jueves, 23 de febrero de 2012

Hechicería y Acero, -31


31



La lucha de los dos titanes en el confín del mundo, en los hielos perdidos del norte, en medio de una tormenta de nieve y el rugir del viento mezclado con los gritos guturales de ambas gargantas, llegaba a su fin. Un final que se saldaría con un solo contendiente vencedor: la Muerte.

La bestia bloqueó el brazo que aferraba el cuchillo con desesperación el turanio. Clavó las siniestras garras en el cuello del Toro de Turán; penetraron las uñas igual que cuchillas de barbero, destrozando carne y cortando las arterias. Whosoran, frenético, hundió en dos ocasiones el cuchillo en el costado y la espalda de la criatura endemoniada, buscando una y otra vez su cuello, o el ojo sano, incluso la cabeza.

Las mandíbulas de su oponente chasquearon y mordieron con fuerza brutal el brazo de Whosoran. El ataque iba destinado a su pecho y el brazo lo evitó. Sintió el dolor y el crujido del hueso al partirse.

Whosoran perdía sangre a borbotones a través de las heridas de la garganta. Sangre y vida. Sin embargo no se dio por vencido. La bestia colosal golpeó en su cara con el puño de hierro, machacando huesos y el ojo izquierdo del turanio. Rodaron en el hielo, en una presa mutua. El antebrazo izquierdo del turanio fue arrancado de cuajo. Y en ese instante cuando levantaba la cabeza la bestia todavía con el trozo de carne ensangrentada entre sus afilados dientes, el turanio logró su objetivo: la hoja acerada de su puñal entró hasta el fondo en la sien de su rival. Este todavía tuvo fuerzas para aplastar una vez más con su puño la cara desfigurada de Whosoran, y para levantarse incluso. Pero acabó por desplomarse dejando tras de sí un aullido desgarrador que atravesó el bramido del furioso viento.

Whosoran todavía vivió un poco más. Su corazón se resistía a cesar de latir. Sobre el charco de su propia sangre, rojo sobre blanco, sentía el viento y la nieve fustigar su cuerpo castigado.

La nieve que cubría sus cabellos, su rostros, sus ropas…



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El caballero se alzó en toda su estatura, temblando de frío, encogido el corazón, cansado y herido. Pero también mostrando el valor que siempre le acompañó, siendo consciente que sus acciones de esa noche le habían finalmente pasado cuentas. Su sentido común, su sentido de supervivencia le habían hecho salvar el pellejo. Hasta ahora. Ya solo quedaba luchar para no perder vida y alma.

Los seres de ultratumba le miraron sin expresión alguna. Sin embargo sus miradas vacías estaban llenas, de algún modo, de siniestra maldad, o, mejor, de oscura indiferencia. No respondieron. Avanzaron simplemente hacia Acherus. Este repitió su impotente sugerencia. Una propuesta. Desesperada. ¿Comprenderían lo que quería decirles?

Avanzaron. A Acherus no le quedó otra que enarbolar su espada y defenderse. La espada. No recordó en su urgencia las palabras de Takala. El acero que empuñaba podría ser su perdición.

El golpe circular atravesó el viento. Y la sustancia de uno de esos seres. Cortó…notó como si fuese un velo sutil apenas palpable. Algo semejante. Sencillamente el acero pasó de largo sin dañarlo en absoluto. No, no eran necrófagos. ¿Muertos de verdad?

“Un alma entra, otra sale. Ese es el cambio”

¿Eran las palabras de Takala que resonaban en su mente, u otra voz que se lo coló en su cerebro? Fue un segundo, suficiente para desorientarle y que una de esas cosas, la de aspecto femenino, le tocara en el hombro. Saltó atrás el caballero por el contacto, aterrado. Allá donde le rozó, la tela se desgajó, se pudrió y luego la carne tomó un color violáceo, negruzco, empezando a pudrirse también. En tan solo unos instantes. Los justos para que el de los ojos amarillos y coleta le propinase un puñetazo en el pecho. El efecto fue semejante al causado en el hombro, la piel y carne se desprendía lo mismo que una flor se abre al amanecer. El angustioso dolor le robó la respiración un momento, y creyó que su corazón se detenía. No fue así. La espada sajó de nuevo y se encontró otra vez con el vacío helado-

“Un alma entra, otra sale. Ese es el cambio”.

