sábado, 18 de febrero de 2012

Hechicería y Acero, 29-30



29


Mercenarios. Conocían bien el negocio, salvar el pellejo cuando no había otra opción. No se inmolaban en beneficio de alguien con menos posibilidades de protegerse por sí mismo. No pretendían que su recuerdo quedase grabado en la memoria de un pueblo condenado a la destrucción si ellos no intervenían.

El sentido de la supervivencia era mayor que la bolsa que pudieran obtener.

Takala se internó bajo la cruda tempestad. Whosoran no lo pensó un instante y corrió por el lado derecho de la bestia. Acherus tardó algo más en reaccionar y cuando lo hizo se precipitó lo más rápido que pudo por el costado derecho de la colosal criatura. Los dos querían escapar a las garras de esta, convencidos de que no era posible vencerla; se alzaba imponente delante de ellos, con el cuerpo ensangrentado, en apariencia imparable, a punto de saltar sobre ellos para darles el golpe mortal definitivo. No se plantearon ayudar a Takala, o enfrentarse al demonio agrupando fuerzas, aunque estuviesen convencidos de que tanto en un caso como en otro, su muerte era cierta. Simplemente pensaron en escapar, en huir. Al cementerio, ¿representaba una posibilidad de salvación? Creían que la criatura se conformaría con una sola víctima.

El demonio no era un estratega. Actuó lo mismo que ellos, por instinto, vio que una de sus presas escapaba y fue a por ella. Saltó en dirección a Takala, igual que un resorte, olvidándose momentáneamente de los dos hombres. Se perdió bajo la espesa capa de nieve igual que antes lo hiciera la mujer.

Whosoran y Acherus lucharon ahora contra el violento vendaval. Rugía el viento en frenesí, pura ira desencadenada. Apenas se podía ver a unos pocos metros, dirigiéndose a través de la nieve que caía sin parar, del frío y del furioso aire que pugnaba por no dejarles avanzar y tirarlos al suelo. Temiendo a cada paso el zarpazo de la bestia. El turanio, al fin, distinguió más adelante los primeros túmulos de la necrópolis, de manera que debía estar ya casi en la linde de ella. Había abandonado a Maclo, dejado a su suerte a Takala y olvidado casi de Acherus, en la esperanza de que cualquiera de estos dos últimos entretuviese a la bestia. Vio una sombra detrás a su derecha y se preparó para lo peor, sin embargo respiró algo aliviado al comprobar que era Acherus. El caballero, renqueante, avanzaba tragándose el dolor de la herida y de la costilla fracturada que le ardía desde donde las afiladas garras sajaron su carne hasta el cerebro. Había perdido el rastro de Whosoran y cuando notó la gran sombra a pocos pasos de él, alzó su espada, hasta comprobar quien era. Tomaron resuello. El cementerio, ¿y ahora qué? ¿Y dónde estaba Takala?

Otra sombra, borrosa y enorme, hizo acto de presencia hacia la izquierda. Se aproximó…los grandes copos y la nieve arrastrada por el soplido del viento no impidieron que se acercase más. Alzada en toda su estatura, el demonio se les representó como una pesadilla del infierno. Arrastraba por el suelo tirando de un brazo a Takala, inconsciente, medio cubierta por su manto, con sangre en su cuerpo. La levantó como a una muñeca de trapo delante de vuestra mirada.









La destrozó. Sus hercúleos brazos os lanzaron sus restos a los pies: la mitad de su cuerpo de cintura para abajo, un amasijo de vísceras sanguinolentas y repulsivas que se desparramaron sobre la nieve. El torso, y por último la cabeza de enmarañados cabellos. Sus bellos ojos azules nunca más retarían al cielo.

La sangre salpicó por todas partes y desapareció mezclada con la nieve, el ulular del viento y la escasa última luz del crepúsculo.




Mordía el frío, hueso y carne de Bazag, Maclo y Sablen, igual que un hambriento mastín de colmillos de acero. Estaban perdidos en la feroz tormenta, condenados a morir aplastados por el peso del viento y de la nieve.

- ¿Qué diablos haces, Bazag?

