domingo, 26 de febrero de 2012

Hechicería y Acero, final




Acherus había jugado su última carta. Una apuesta a todo o nada, confiando en su dios; confiando en una balanza donde el bien y mal se conjugaban, se medían, se miraban a los ojos con el ceño fruncido con la esperanza cada uno de ellos de ganar la partida. Con la esperanza de salvar la vida. O el alma. O lo que fuese que otorgaba al hombre sus energías.

Usó un comodín. Se ofreció. Retador. ¿Sería suficiente?

Tembló. Ya no de frío, era imposible sentir más frío. Sus huesos estaban helados, su mente consumida, su alma estaba siendo expulsada, exiliada, de su cuerpo. Su corazón todavía latía. ¿Por qué lo hacía? Debería estar muerto. Quizá así era. No, el otro necesitaba su carcasa humana. El físico bien formado de un noble caballero. Dejemos lo de noble. Ahora herido, lo cual no importaba a la serpiente que reptaba por su espalda y se enroscaba en su yo más profundo.

Su cabeza cayó pesadamente sobre el hielo manchado de sangre. Su propia sangre. Cerró los ojos; creyó vomitar. Dejó de oír el incesante e implacable viento. Un último suspiro se escapó de forma tenue y breve de su boca entre los agrietados labios.

¿Dónde estaba? Todo era oscuridad. Negrura lechosa. Apagada, una risa se burlaba de él. Y lo supo. No era su cuerpo. No tenía ya cuerpo. Su alma encadenada a aquella tumba. Perdió la apuesta. Devolvió la libertad a una mente malvada y perversa; a un espíritu encerrado para la eternidad. Peor todavía.

Él había quedado atrapado. En un cementerio en el fin del mundo. Por los siglos. Quiso gritar. Gritar. Sintió que no estaba solo. Los guardianes reposaban cerca. No le harían daño. Ya nada le podía herir.

Hyboria. Un mundo cruel. Salvaje. Casi lo consigue. Diablos. Nada es para siempre.

"Si me jodes, volveré. De donde quiera que acabe".

...

Reflexionaba Bazag sobre lo acontecido, sobre el presente y acerca del futuro, preguntándose que sería de Maclo, qué diría o qué haría. Imprevisible podía ser su reacción. Si es que sobrevivía a todo esto. Luego llegó el mazazo con la nueva información salida de la boca de Acherus.

Asintió sin expresión en la cara, Acherus, o quien fuese. Parecía que Bazag, tras la primera impresión se lo tomaba con calma, con estoicismo; llevaría el rescate de Maclo hasta sus últimas consecuencias. Estaba dispuesto a dar la vida por ella. De hecho, lo hizo desde el principio de este viaje. Ahora, era definitivo. Ya habían muerto varias personas a cambio de la de ella. Vidas que valían tanto como la de la joven. Algunas por dinero. Se encontraban allí por eso. Mercenarios. No era así en el caso de Bazag ni de Sablen.

Sablen. ¿Sería el aquilonio tan aquiescente con la nueva y terrible información? Su cara reflejaba un profundo cansancio. Estupor y sorpresa cuando las palabras de Acherus tomaron forma en su cerebro abotargado por la tormenta. Perplejo, no dijo nada, tan solo señaló hacia delante, a la zona donde parecía que encontrarían refugio.

- No conozco otra forma. Aparte de que la bruja que hizo esto lo deshaga. Me temo que eso no es posible –respondió Acherus, de nuevo preñada su voz de un divertido cinismo-.

Caminaron de nuevo. En silencio arropado por el viento, que disminuía conforme avanzaba la mañana. Silencio roto por Sablen:

- Bazag, eres uno de los pocos en los que he confiado en este maldito periplo por medio continente. No puedo comprender que aceptes así como así lo que dice este. ¿Pretendes matarme a traición? No eres esa clase de hombre…pero se trata de tu vida. ¿Qué no haría uno por su vida?

- Cierto, grandullón. Así son las cosas. Ya os lo he dicho, en asuntos de hechiceros no hay que meter la nariz. Mira a tu compañero, sus ojos. Es la mirada de alguien que no te traicionará, ¿y tú a él? ¿Qué no harías por tu vida?- una sonrisa cínica, siniestra, se pintó en la boca de Acherus. Se divertía el tipo.

