miércoles, 15 de febrero de 2012

Hechicería y Acero, 28




28


Whosoran giró una vez más sobre sí mismo y se lanzó sin pensarlo sobre la bestia. Ni hombre ni demonio había nacido que pudiera detener al mercenario o hacerle hincar la rodilla. No rehuyó el encuentro como harían otros, al contrario, audaz, se aprestó a ser el primero en dar el golpe.

Los músculos de hierro del turanio se tensaron y chocaron contra la masa de acero que representaba su enemigo. El bestial ser eludió las tenazas de los brazos de Whosoran, deteniendo su ataque, aprovechando el impulso del hombre para hacerlo voltear sobre la espalda de la criatura. Enzarzados, el turanio logró asestar un puñetazo en la mandíbula de su rival, fue igual que golpear una sólida roca. Encajó el tremendo golpe y las garras acuchillaron los antebrazos del turanio, la sangre saltó y tiñó de rojo los copos de nieve que caían furiosos. La zarpa izquierda hizo presa en su cuello de toro. La colosal criatura lo alzó en el aire sujeto por el cuello, apretando brutalmente la garganta. La astucia y crueldad destellaban en la mirada asesina del demonio. Enseñó las fauces preñadas de afilados dientes una vez más, en una mueca cargada de desprecio.

Algo conmocionado, luchando contra el frío y el dolor, Acherus se puso en pie y empuñó la espada. Descubrió al monstruo luchando con Whosoran, que le plantaba cara. Vio como levantaba en vilo a su compañero amenazando con aplastarle la tráquea. Era el momento, ahora o nunca.

Se abalanzó contra la bestia a través de la nevada. Ella se giró, lo había oído. Sin embargo el caballero ya estaba sobre el coloso, y la espada habló por él. La bestia se movió evitando el golpe directo, no obstante el acero atravesó su carne pétrea hundiéndose en uno de sus costados medio palmo. El demonio aulló, y, con fuerza increíble nacida de los pozos sin fondo del infierno lanzó a Whosoran hacia Acherus. Los dos hombres chocaron, la hoja de Acherus salió del cuerpo rasgando más carne y ambos mercenarios acabaron en tierra. Desde el suelo, vieron a la fiera colocarse en posición de ataque, flexionando las rodillas, arqueando la espalda, furiosa, herida, regueros negros de su sangre manchando el blanco níveo. Abrió las garras, erizadas de largas y siniestras cuchillas.

Desde atrás, Takala arrojó algo a la cara del endemoniado ente. Una bolsita abierta que derramó un polvillo carmesí en su frente y ojos. Reculó la bestia, gruñendo, limpiándose los ojos, enseguida irritados, enrojecidos, parcialmente ciegos. Bufó, parpadeó, miró con rabia a la mujer.* Esto, al menos, dio tiempo a los dos mercenarios para medio incorporarse. El diablo estaba preparado para saltar, paseaba su mirada de Takala a vosotros dos. La mujer, de súbito, echó a correr bajo la silbante ventisca:

-¡Al cementerio, al cementerio! –gritó.

La criatura se lanzaría a por ella o a por vosotros en un instante. En el suspiro que separa el calor de la vida del hielo de la muerte.




Maclo devolvió una mirada vacía a la intensa que lucía en la cara curtida de Bazag. Cerró los ojos la muchacha, pálida en extremo. Negó con la cabeza cuando terminó de hablar el shemita:

-Moriremos. No hay futuro. Moriremos. Todos. Dejadme.

Estaba casi inconsciente. Sablen dudó. Los duros ojos del aquilonio reflejaban la incertidumbre, las contradicciones con las que su alma se encontraba luchando. Miró a la chica. Luego otra vez a Bazag.

-Maldito seas si te equivocas, Bazag. Y creo que es así. Mas tienes razón en que debemos mantenerla viva. Esos árboles…Mitra, no podremos hacer un fuego pero quizá si cobijarnos de la ventisca –pausa crispada- . De acuerdo, regresemos. Y no, no matarás tú a esa bruja, lo haré yo con mis propias manos

Regresaron. O al menos lo intentaron. Cada paso representaba un gran esfuerzo, fustigados por el aullante viento, por los cebados copos de nieve que no dejaban ver más allá de un metro. Se hundían hasta casi las rodillas en la blanca alfombra, el frío atravesaba sus ropas, traspasaba sus cuerpos y corazón. Seguían un camino por puro instinto, encontraron el desnivel, suponiendo que fuese el mismo, y lo salvaron con dificultad. Caminaron sin guía, con el rugido del viento castigando sus oídos. Sablen trataba de que Maclo no se durmiese, pero a duras penas lo conseguía. Y si acababa por perder el sentido, eso podría significar su muerte.

