclo a pocos metros, un bulto parcialmente cubierto de nieve, inmóvil. Los dos hombres se abalanzaron sobre la caída chica, inerte, pálida hasta la muerte. Le quitaron la nieve de encima, Sablen la envolvió en su capa y la levantó en brazos. Todavía respiraba, débilmente.

-Chiquilla loca, loca. Maldita sea. Mitra, no permitas que muera, no lo permitas. No la dejaremos morir, ¿verdad Bazag? Eres un buen tipo, shemita. ¿No la dejaremos, verdad?

Sin abrir los ojos, Maclo respondió abriéndose paso a través de su inconsciencia, con un hilo de voz:

-Déjame…Sablen…déjame morir. Es mi decisión…yo…

Casi no se veía a un metro escaso debido a la tremenda nevada. El crepúsculo se abatía sobre ellos, eso empeoraba las cosas.

-¡No encontraremos el camino de vuelta, imposible! –trató de hacerse entender el aquilonio. El viento rugía desbocado.

Sablen no sabía qué hacer. Si lograban regresar al campamento, allí estaba Takala y la posibilidad de salvar a la chica, si la supuesta bruja tenía éxito, que de momento no era así. Pero también lo que les acechaba se dirigía hacia ese lugar al parecer. Y Sablen conforme avanzó el viaje, dejó de confiar en los manejos de Takala. Dudaba. No obstante tomó una decisión:

- ¡Takala nos ha engañado, Bazag! ¡Nos ha llevado a una trampa, directos a los brazos de lo que sea que nos persigue! ¡Convéncete! ¡Recuerda que te dije que te estaba hechizando, y lo está consiguiendo! ¡Vayamos a los árboles, quizás encontremos refugio! ¡Maclo no aguantará mucho más!





Acherus

Levántate! ¡Levántate! ¡Levántate, maldita sea!"

Tirado en el suelo, con el frío mordiendo la herida recién recibida, Acherus intentó pensar. Whosoran tenía casi inmovilizada a la bestia, y el primer ataque de Acherus había demostrado que el acero podía herirla. Si había alguna posibilidad, era ahora o nunca: con la bestia parada, sólo era cuestión de buscar su corazón. Si había sangre, por lógica debía haber también un corazón. Solo quedaba rezar a Mitra para que el órgano estuviese situado en el mismo lugar en el que estaba en un ser humano. Eso facilitaría las cosas, y era evidente que necesitaba esa facilidad. Acherus ni tan siquiera estaba seguro de poder levantarse, mucho menos de ser capaz de recoger su espada y apuñalar con fuerza a la maldita bestia.

Y sin embargo, de algún modo sentía que aquel momento siempre había estado allí, que toda su vida había sido sólo una preparación para aquel momento, que los dioses lo habían escogido para matar a aquel demonio. Ah, si tuviese una lanza que clavar profunda en la espalda de la bestia, una lanza que retorcer y quebrar, dejando todo el metal entre los órganos del ser... Una lanza... algo que no tenía. Pero si tenía la espada, a su alcance, apenas estirando el brazo. Recoger la espada, embestir con fuerza y acabar con el maldito ser. Acuchillarla con fuerza, por la espalda, y rebanarle el cuello si aun se movía.

Levántate!"

No había tiempo que perder. Y sin embargo era demasiado tarde. Whosoran había eludido el golpe fatal de la bestia, pero esta estaba ahora suelta de nuevo.

"No importa. Está centrada en él, ni siquiera te verá"

No estaba seguro de si intentaba engañarse a sí mismo, pero lo cierto es que, herido, duraría poco en el frío reinante. Mejor hacer algo mientras estaba aun en condiciones...

________
:arrow:Lo dicho, Acherus intentará recoger la espada y acometer a la bestia. Si es posible, merced a los movimientos de la bestia en su lucha con Whosoran, intentará cogerla por la espalda, y acuchillarla sin contemplaciones. Si no es posible... Bien, si no es posible irá a por la cara de la bestia, olvidándose de su propia seguridad. Todo esto, por supuesto, supeditado a que sea capaz de levantarse, recoger la espada, y atacar. No mencionas que quede incapacitado, así que asumo que puede hacerlo, mermado, pero si no es así, mala suerte :D


Bazag

“O regreso con ella, o no volveré”. Las palabras de Sablen quedan grabadas a fuego en la mente de Bazag. No sabe cuanto tiempo llevaba esperando oírlas. Casi desde el principio del viaje. Si había algún resquicio de su ser falto de convicción, acaba de hacerlo desaparecer. –No eres un imbécil ni un cobarde, Sablen. Esta situación nos supera. A ti, a mí, a todos. Además, tratar con mujeres siempre es difícil. ¿Quién iba a esperar que echase a correr?- le da una palmada en el hombro. –Encontrémosla para no tener ningún remordimiento-