El shemita no necesito responder con palabras. Su cuchillo y sus manos hablaron por él. Una medida desesperada, atroz, repugnante. La ocasión y el lugar lo requerían. Sablen comprendió y miró el trabajo de carnicero de su compañero, entretanto transmitía calor a una cada vez más desfallecida Maclo. Masajeaba su cuerpo, le hablaba, intentaba que no se durmiese.

- Date prisa, amigo. Date prisa, por Mitra -urgía a Bazag-. Maldito Whosoran, ¿este es el amor que le tenía? Sucio bastardo.

No resultó rápido ni fácil despellejar a aquel hombre-simio. La tarea fue asquerosa, difícil en esas condiciones. Bazag aguantó las náuseas como pudo, cortó, desgarró, separó carne sangrienta de espesa piel llena de sangre. Lo hizo. Ningún dios se le opuso ni la tormenta pudo impedirlo. Le llevó un rato largo, pero al cabo dispuso de un cálido capullo de restos humanos con el que cubrir a la moribunda muchacha. Les tocaba seguir adelante ahora. No obstante, ¿a dónde?


De alguna manera lograron alcanzar el precario refugio. El sol estaba casi oculto y no quedaban siquiera ascuas de la improvisada hoguera, desaparecida por la fuerza del vendaval que no se calmaba ni tenía intención de ello. Buscaron alrededor sin encontrar ningún rastro de los demás. Solo Bazag halló una huella parcial del pie de algo que debía ser muy grande.

Sablen dejó a Maclo en el hueco protegido apenas de la tormentosa nevada. Casi tocando su boca la oreja de Bazag, preguntó:

-¿Les habrá atacado a ellos? Creo que sí -miró a Maclo-. Ella respira y conserva el calor, fue una buena idea la tuya. ¿Y ahora? No podemos ir a parte alguna. Solo rezar a Mitra para que esta noche no sea la última.


OFF

Como ya debéis saber, los dos grupos se encuentran en distintos tiempos.





Bazag

¿Y ahora qué hacemos?, la pregunta más relevante en este momento. Llegar hasta aquí le ha parecido un calvario. Sablen ha cargado casi todo el tiempo con Maclo, para él ha debido ser más duro.
Por su parte, aún está intentando conservar la comida en el interior. Jamás había despellejado a nadie, ni había imaginado hacerlo. De algún modo pensó que si no dejaba de considerar a los hombres simio como bestias podría hacerlo con más facilidad. Se engañaba a si mismo.

Mira hacia atrás. Maclo está recuperando el calor, entonces ha merecido la pena. Aún así se siente un poco miserable por lo que acaba de hacer. Una cosa es matar al enemigo, cuando hace falta. Otra mutilar cadáveres. En cualquier caso era necesario, y también está acostumbrado a hacer cuanto haga falta.

-No lo sé, Sablen- No es la respuesta que su compañero esperaría oír, pero él tampoco recuerda cuando le han nombrado el líder de esta excursión. Esperaba encontrar aquí a los demás, sobretodo para poder preguntarles ¿Qué se siente cuando dejáis correr desnuda por la nieve a quien jurasteis ayudar? Más aún, esperaba que Takala, a pesar de las reservas del resto, pudiese hacer algo por la salud de Maclo, si ella misma se había repuesto.
Nada ha salido bien, ni siquiera está encendido el fuego. Cuesta saber desde cuando. No hay cadáveres aquí, es buena señal. No lo suficientemente buena, porque si las cosas hubiesen ido bien habría al menos un cadáver, el del propietario de la huella.

Se para a pensar. Si hubiesen puesto en retirada a la bestia, Takala no se habría movido de aquí, no parecía en buenas condiciones. La habrían encontrado esperándoles. Entonces la bestia es quien sigue a sus compañeros. Tal vez ellos decidieran ir a algún lado, quizás incluso han salido a buscar a Maclo entre todos. En ese momento pudo llegar la bestia, seguir el rastro cuando aún había un rastro para seguir. Es una posibilidad, razonable. La otra es que la bestia les hiciese huir.