Lo escuchó de nuevo en su cabeza. Vio la tumba donde antes estuvo Takala. Los seres le rodearon. Oyó apagado por la tormenta otro grito de aquellos salvajemente guturales más allá del cementerio.



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LA moneda decidió una vez más el camino a elegir. Sablen miró a Bazag, sin comprender, no creyendo lo que veía:

- Eres como un niño. Incapaz de decidir por ti mismo. Dejas a la suerte que elija por ti. Nuestras vidas a una tirada de una moneda. Dioses…

Meneó la cabeza, perplejo:

- Qué demonios…qué más da –se encogió de hombros-. No nos puede ir peor. Y si morimos, alguna vez nos tiene que tocar. Vamos.

El aquilonio cargó con la chica, mientras Bazag abría el paso. De nuevo sumergidos en la voraz tormenta que no cesaba y en una oscuridad blanca que apenas permitía ver a pocos metros delante. Sin huellas, sin rastro, tan solo una presunción. Helados de frío, acosados por la naturaleza y por algo que no atinaban a descubrir su origen.

Un nuevo rugido estremecedor, henchido de dolor y rabia, les señaló el camino. Bazag cerró con energía los puños en torno a las empuñaduras de sus armas. El destino estaba próximo. Muy cerca. No había otro lugar a donde ir.

Caminaron penosamente y casi se dan de bruces con el cadáver de algo enorme, medio cubierto por la nieve. Parte de su cabeza se veía y en ella sobresalía un cuchillo clavado hasta el fondo. Era una bestia colosal, muy grande, de afilada dentadura y largas y cortantes garras. Ahora solo un cuerpo que no tardaría en quedar cubierto por la espesura blanca.

A pocos metros, el cuerpo de Whosoran también estaba tendido sobre la nieve. Casi tapado por completo. Quedaban rastros de sangre todavía fresca bañando la nieve. La cara estaba destrozada, trozos de huesos se veían en la carne abierta. Maclo estaba de nuevo inconsciente. Sablen suspiró:

-Maldito bastardo. El cabrón tenía cojones. Mira el aspecto de esa bestia –alzó la cabeza-. ¿Dónde diablos está Acherus?

Bazag miró aquí y allá. Nada. Pero se dio cuenta que más adelante se encontraba el cementerio. Habían regresado a él.


Acherus

Un alma entra, otra sale. Ese es el cambio

¿Que era aquello tan importante? ¿Cual era el detalle que se le escapaba? Bien podría ser que aquellas cosas se estuviesen metiendo en su cabeza, alterándolo, distrayéndolo, pero Acherus no creía eso. En el fondo de su corazón no estaba tan lejos del niño que una vez fue. Si algo tenía claro era que, por mucho que un hombre forje su camino, difícilmente puede escapar de los usos y costumbres aprendidos en al niñez. Y si había aprendido a usar la espada y la lanza, a cazar y a cabalgar, también había aprendido acerca de la piedad de Mitra, con su madre. Era lo único que podía recordar de ella: las palabras de amor, entremezcladas con enseñanzas religiosas. Y he aquí que ahora, en ese preciso instante, las viejas costumbres volvían, y Acherus pensaba que las palabras que le llegaban habían de ser de la propia Mitra antes que de aquellas cosas. Por blasfemo que aquello pudiera parecer... Mitra quería que recordase las palabras de Takala. Las palabras... las palabras... pero la agonía que sentía en su pecho era tan terrible...