Corren gritando su nombre. ¿Tiene sentido?, apenas puede la voz de Sablen, y lo tiene al lado. Maclo no les oiría salvo que casi la tengan encima.
Todo es blanco, mire a donde mire, un infierno helado. Siempre pensó en el infierno como un lugar envuelto en llamas, ahora se plantea si no será algo parecido a esto. Frío, capaz de helar los corazones de cualquier persona.
En cualquier dirección el paisaje es el mismo. Imposible saber hacia donde habrá corrido Maclo. Solo tiene la esperanza que, al correr desesperada, no habrá ido pensando mucho la dirección. Fue su idea inicial al comenzar a buscarla. Por desgracia, incluso de ser así, no puede estar seguro de seguir sus pasos. Ni siquiera sabe si están corriendo en línea recta.
Otros podrían desesperarse, hundirse, Bazag no. Confía en el azar más que en cualquier dios, por blasfemo que parezca. Esta dirección es tan buena como las otras, ¿por qué seguirla entonces?, precisamente porque no saben hacia donde ir. Usa la lógica en la medida de lo posible, pero siempre que esta le es insuficiente decide jugárselo todo. Por eso disfruta tanto con los juegos de azar… y por eso le persiguen en tantas ciudades. Debe admitirlo, es un sistema que dista mucho de ser infalible.

Por fin encuentran un rastro. Si la ventisca no lo ha borrado aún es porque la chiquilla está cerca. Desnuda, con esta temperatura… -Dioses, que no sea tarde- Aceleran aún más el paso, espoleados por la esperanza de dar con ella.
El viento casi le hace caer al suelo, entonces la ve. Sablen se apresura a envolverla con su propia ropa y levantara de la nieve. –No Sablen, no va a morir- Pero para vivir en una situación como esta, lo más importante es querer hacerlo. El frío la ha debilitado, mucho. Si ella se rinde morirá. Es más, si pierde la consciencia probablemente morirá. Bazag se acerca a Maclo, para que ella le pueda oír bien. –No es tu decisión, Maclo, y lo sabes. Tú no quieres morir. Quedan muchas cosas que quieres ver y hacer, demasiadas, ¿verdad?- Agarra las manos de la joven –Tan solo has decidido que si mueres dejarás de ponernos en peligro. Eres demasiado buena - Sonríe tan cálidamente como puede –Tú no tienes la culpa de nada de esto, la bruja te maldijo, es ella la culpable. Y no nos estás obligando a hacer nada, todos estamos aquí porque queremos. Nos hemos arriesgado hasta este punto, si ahora mueres, ¿qué sentido habría tenido nuestro esfuerzo? Si realmente estás preocupada por nosotros, debes sobrevivir, y recuperar tu forma humana, para siempre.- La mira fijamente. Es casi una niña, no puede dejarla suicidarse de este modo. – ¿Sabes por qué vine? No voy a engañarte, soy un mercenario, me habría bastado el dinero que tu padre me ofrece… incluso la idea de enfrentarme al peligro. Soy esa clase de persona, ¿lo entiendes? Pero si no hubiesen podido pagarme, si hubiese decidido que esto es demasiado arriesgado incluso para mi gusto, habría venido. Tu padre salvó mi vida cuando yo era muy joven, un ladronzuelo. Los hombres de la guardia, sus hombres, me apresaron. Él dijo que no me ejecutaran, que debían darme una oportunidad. Así que se lo debo, y yo siempre pago mis deudas.- Menos las monetarias. Ella no necesita saber eso último. –Pero tampoco se trata solo de devolver un favor. Tu padre ayudó a un chiquillo, que hoy se ha convertido en mí, porque necesitaba ayuda. Es así de simple. Ahora yo quiero ayudarte porque necesitas ayuda, porque alguien lo hizo por mí en su momento. Lo que te ha ocurrido es injusto, pero vas a vivir para contarlo. Si entonces te sientes mal por todo lo ocurrido, recuérdalo cuando en el futuro encuentres a alguien que necesite ayuda de verdad, y obra del mismo modo. Pero muriendo ahora solo habrías conseguido que nos internemos en mitad de este infierno helado para nada. Vive-