Sentirse tan falto de información no le agrada. Querría saber donde están Whosoran y Acherus, pero sobretodo Takala. Por mucho que Sablen insista con lo mismo, está convencido de poder fiarse de ella.
-Si nos movemos tendríamos que dejar aquí a Maclo, sola. No podemos hacer algo así. Tampoco debemos separarnos. Esa bestia- con la huella delante ya nadie puede negarlo –Ha podido atacarles. Si es así, es lo bastante fuerte como para obligarles a huir del refugio. Si nos la encontramos tu o yo por separado, puede ser demasiado- No es dado a sobreestimar sus habilidades. Normalmente prefiere luchar cuando tiene una buena ruta de escape. Ahora no tiene nada de eso. –Si nos movemos y llevamos a Maclo con nosotros… no sé si ella podría aguantarlo ahora-

Todas las opciones son malas. No hay una sola buena porque cometieron el error antes, cuando dejaron a Maclo correr sola. Es una joven hermosa, amable, una gran persona… pero sobretodo a penas una chiquilla. Unas palabras de ánimo entonces, más gritos, podrían haberla detenido.
No es su estilo mirar atrás, deben buscar soluciones para este momento. El hecho es que no pueden a volver a llevar a Maclo a través de la tormenta. No le preocupa adentrarse él solo, para buscar a los demás. Le preocupa que Sablen quede solo para cuidar a la chica además de defenderla. –Nos quedaremos aquí hasta que Maclo se recupere un poco. No podemos hacer nada más. Intentaré encender de nuevo el fuego, con lo que tenga a mano. Debemos turnarnos para vigilar, por lo que pueda ocurrir-


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Lo siento, no te he dado mucho que hacer. Si Bazag supiese como están las cosas, iría a buscar a los demás, pero me parecería ilógico que saliese corriendo con una mujer moribunda a cuestas sin saber nada. Por otro lado, no se lo va a tomar muy bien cuando le den el parte de guerra.





Acherus

¿Acaso en el infierno de hielo en el que se encontraban no había lugar para esperanza alguna? El sobresalto que se había llevado Acherus al ver la sombra que resultó ser Whosoran no fue nada comparado con el desplome que sintió en su alma al constatar que, a la segunda, esta vez si era la bestia. ¿Cuanto habían avanzado? Era difícil de decir, con este terrible vendaval. No recordaba cuando se habían alejado de la necrópolis, pero casi habían regresado ahora. ¿Bastaría con llegar allí? ¿Retendría algún poder místico a la bestia en el exterior? Quizás... Todo era posible, visto lo visto. Pero la verdadera pregunta era: ¿Alcanzaría Acherus el cementerio si la bestia atacaba a Whosoran? Eso lo dudaba bastante. Quizás, en otro tiempo, y sobretodo en otra compañía, habría intentado sacrificarse para que el otro, más entero físicamente, pudiese intentar alcanzar la necrópolis. No ahora, no por Whosoran, ese maldito hijo de la gran puta. Si la bestia escogía a Acherus, mala suerte, pero desde luego él no iba a ofrecerse.

"Piensa... ¿Que fue lo que hizo Takala para que la escogiera a ella como presa? ¿Huir? Habían huido los tres. ¿Salir la primera? Eso quizá, aunque sencillamente podría ser una elección aleatoria, o incluso que la bestia ya lo hubiese decidido de antemano."

¿Jugaba con ellos? Bien podría ser. Si estaba jugando con ellos... Si de verdad era de una inteligencia enorme, terrible y cruel... dejaría al herido para el final, dejándole soñar con la posibilidad de salvarse. Ojalá fuese así. Estaría encantado de desilusionar a la bestia. Si iba por Whosoran primero, pensaba correr como nunca lo había hecho en su vida, aun con el maltrecho estado actual de su cuerpo. Y si lo escogía a él... bueno, eso si era un problema. Había llegado a la conclusión de que ni resistir ni huir eran una opción. Y por si era poco complicado, el fuego de su costado quemaba cada vez más. ¿Como podía quemar tanto el frío? ¿O era sólo la herida? ¿Algún veneno? Demasiadas preguntas, y no estaba seguro de que encontrar las respuestas valiese para nada.

"Si viene a por mí, que venga. Pero que venga ahora. Si no hay esperanza alguna en resistir, ni la hay tampoco en huir... haré lo que mejor me parezca. Le meteré la espada por un ojo, y que el maldito demonio se acuerde de mí para siempre... Pero no nos precipitemos. Dejemos que sea la bestia quien escoja...