"¿Es posible que esto sea un castigo por haberlos abandonado a todos? ¿Un castigo por toda mi vida pasada, por todos mis errores? Mitra, ¿Pretendes ofrecerme una salida? Si, una salida... ¡Yo te he invocado, Mitra! ¡Y tu me has respondido!"

Ahora las palabras de Takala volvieron a él. Todas, tal y como ella las había pronunciado:

"Pensé que su amor hacia mí le haría ayudarme. Me dejé engañar, a sabiendas de que su alma torturada solo desea salir de su encierro. No os dije nada, segura de que en tal caso no lo harías. Además, pensaba ofrecerle la mía, y eso hice, ¿qué más me daba? Yo estoy maldita y puedo salvar a Maclo. Pero no la acepta, supongo que por eso mismo. Me hizo mucho daño, mucho. Es un…no es él, ya. Lo sabía, claro que yo lo sabía. Pero creí que quizás…Oh, dioses. Un alma entra, otra sale. Ese es el cambio."

Y allí halló la respuesta: Takala no había sido aceptada, quizás por estar maldita, quizás por ofrecerse desinteresadamente. Quizás incluso porque aquel ser que había llevado la misma sangre si la quería. Pero Acherus no estaba maldito, que el supiera, ni tenía lazos de sangre con aquellas gentes. Y desde luego no se ofrecía desinteresadamente. La salvación, nada menos, era lo que pretendía obtener, si es que eso era posible. Si Maclo sacaba algún bien de aquello, tampoco importaba. No era por ella por quien pensaba inmolarse. Sólo tuvo un corto pensamiento para uno de sus compañeros, para el turanio.

"Si he de morir por salvar a alguien... espero que no seas tu..."

Llegaría a aquella tumba donde Takala se había ofrecido, y se ofrecería a él mismo. Ya solo podía aferrarse a una fe negada largo tiempo. Si eso era todo lo que le quedaba en ese instante, tanto daba arriesgarse: moriría igualmente. Y con ese pensamiento en mente, intentó mentalizarse para no variar su camino ni aun cuando lo alcanzasen las cosas. Sólo tenía que procurar que no le tocasen la cabeza, pues necesitaba ofrecerse a aquel ser. Un último pensamiento -la duda de si aun llevaba el viejo amuleto en su mano izquierda, insensible, o si lo había perdido- y una última carga, en silencio, hacía la muerte, la condenación, el infierno o quien sabe si la salvación y el perdón. En cualquier caso, una última carga hacía la incertidumbre de la confrontación. Los viejos hábitos nunca mueren...

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==> Bueno, al final algo bueno tenía que intentar Acherus. A ver si sirve de algo. En cualquier caso, para bien o para mal, no se me ocurría otra cosa...