Se incorpora del todo para hablar con Sablen. –Nos turnaremos para llevarla, así le daremos calor con nuestros cuerpos y nos podremos reponer. Debes ir frotando su cuerpo… no estás atentando contra su honra ni su dignidad, solo intentas que recupere el calor*. Además hay que ir hablando con ella en todo momento, de lo que sea. Si se queda dormida tal vez no despierte- No sabe mucho más, la nieve no es su elemento. Si estuviesen en el desierto sabría cientos de formas para solucionar cualquier problema. Aquí es un pez fuera del agua.
Sablen no quiere volver. Sigue pensando que Takala les ha engañado. Él sigue pensando lo contrario, se pregunta si realmente la mujer habrá conseguido hechizarle sin darse cuenta. Incluso pudo cambiar el lanzamiento de moneda. No, él confía en Takala. Entiende que si responde así a Sablen, este tendrá más motivos aún para dudar. Uno confía, el otro desconfía, ¿cómo explicarle que él tiene razón?, ¿y si no la tiene? Comprende entonces que debe pensar como Bazag el mercenario, el ladrón, no como el hombre que se ve superado por las circunstancias. – ¿Tú sabes como ayudar a Maclo, Sablen? Yo sé cuanto te he dicho, que debemos mantenerla caliente, moverla, evitar que su temperatura siga bajando, y hablarle para que no se duerma. Nada más, no sé si eso la salvará o solo la mantendrá viva algo más de tiempo. Entiendo que desconfíes en Takala, no te voy a pedir lo contrario, pero ella es la única esperanza de salvar a Maclo. Es duro, mucho, pero es así, sabes que es así, ¿No vamos a arriesgarnos? Debemos regresar, es nuestra única opción. Además, allí hay fuego encendido, aquí no conseguiremos una fogata mientras dure la ventisca-

Espera haberle convencido porque el tiempo es vital. Se han alejado bastante. Ahora deben regresar. –Escúchame, Sablen. Takala no dejará morir a la chica. Pero si en algún momento piensas que es así, si nos traiciona, yo mismo la mataré. Un solo golpe, sin piedad, tienes mi palabra. En este momento lo único que quiero es salvar a la chica.-
Retomar el camino, en caso de poder hacerlo (porque si Sablen no cede y quiere llevarla a algún lado, les seguirá), será complicado. Deben volver sobre sus pasos. Ahora no buscan a Maclo, pueden concentrarse en caminar recto, desandar el camino andado, pero la nieve no ayuda mucho a orientarse. Por eso es vital salir aprisa. Tienen pocos puntos de referencia. La ladera por la que resbalaron, con suerte las huellas de los hombres simio, más pesados que ellos, y sus propios sentidos de la orientación. –Vamos, Bazag, te has orientado en las arenas del desierto, esto no es muy distinto, solo cambia el color- Confiará en su memoria física, en su orientación. Si antes tenían prisa por alcanzar a Maclo, ahora tienen todavía más.
Cuando se estén acercando al campamento, si lo consiguen, avanzará con cierta antelación. Si es cierto que esa bestia ha encontrado a los demás, Sablen no puede entablar combate con Maclo en brazos.


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*Habría modos mejores, como hacer un agujero en la nieve y “enterrarse”, pero es improbable que un tipo nacido en el desierto supiese esas cosas.


Whosoran

Rápida como un rayo, la bestia agarró el hacha al vuelo...y se lanzó sobre mí, antes siquiera de que hubiese asimilado lo que acababa de ver, antes de llegar a la conclusión de que vencer a tal bestia no era posible.
Defendiéndome in extremis, luchando sin respiro. No tenia tiempo de desmoralizarme ni de pensar en nada que no fuera la propia lucha. Me había trasladado a un mundo en el que no existían ni Maclo, ni Acherus, ni Takala ni la nieve o el frío...un mundo habitado por mí y esas afiladas garras.

Rodé por el suelo, evitando por poco un brutal zarpazo que me habría partido en dos... cualquiera desarmado y sobrepasado tan claramente por un oponente retrocedería instintivamente, preparando una última defensa. Un contraataque de algún tipo. Whosoran no era cualquiera.

Años de lucha cuerpo a cuerpo, cientos de combates ganados y perdidos, hacían que mi cuerpo reaccionase sin pensarlo, buscando el contacto, la confrontación, a la bestia....y, ahora que todavía estaba cerca de ella, sin tiempo a nada, intenté colgarme de su cuello, por la espalda...o por el lateral, buscando una llave, una postura, que me alejase de sus garras y sus dientes...una postura desde la cual poder poner mis dedos sobre su traquea y poder aplastarla, o hundir mis dedos en sus ojos, arrancándolos de sus órbitas..
No estaba acostumbrado a enfrentarme a oponentes más poderosos que yo. Pero Whosoran no siempre había sido grande y fuerte. Whosoran era un hombre que había sido dejado por muerto muchas veces, por tipos mucho más fuertes que él...y siempre se había vuelto a levantar...y siempre había vencido al final.
Bestia o demonio, el ser que le miraba con ojos brillantes y malignos. No era más que un tipo más en la vida de Whosoran.

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