==> Acherus no hará nada, no hablará, no se moverá, nada. Estará quietecito, pensando en sus cosas :DSi la bestia se mueve, dos opciones: si va a por él, se acabó el huir, aguantará todo lo que pueda su ataque para intentar sorprender a la bestia atacándole a un ojo, el que mejor le coja. Nada de protegerse, nada de precauciones, Acherus se lanzará como un kamikaze. En cualquier otra opción -Que vaya a por Whosoran, que suceda algo imprevisto que llame la atención de la bestia, etc., Acherus saldrá por patas, corriendo todo lo que pueda. Bien vale la pena confiar en las palabras de Takala, aunque sea para morir de frío -o desangrado- en la necrópolis...




Whosoran

Mierdamierdamierdamierda!!! -grito enloquecido al ver como el ser destroza a Takala. El ser era malvado y cruel...una bestia no se habria acercado para destriparla ante nuestros ojos...

Miro al aquilonio, inmóvil...esperando para una última y desesperada reacción. Yo haría lo mismo...si no hubiese quemado ya todas mis opciones.
Todas las elecciones hechas en los últimos minutos habían demostrado ser equívocas...huir de la bestia no había sido la solución, ni dejar a Maclo escaparse. ¿Podrían Bazag y Sablen con la bestia? Podría la pobre Maclo perdonarse por la terrible muerte de Whosoran?

Ya nada importa. Aceptando la muerte, me alzo sobre la nieve...sólo han pasado un par de segundos. La cabeza de la hermosa bruja todavía se balancea sobre la nieve, parece que buscando un buen lugar para ver la muerte de sus compañeros de viaje...
Perdonadme todos-murmuro pensando en el negro y el salido, en Gandia y en Maclo...y en tantos otros a los que no podré vengar.

Acheruuus!!-grito mientras cargo contra la bestia con furia, como uno de los salvajes guerreros pictos...o como los enloquecidos vanires. Como una comadreja rabiosa atacando a un enorme lobo estepario.
¡¡¡Detrás de mí!!!Atacaaa!!!

Mi objetivo es llegar a la bestia, a su cuerpo. Lanzo la espesa capa de pieles sobre ella, intentando cegarla un instante...para tener el tiempo justo de rodearla y ponerme a su espalda...buscando una posición que me permita estrangularla de alguna forma. Me da igual si me destroza la carne de los brazos o si me arranca media cara en el proceso...
No busco más que eso...inmovilizarla, aunque sea metiendole un dedo en un ojo, entorpecerla, hacer que no piense en el aquilonio, hacer que el mermado Acherus pueda al menos golpearla con saña un par de veces..

  


30


Los dos hombres se miraron de soslayo unos segundos.

Decidieron.

Uno, luchar. El otro, aprovechar cualquier posibilidad para salvar el pellejo.

El caballero blandía una espada. Whosoran solo sus manos desnudas para enfrentarse a la bestia.

El turanio embistió con la fuerza la desesperación y la rabia más profunda. Confiaba en que Acherus le apoyaría. ¿Confiaba de veras o sabía de antemano que su compañero le dejaría solo? El demonio había destrozado a Takala. ¿Le tocaría ahora a Whosoran? ¿Luego a Acherus? Uno a uno. Se lo ponían fácil.

Tan fácil como a Acherus se lo puso el Toro de Turán. Saltó en dirección contraria en el mismo momento del ataque de Whosoran, en dirección a la necrópolis. Si Takala pensaba que era una buena opción, lo intentaría. Fustigado por el viento y la nieve que caía desapareció en la nevada.

La reacción de Whosoran fue tan imprevista, o rápida, que sorprendió a su veloz oponente. La gruesa capa le dio unos instantes de ventaja. Alcanzó a la bestia conforme a sus intenciones, sujetándola por detrás con sus poderosos antebrazos, en un intento feroz de estrangularla o retenerla el tiempo suficiente para que Acherus asestará un golpe definitivamente mortal. Sin embargo, su mirada salvaje y colérica solo encontró el vacío cubierto de nieve allá donde antes se encontraba el caballero. Quizá pensó que el mercenario lanzaría su golpe desde otra posición. En su fuero interno sabía que le había abandonado.