- ¿Y cómo sabemos que no mientes? Que nos quieres matar a los tres y marcharte. No sabemos quien eres, qué has hecho con Acherus. Esta locura me desborda, este asunto de magia perversa y corrupta!

- Hum. Carga con la chica hasta que reviente tu corazón, si lo prefieres.

- Puedo primero arrancarte el tuyo, y alimentarme con él. ¿Qué respondes a eso?

- Que este cuerpo dejará de respirar. Que la chica morirá. Tú y tu compañero también. Mira a tu alrededor. Estáis helados. ¿Te entra eso en tu cabezota?

El aquilonio se mordió la lengua.

Tras descender una pendiente entró el trío con Maclo en brazos de Sablen todavía, en una depresión angosta, protegida de los últimos coletazos de la ventisca. El cielo lucía pálido, acero sucio sobre sus atribuladas cabezas, el sol una moneda de bronce de gastada superficie. Después de un corto trecho, llegaron a una zona donde se abría una plataforma, y debajo de ella, varias oquedades en la nieve señalaban entradas a otras tantas cuevas. La mayoría lucían bloqueadas por el hielo o la nieve, pero el espacio de la entrada de un par de ellas daba para penetrar sin problemas, agachándose un poco.

Entraron. El espacio interior era muy reducido, de techo bajo, las paredes de hielo transpiraban un apagado fulgor azulado.

- Estaremos bien aquí. Estas cavernas se comunican entre sí muchas de ellas, formando una intrincada red subterránea. Eran el cobijo de una antigua raza olvidada. Nos devolverán un poco del calor perdido. Tocad, tocad la pared. ¿Lo notáis?

Bazag sintió bajo la palma de la mano cierta calidez, como cuando tienes las manos heladas y el agua fría te alivia. Es que tenía las manos heladas.

Quedaban solo unos minutos por lo que podía suponer Bazag para que Maclo se transformase en loba. ¿Aguantaría su cuerpo semejante tortura otra vez? El aliento del que disponía era la energía vital que le cedió el espíritu que vivía igual que un parásito en el cuerpo de Acherus. Este presentaba una tez macilenta, con grandes ojeras negras, que contrastaban con las brillantes y enfermizas pupilas. Los tres hombres se miraron.

- La sangre. No quieras saber más –dijo, con la mirada puesta en los ojos de Bazag.

El aquilonio tomó la moneda con manos temblorosas. Dudó unos instantes. Una sombra gris cubría sus ojos. El hombre que no vaciló jamás en la lucha, ahora no podía decidirse. Al fin la lanzó. Durante un tiempo interminable giró, danzó en el aire frío de la diminuta cámara. Subió y cayó, atrapada en las fuertes manos del guerrero. No la enseñó; transcurrió medio minuto. Habló:

- No puedo, Bazag. Esto no es luchar en un campo de batalla, o enfrentarse a una horda de hombres salvajes. No puedo entregar así mi vida. Ni siquiera por Maclo. Quizá me odie a mí mismo durante el resto de mis días. Pero no puedo. No lo haré. Tú lo has dicho, no es justo para ninguno de los dos.

Pareció que iba a tirar la moneda y levantarse, pero entonces, antes de ello, la mano de Acherus aferró la muñeca del aquilonio. Con inusitada fuerza apretó de tal modo que obligó a Sablen a abrir la palma, con lentitud.

-Cara –señaló Acherus.

El alivio, el miedo, el horror, la salvación, palpitaron con intensidad en la mirada de Sablen. Se puso en pie, sin valor para mirar a su compañero, y se arrastró afuera de la cueva. Cuando se quedaron a solas, aparte de la inconsciente Maclo, Acherus tomó la palabra:

-Así que eres tan sumamente imbécil para ofrecer tu vida por esta joven. Por los cuatro vientos, sí que ha cambiado el mundo. Mercenarios con el alma de un santón de Mitra. Tu amigo es el más inteligente de los dos. Lo mejor sería matarla ahora, acabar con esto. Yo puedo indicaros el camino. Y tú vas y quieres morir por ella –Acherus se puso a reír como un demente.