No llegaban junto a sus compañeros. Debería ser así, pero seguramente erraron en mucho o poco la dirección. La tormenta soplaba inmisericorde, salvaje, descontrolada, no cedía. Ellos tampoco. Sablen tropezó con algo y casi se cae. Descubrieron el cuerpo tendido de uno de los hombres-simio, medio cubierto de nieve; le faltaba la cabeza, arrancada de su fuerte cuello.


OFF

* Esta es la ayuda que puede ofrecer Takala a la petición anterior de Acherus.

Estado mercenarios:

Acherus, pierde sangre, costilla rota, disminuido físicamente por tanto.
Whosoran, aparte de los golpes, caricias en los brazos y que casi le parten el cuello, está bien.
Sablen y Bazag, con mucho, mucho frío encima. Y lo que ello entraña.
Maclo, medio helada, constantes vitales al mínimo.
Takala, psicológicamente recuperada de la experiencia y trance anteriores, pero asustada y su cuerpo no se ha recobrado del todo del frío que padeció.




Bazag

La chiquilla ya está demasiado hundida para intentar animarla. En realidad no lo ve imposible, tan solo lo es que lo haga él. Debería estar viendo otros rostros. De sus familiares, de sus amigos. También el de Whosoran, pero el maldito no quiso venir.
Bazag, acostumbrado como está a ver gente en las peores condiciones, no puede evitar pensar que todo esto es injusto. La joven debería estar en su hogar, acudiendo a esos estúpidos bailes de la nobleza, o llenándose la cabeza de pájaros al escuchar historias sobre apuestos caballeros. No debería estar pasando por esto.

-No vas a morir, y nosotros tampoco. ¿Sabes por qué?, porque te doy mi palabra, saldrás de esta. Jamás he incumplido una promesa, no voy a empezar ahora-

Vuelve a mirar a Sablen. –Así sea, la matarás tú… pero esperemos no necesitar llegar a tanto- Significaría que Maclo ya ha muerto. No puede aceptarlo. Incluso si ahora no conocen el modo para devolverla a su forma humana. Matarán a la bruja si es necesario, pero no va abandonar a la joven.

Mientras caminan, cuando Sablen carga con Maclo, él intenta colocarse en la dirección de la que viene el viento. Así evitarán el frío lo mejor posible. No es mucho, pero no hay nada más que hacer. Cuando sea él quien la cargue le dirá a Sablen que haga lo mismo. Ahora les vendría mejor el fuego. Daría cualquier cosa por ser capaces de encender una hoguera. Maldice pensando en cuantas veces se refugió del calor en su tierra natal.
El frío es mucho peor. Poco a poco pierde sensibilidad en el cuerpo, tan solo puede seguir notando frío y más frío. Los músculos se entumecen, negándose a avanzar más, pero el camino aún es largo. Todo el esfuerzo extra se hace patente al subir aquel maldito desnivel. Es como andar con varios troncos atados a las piernas. Sigue maravillándole que algunas personas sean capaces de vivir en un clima tan hostil.

Deberían haber llegado al improvisado campamento, o al menos estar bastante cerca. –Cerca… podríamos tenerlo al lado y no darnos cuenta- A penas puede ver a unos metros de distancia. Cierra los ojos, intentando captar algún sonido. Con la ventisca sería difícil, pero merece la pena hacerlo. Cualquier pista sobre donde debe dirigirse es mejor que andar perdidos. –Si la hubiésemos agarrado antes, ¡maldita sea!- No tiene sentido pensarlo ahora, ya está hecho, demasiado tarde para cambiarlo.

Escucha a Sablen tropezar con algo. El cadáver de un hombre simio. Se han cruzado con algo bastante fuerte para arrancarles la cabeza.
Antes consideraba que estos salvajes eran poco más que animales, ahora piensa en el mérito que tiene sobrevivir en un clima como este. Ha muerto, si, pero luchando, no por el frío. Le encantaría ser capaz de soportar semejante temperatura sin usar ropa.
Queda pensativo unos instantes mientras contempla el cuerpo. A Maclo cada vez le queda menos tiempo. –Dime, Maclo, ¿cómo era tu hogar?- Lo sabe perfectamente, ha vivido allí, solo quiere que la chica hable.
Se agacha desenfundando uno de los cuchillos. –Lo siento, a ti ya no te va a servir- piensa mientras lo hunde en la piel del cadáver. No es demasiado hábil haciendo esto, de hecho le desagrada, aunque no sean del todo humanos. Tal vez si no pareciesen más simios que personas le sería imposible. Sigue siendo atroz, pero lo cierto es que estos hombres simio son capaces de sobrevivir en la nieve, su piel, cubierta de pelo, es capaz de soportar el frío mucho mejor, por eso va a arrancársela lo más rápido posible. No necesita hacer un trabajo fino, no pretende hacer un traje, solo moverse con velocidad. – ¿Te contaban historias o cuentos de pequeños?, a mi sí, uno sobre cuarenta ladrones- sonríe – ¿Cuál era tu favorito?-. Animará a Sablen para que haga el mismo tipo de preguntas. Le parece más probable que responda a algo así, sencillo, inocente, que intentar mantenerla despierta recordándole que debe ser fuerte.