Whosoran apretó, apretó y no soltó a su presa a pesar de los golpes recibidos en el costado o los tajos que le produjo en los brazos con sus garras. Un hombre ya estaría muerto, con el cuello partido por la presión ejercida. El demonio no. Cayeron los dos hacia atrás, Whosoran no cesó en su empeño. Lo iba a lograr.

Pero la endemoniada criatura consiguió darse la vuelta con una fuerza salida del averno, con el propio Whosoran sin soltarlo. Le golpeó con la parte de atrás de la cabeza varias veces en la cara del turanio. Este hundió con saña furiosa los dedos en un ojo de tal manera que lo hundió y lo vació. Entonces, un movimiento de asombrosa energía logró que pudiera sustraerse al abrazo del turanio, que fue lanzado por los aires. Cayó a unos metros, el rostro ensangrentado. Se puso en pie.

La bestia se alzaba ante él. Enorme, tuerta, maligna. Alzó la cabeza al cielo y de su garganta surgió un aullido estremecedor, que hubiese helado la sangre en las venas de cualquier hombre. Pero no ya de Whosoran.

El demonio fue ahora quien cargó, enfurecido; sediento de sangre. Su único ojo encendido como carbón al rojo. ¿Trataría de huir Whosoran? ¿Lo enfrentaría una vez más?



A Bazag no le dio tiempo siquiera a empezar a encender el fuego. Las paredes y el techo del diminuto y precario refugio se vinieron abajo. Definitivamente, las cosas empeoraban.

Maclo quedó casi cubierta por la nieve, Bazag recibió una buena parte en la espalda, lo mismo que Sablen. Este cayó y fue medio enterrado por el alud. Mientras el shemita se encargaba de liberar a Maclo, el aquilonio se sacudió, aterrado, y logró liberarse con gran esfuerzo. Ahora, apenas quedaba un hueco angosto donde cobijarse, apenas para Maclo, y los dos hombres, pero que no les daba el suficiente espacio. La joven se estremecía, los dos hombres estaban ateridos de frío.

-Es-esto no puede su-suceder. No puede ser. Los dioses es-tán en nuestra con-contra – Sablen aferró en su puño la cruz de Mitra. Temblaba todo él.

Un aullido se escuchó. Lejano, apagado por la distancia pero de tal intensidad que era capaz de levantarse por encima del rugido del vendaval. Sablen alzó la cabeza.

- Dioses. Estamos con-dena-nados. ¿Qué es eso? –Como si no lo supera-.

- El demonio de los hielos. Es el fin. Me alegro –era Maclo quien respondió, con un hilo de voz. La chica estaba más allá que aquí. Había perdido el calor anterior. Ni siquiera abrió los ojos.




Acherus corrió sin mirar atrás. Tampoco hubiera servido de mucho, la visibilidad era escasa allá donde pusieras tus ojos. Corrió cuanto pudo y como pudo. Faltándole el aire, con la tortura del dolor en el costado y el frío que devoraba sus huesos. Sujetaba con fuerza la espada. La misma arma que, quizás, hubiera podido ayudar a Whosoran. Pero no tenía un gran concepto del turanio como para sacrificarse por él.

De pronto tropezó con algo, casi se cae. Una rodilla le sostuvo en tierra. Observó con atención, se trataba de una lápida. Cerca había otra. Estaba dentro de la necrópolis. Estaba a salvo. ¿Lo estaba? Aquí el vendaval no era tan tremendo, rugía con menor intensidad. Anduvo unos pasos más. Se refugió detrás de un gran túmulo. Su pecho subía y descendía con rapidez debido al esfuerzo, al cansancio. Cada bocanada de aire helado le desgarraba el interior de su cuerpo. Se palpó las costillas, la sangre manchó su mano, pero estaba casi seca. No sangraba ya.

¿Y ahora qué? Deseaba intensamente que Takala tuviese razón. Un ruido llegó a sus oídos. Distinto, muy distinto al sonido del viento y la nieve. Un susurro, ¿una respiración tal vez? Un frío mayor que el que le rodeaba atenazó su alma. Se atrevió a mirar. Primero sombras. Siluetas desvaídas que tomaron forma a solo unos metros, entre las lápidas.
    .
