Bazag

-¿Cuál es tu Dios Sablen?- Una pregunta común, pero rara dadas las circunstancias, sin embargo no se le ocurre otra forma de explicarlo. –Yo creo en el azar, o en el destino si lo prefieres. Cuando era joven era un ladronzuelo… bastante hábil debo añadir - sonríe –Sabía que me atraparían antes o después, pero el riesgo solo lo hacía más divertido. Me atraparon, y podían haberlo hecho en cualquier otro momento, cualquier otro guardia. Sin embargo, el que tuvo la suerte de estar allí cuando yo falle en mi huida, era un tipo lo bastante contenido como para llevarme ante su superior en lugar de hacer justicia allí mismo, como suele ocurrir. Su superior, al menos aquel día, era el padre de Maclo. Cualquier otro me habría cortado la mano, o las dos, pero él pensó que si había eludido a sus guardias tanto tiempo podía serles útil, y me enseño a luchar. ¿Lo ves?, puro azar, o la senda marcada por el destino. El mínimo detalle que hubiese sido de otra forma y todo habría sido distinto. Abandoné la guarnición de la ciudad, busqué aventuras. Perdí todo a los dados, huí a otra ciudad obligado por las deudas- vuelve a sonreír –En otro lugar me cansé de encargos absurdos, de las mujeres… siempre el azar, el destino, ¿me sigues? Y acabé de nuevo, sin planearlo, con la misma persona que me salvó la vida hace tanto tiempo justo cuando él necesitaba ayuda.- Lanza la moneda al aire un par de veces, contemplándola ensimismado, pensando en el poder que tiene sobre su vida algo tan pequeño. No, no es tan pequeño. La moneda es solo su forma de comprender el destino, pero es mucho más complicado de lo que la mente de un mortal puede comprender. –Puede parecerte una locura, pero aquí estoy, ¿verdad? No digo que baste con confiarlo todo al destino, o a la Fe si te gusta más. En la cueva podríamos habernos sentado a esperar y habríamos muerto. No, amigo mío, esto no funciona así. Tienes que salvarte a ti mismo, luchar con tu propia espada. Saltar, correr, huir. El destino te lleva a un lugar, te pone en una situación, a partir de allí es cosa tuya. Ni toda la buena suerte del mundo va a librar tus batallas, eso tenemos que hacerlo por nosotros mismos, lo sé. Sin embargo dime, ¿no es extraño que sea precisamente yo de todos los mercenarios del mundo quien acabase llegando justo antes de comenzar la expedición?, la oportunidad de pagar mis deudas, de ayudar a Maclo. Un mes antes y no me habría unido a vosotros, nunca paso tanto tiempo en una ciudad. Unos días después y no me habría unido a vosotros, ya habríais partido. Si lo piensas, una sola partida que me hubiese ido mejor, o una que me hubiese ido peor, y todo sería distinto. Azar. Destino*-

Avanza siempre en tensión. Cada vez queda menos tiempo. Le cuesta seguir los pocos rastros, y en realidad la mayoría de veces no tiene claro en qué dirección está caminando. Es curioso, un desierto no resulta demasiado distinto. Arena en todas direcciones. En una tormenta jamás sabes hacia donde ir. Pero en un desierto sabe guiarse. Esto es igual, más frío y más blanco, pero es incapaz de distinguir dos montones de nieve distintos.
Le preocupa Maclo, no aguantará mucho más. Ya empieza a perder la consciencia. ¿Qué puede hacer él? Deben intentar mantenerla despierta a toda costa, o eso cree, no está seguro. Supone que es más importante mantenerla caliente.

Al final topa con algo, un cadáver. Jamás había visto nada semejante. Es una auténtica aberración. No quiere imaginar lo que ha podido matar a algo así. Entonces ve otro cadáver y lo comprende. –Sablen, no pases por aquí- espera que su mirada baste para explicarlo. Si la joven ve el cuerpo maltrecho de su amado… será el fin, así de fácil.
Escupe al cadáver de la bestia. Se han matado el uno al otro, o eso cree. Escupe con desprecio. Luego se aproxima hasta los restos de su compañero. –Te juzgue mal. Si podías luchar podías huir, pero has matado a ese monstruo**. ¿Ha sido por ella?- intenta cubrirle completamente con nieve. No es un entierro digno, pero no hay tiempo para más. –Encuentra el descanso-

Acelera la marcha para llegar de nuevo hasta Sablen. –Parece que se dirigían al cementerio. Tal vez solo huían de la bestia o tal vez querían intentarlo de nuevo. Como sea, creo que nuestra única oportunidad es alcanzarles- A los que queden vivos, pero eso no lo dice, no quiere que se entere Maclo… ni quiere pensarlo él – ¿Quieres que ahora la lleve yo?, debemos estar lo más frescos posibles… por si hace falta- En realidad ambos están cansados ya, y Sablen parece más fuerte, pero puede necesitar un relevo. – De lo contrario seguiremos como hasta ahora. Iré unos pasos por delante. Tú… intenta mantenerla caliente. No podemos perderla… todo esto tiene que haber servido de algo.-




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