Cuando acabe cubrirá a Maclo con las pieles, no cree que sobre mucho. Luego revisará los alrededores. Si la ventisca enterró el cuerpo tampoco habrá huellas, pero con encontrar el más mínimo rastro… Ellos perseguían a la bestia, la bestia a sus compañeros. Quizás consigan llegar hasta los demás, con algo de suerte. De lo contrario comenzará a gritar, llamándolos a todos por sus nombres. Le da igual si les oye quien no debe, es una situación bastante desesperada.
De fallar todo, comenzará a buscar algún lugar donde resguardarse, el que sea. Sacará la manta de su mochila para abrigar aún más a la muchacha. Si encuentran un refugio intentará hacer una hoguera. No hay mucho que prender, pero lleva más cosas en su mochila. Una cuerda, mapas. Ahora mismo nada vale tanto como una pequeña hoguera. Además se asegurará de frotar todo el cuerpo, incluso de hacerla moverse aunque sea a desgana. Si sobreviven hasta el fin de la tormenta tal vez tengan alguna posibilidad.
Si llegan a encontrar refugio, le dirá a Sablen que deben permanecer pegados para compartir el calor entre los tres. Comienza a sentirse impotente… espera estar equivocado.




Acherus

Acherus no podía creérselo. Medio palmo de acero en el costado, más el desgarro al salir el metal de sus entrañas. Y la bestia, lejos de derrumbarse, parecía aun más amenazadora.

"Oh, Mitra, parece que no he hecho más que enfadarla. Eso habría matado a un hombre fornido. Debería estar en el suelo, vomitando su propia sangre, ahogándose. En lugar de eso, atacará de nuevo..."

En ese momento, el mundo se fue definitivamente al infierno. La maldita mujer -y en este caso, no era un improperio, si no algo literal- arrojó algo a la bestia, unos polvos, y les conminó a huir hacia el cementerio. Medio atontado por el dolor y el frío, Acherus tardó un instante en reaccionar.

"Un cimmerio llenaría de insultos a su dios, y se lanzaría a por la bestia. Y, muy probablemente moriría. Los hombres civilizados no. Un hombre civilizado huiría. Y, muy probablemente moriría. Así pues, debo decidir ante dos opciones que, aparentemente sólo difieren en la forma: morir luchando con la bestia cara a cara, o morir a traición por la espalda. Pocas esperanzas, ninguna, en ambas situaciones."

Acherus salió corriendo. Quizá el demonio escogiese a otro. A Takala, que había sido la última en enfurecer a la bestia, o a Whosoran, que había osado intentar vencerla en su terreno. Pero desde luego, si medio palmo de buen acero no la había detenido, realmente no había tanto que pensar.

"Debe ser el frío. Jamás habría dudado ante una elección tan obvia. El frío... o el fuego que me quema el costado."

Y mientras trataba de correr en la dirección adecuada, dejó de pensar, e intentó centrarse en rezar a todas las deidades conocidas.

... Nunca se sabía quien podía estar escuchando...




Whosoran

Como si fuese un cachorro, la criatura me lanzó sobre Acherus, dejándome unos instantes confundido y sin aire en los pulmones. Luego, me forcé a mí mismo a girarme sobre la nieve y mirar hacia el monstruo, que, justo en ese instante, retrocedía algunos pasos debido a algo que Takala le había hecho...
Fue entonces cuando Takala empezó a correr...gritando ¡Al cementerio, al cementerio!

Ni siquiera lo pensé, desarmado no me sentía con posibilidades de plantar cara a ese monstruo. La cuestión era...podría correr más que el herido Acherus? ¿O la bestia era lo suficientemente maligna como para matarnos rápidamente en nuestra huida...o incluso cerrarnos el paso?
Si alguien tenía que sobrevivir, sería yo. Incluso si tenía que hacer que la bestia se comiese a Takala o al aquilonio...


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