Bazag

Los dioses no están con ellos. Podría entender que pongan a prueba a los mejores fieles, pero él ni siquiera reza. Tal vez sea una venganza. De otro modo le cuesta creer cuan caprichosa puede llegar a ser la naturaleza. O será la bruja. No lo sabe, solo sabe que tienen auténticos problemas.

Cuanto intentó por calentar a Maclo ahora no sirve de nada. Supone que dentro de las pieles seguirá más o menos seca, pero eso no basta, hace falta calor. No hay nada que pueda prender en estas condiciones. Sablen parece opinar lo mismo sobre los dioses.

El aullido no le gusta, aunque no sabe de donde viene, solo pueden ser malas noticias. Si son lobos deben buscar carne. Por lo poco que sabe, suelen cazar en manadas. No están en las mejores condiciones para contenerlos. Si realmente es esa bestia… ni siquiera sabe lo que poder esperar. Y lo peor, todo eso da igual. Maclo simplemente no va a aguantar mucho tiempo si se quedan aquí parados. Necesita calor, sin fuego solo pueden dárselo obligándola a moverse, pero está demasiado débil. Aún así, quedarse allí parada significará la muerte para la joven.

Bazag busca algo entre sus cosas. Ya no sabe que hacer, cual es la mejor decisión. Y si no puede tomar una decisión lógica, siempre le queda otro método. Cara, y buscará asegurar la zona, lucharán solo Sablen y él, e intentarán mantener a Maclo viva como sea. Cruz, e irán tras el resto, en la dirección que marcaba la huella. Al hacerlo será más fácil mantener a Maclo caliente, y a la vez será más difícil rodearles. *Cruz. No es el camino fácil, pero así debe ser. Quizás ha escogido el camino fácil demasiadas veces en su vida. Siempre que una ciudad se volvía demasiado peligrosa para él, se marchaba. No merecía la pena arriesgarse a ser asesinado mientras dormía, o algo peor. Ahora no puede huir, solo puede seguir hacia delante, sin importar el camino.

-Sablen, Intentemos encontrar a los demás, se han ido en esa dirección- Señala –Si hay que luchar, nos vendrá bien tenerles cerca. Carga con Maclo, yo os cubriré… de cualquier cosa que venga- Desenvaina ambas espadas. –Si tengo que luchar, no me alejaré de vosotros, en ningún momento, pero ocurra lo que ocurra sigue avanzando. - Ahora se acerca más, para que Maclo pueda verle y oírle bien. Pone la mano en su frente –No vamos a morir, y no creo que fueses a alegrarte. ¿No quieres al menos ver a Whosoran una última vez?- sonríe. –Vas a recuperarte, y a dejar atrás esa maldición. ¿Sabes por qué?, porque tu padre contrató al mejor mercenario de todos los tiempos - se señala a si mismo con el pulgar –Puedes estar tranquila-. No se lo cree ni él, pero tampoco necesita ser creíble, solo quiere evitar que ella se duerma.





Acherus

¿Acaso el destino era tan cruel como el helado viento que les llevaba azotando todo este tiempo? Llegar a la necrópolis, creerse salvado de la bestia, incluso quizá estarlo realmente... y encontrarse con... con... esas cosas. Algunas veces, junto al reconfortante fuego de un campamento, los hombres contaban historias. Muchas no eran ni remotamente ciertas, mientras que otras, desgraciadamente, lo eran punto por punto. Algunas de esas historias se revolvieron en el desordenado cajón que era la memoria de Acherus, y algunas palabras vinieron a su mente. Principalmente una. Quizás no estuviese en lo cierto, quizá ni siquiera aquellas historias fuesen ciertas, pero lo que tenía ante sus ojos ahora... bien podría ser aquello...

Suavemente, susurrando, temiendo que al nombrarlos les estuviese dando una vida real, Acherus susurró el nombre de los seres de aquella vieja historia...

-Necrófagos... ¿O quizá sois muertos de verdad?