-De manera que si ahora te pido que apuñales a ese bastardo –prosiguió-, ¿lo harías también o continuarías con tu…”sacrificio”? Te doy esa oportunidad. Un palmo de acero y serás libre, hasta te quedarás con la muchacha. Es hermosa a pesar de su deteriorado estado. Una buena hembra, que te calentará en las frías noches. ¿O acaso piensas que tu amigo no hará tal cosa? Yo hace mucho que no pruebo mujer, sabes? Dioses, es sumamente bella. Jajajajaja. Tranquilo, no la deseo. Mis intenciones, mis proyectos son otros. Tengo mucho que vengar. Bien, qué dices, noble caballero.

Y su feroz y negra sonrisa no se apartó un momento de su expresión demente.



Bazag

Sablen le decepciona un poco al final del viaje. Creía que estaría dispuesto a intentarlo todo. No es que sea incapaz de comprenderle, nadie quiere morir de ese modo. Aún así, confiaba en tener algo más de cooperación en esto.
Las dudas de Sablen le llevan a tener las suyas propias, aunque totalmente distintas. ¿Por qué debe sacrificarse él si nadie más está dispuesto a hacerlo? Maclo le cae bien, es hija de alguien importante en su vida, pero no es su hija. Tampoco es su responsabilidad, él ni siquiera trabaja al servicio de la familia. No es su amante. ¡Demonios!, ni siquiera son amigos. Ya se ha arrastrado por la nieve, luchado contra bestias inhumanas, y visto mucha muerte innecesaria. ¿También debe sacrificarse?

Aprieta los dientes lleno de rabia. Sablen incluso se atreve a insinuar que le matará a traición. Parece no haberse ganado la confianza a pesar de todo. -Si quisiera matarte, Sablen, me verías venir. Soy ladrón y mercenario, no asesino-. Es una diferencia que pocos saben ver, pero existe. Jamás ha acabado con la vida de nadie a traición. Ha tenido ocasiones para hacerlo, así como la habilidad y la sangre fría, pero no lo ha hecho. -No soy un asesino-, se repite a si mismo.
La furia remite. Sablen tampoco tiene porque saberlo, aunque es preocupante que llegue a planteárselo. Supone que es normal, están hablando de la vida y la muerte.

Observa la moneda descender, y observa a Sablen echarse atrás de nuevo. El retornado es rápido. Al fin el azar le ha dejado de lado. Para él es tan buena señal como lo sería para un seguidor de cualquier dios ver los cielos en llamas. Ha puesto su vida en juego una vez más. Al final ha tocado perder. Siempre supo que este día llegaría, antes o después. No tiene sentido echarse a llorar o suplicar.

A solas con el retornado. Este despreciable ser sigue encontrando toda la situación muy divertida. Le gustaría hacer tragar los dientes uno a uno, pero no cree que sirviese de nada. Si, está resignado, pero eso no le impide estar también tremendamente enfadado. Todo se ha complicado demasiado en esta misión. Es hora de pagar los errores. Debían haber encontrado mejores formas de hacerlo. No debían haberse separado cuando Maclo salió corriendo. Ahora es fácil ver todos esos errores. De nada le servirán.