Poco a poco, recordando con cada movimiento -Con el dolor que cada movimiento le provocaba, para ser exactos- las heridas recibidas, Acherus se colocó en posición de defensa. Aquellas historias, al revolverse, habían traído otra a su mente. Pocos hombres pueden recordar el día en que nacieron, pero Acherus lo hacía. Al menos el día en que había nacido Acherus tal cual era ahora. El día en que se le había dado la posibilidad de escoger: empuñar una lanza, y decidir con sus manos su destino, o morir como un animal en el matadero. Por alguna extraña razón, ahora se sentía igual. Era estúpido hacerse ahora el héroe, sobre todo después de haber huido de la bestia, abandonando a Whosoran a una muerte segura, pero, a pesar de esa acción, o quizás precisamente por lo que acababa de hacer, plantó los pies en el suelo, tan firmemente como pudo. Con la diestra lista para matar, si es que se podía matar a aquellos seres, dejó que su mano izquierda buscase bajo sus ropas, en el cuello. Arrancó el viejo amuleto que solía llevar al cuello, un triste y mal tallado caballo, tan manchado por el tiempo que era difícil saber de que estaba hecho, y enrolló el cordel partido en torno a la mano izquierda, dejando el amuleto en el interior de la palma de su mano. Mientras lo hacía, dudaba de si nombrar a Mitra en voz alta, esperando algún tipo de intervención divina. Si los dioses querían salvarlo, lo harían igualmente, o eso pensaba. Buscando en su interior todo el ánimo que pudo encontrar, se decidió por otra vía.

-Takala se ofreció, y estaba dispuesta a dar su vida por salvar a la muchacha. Yo, desde luego, no lo estoy. Puedo ofreceros, en cambio, una bestia magnifica, que anda jugando por aquí cerca con un hombre no menos bestial. Escoged a cualquiera de ellos, o a ambos incluso, y que la maldición de la chica desaparezca. O negaos. En cualquier caso, dadme una respuesta, pues deseo proseguir mi camino...

Había sentido la tentación de pedir expresamente que respetasen su vida. Finalmente decidió darlo por hecho, como si pensase que aquellos seres no podían nada contra él, o como si hubiese algún tipo de trato. Si podían entenderle... mejor estar a la defensiva. En cualquier caso, sus actos hablaban por él, y sus actos decían que estaba preparado para luchar...

_____
==> Llámalo vergüenza torera, si quieres, o simplemente cambio de parecer, pero tras huir de la bestia... Acherus no va a seguir huyendo. Si de algún modo los bichejos estos le comprenden y le dejan marcharse, pues veremos, que la cosa está jodida. Pero si no hay más remedio, caerá luchando. Debería haber ayudado a Whosoran, y lo sabe, aunque desde luego lo cambiaría gustoso por el bienestar de Maclo -o por el de su cartera, que en este caso es lo mismo.





Whosoran el estrangulador

Me levanté rápido de la nieve, tan inmerso en el frenesí de la lucha que ya no sentía dolor. Tardé apenas un segundo en quitarme la sangre que me caía en los ojos y ya tenía a la bestia cargando hacia mí, aullando, sumando su rugido al mío...pues hacia ya rato que yo no dejaba de gritar, enloquecido.

Mis dientes bailaban, y tenía los pómulos, los labios y la nariz rotos. Alguna costilla se me habría partido, me faltaban las uñas de un par de dedos y el aire frío apenas conseguía apagar el incendio en mis pulmones. Pero no sentía nada, más que la imperiosa necesidad de luchar hasta la muerte de esa criatura. Grité más todavía, desafiándola, un grito desgarrador, más propio de un animal y saqué por fin el cuchillo, listo para un último y desesperado ataque.

Ya no conseguiría frenarla con capas, ni la bestia me dejaría volver a agarrarla como antes. Esta vez, la bestia vendría directa a por mi carne. Esperé a la bestia...para lanzarme hacia su lado ciego en el último momento, intentando romper su ataque, sabedor de que ella se revolvería más rápido que el rayo. Necesitaba que me mordiese, pondría mi brazo izquierdo en su boca, buscando un segundo de forcejeo para clavar el puñal en su otro ojo, o en la frente. O donde fuese.

Seguramente me arrancaría el brazo, firmando mi sentencia de muerte aquí en el desierto de hielo. Pero si alguna vez merece la pena morir, es venciendo a tu enemigo. Eso haría.


(Nota: Los dibujos son de Gerald Brom)

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