Es entonces cuando el retornado hace su oferta. Está claro que le encanta jugar con ellos. En ese momento se da cuenta de algo. -¿Qué digo?- No es que en este momento no le tiene la idea de matar a Sablen para salvarse. Es difícil no verlo como un traidor, pero ha dado su palabra. Además, o más bien, sobretodo, hay más cosas que han llamado su atención. -Digo que tu oferta me parece un poco rara. Cuando dijiste sacrificio, pensé que necesitabas que alguien se entregase. No obstante ahora vale que le mate. Supongo que la palabra sacrificio vale para las dos cosas. Es un poco ambiguo ¿verdad?-. Sonríe. -También digo que todo esto no te da tan igual como afirmas. Proyectos, vengar... me temo que todo eso no puede hacerlo un alma en pena. Necesitas un cuerpo, necesitas el cuerpo que tienes. Bueno, imagino que te valdría cualquiera, pero no hay muchos voluntarios por aquí, ¿verdad?- sonríe una vez más. -Si yo destrozase ese cuerpo, volverías a vagar en este lugar, quizás por toda la eternidad, ¿verdad?- Ya no sonríe. -Por supuesto, eso no tendría ningún beneficio para mí. No tengo motivos para hacerlo. Pero tampoco me gustaría pensar que va a morir alguien aquí para nada. Sobretodo si debo elegir entre ser yo o matar a Sablen. Así que ahora, despacito y con calma, me vas a explicar exactamente que hace falta para que Maclo deje de estar maldita, me vas a explicar todo el procedimiento, y vas a ser convincente, incluso honesto. Si lo eres, entonces ya veremos que decisión tomo respecto a tu oferta. Si no lo eres, te quedarás sin cuerpo porque voy a despedazarte, aquí y ahora. Disculpa si me notas un poco enfadado. ¿Y bien?... yo de ti empezaría a hablar rápido, porque si Maclo muere, ya no hay motivos para sacrificar a nadie, sin embargo sigue habiéndolos para robarte tus objetivos, una vez más.- Puede aceptar morir, y puede plantearse matar, pero sobretodo, tiene que saber que lo hace por algo. Ya no vale ninguna excusa, no le sirve que le responda "no quieres saberlo". Va a tener que ser algo mucho mejor que eso.
...


-Así que por fin brilla el hombre y calla el cordero -respondió Acherus.

Bazag hizo que el tiempo se detuviera, tensó más si cabe la cuerda extraña que aquel hechicero había tejido a medias con provocaciones, enigmáticas respuestas y declaraciones de oscuros sentidos. Bazag se la jugaba una vez más, después de todo, poco tenía que perder ya. Era él quien ahora tomaba el control, quizá ficticio, tal vez real. Había terminado su papel de marioneta. Así de claro lo expresó.

Acherus, o el retornado, como prefería identificarlo el aventurero, se quedó callado, mirándole con intensidad. Ambos se estaban jugando mucho: la vida de los dos, la vida de Maclo. La balanza apenas se mantenía equilibrada.

-Eres un estúpido, ¿lo he dicho ya? -quebró el silencio Acherus-. No mereces la vida que posees, si eres capaz de entregarla por otra. La vida, el bien más valioso, el único que realmente nos pertenece. Y tú la desprecias. Solo por eso ya deberías morir.

Su tono fue duro, grave, tan cargado de intensidad como la anterior declaración de Bazag. El retornado acto seguido examinó de nuevo a Maclo, sus ojos, su pulso. Meneó la cabeza. Te miró de nuevo:

- Una maldición desaparece con la muerte de quien la causó, o erradicada por esa misma persona. No siempre es así, desde luego. También puede contrarrestarse si conoces el método. Nunca es fácil, nunca. Ella tiene en su interior encerrado el espíritu de un lobo, comparte espacio con el suyo propio. Hay que expulsarlo. Para ello, la chica debe dejar de respirar, su corazón de latir. Entonces liberaré a la bestia y le devolveré la vida antes de que su alma abandone el cuerpo.

Suspiró. No sonreía ya. Los juegos habían terminado.

- Necesita la esencia vital de otro cuerpo. El mío no es ya suficiente y, además, por si lo has pensado, soy yo quien ha de ejecutar el ritual. Por eso el sacrificio. Tu energía, tu salvia si prefieres llamarlo así, le dará las fuerzas para vivir -se pasó la lengua por los labios; sus ojeras eran muy pronunciadas, sin embargo su voz no perdía fortaleza-. Cabe la posibilidad de que…continúes con vida, de que reste un hálito, el suficiente para que no dejes de estar entre los vivos. * De nuevo decides. Te dejaré inconsciente, no sentirás dolor. Si es que sigues siendo tan imbécil. ¿Te he parecido lo suficiente honesto?

Su mirada fue hacia la entrada.

- Acaba con él y todo será más fácil. No es agradable estar muerto, se de lo que hablo. - Y otra vez su sonrisa afloró a los labios marchitos-.


Bazag

Está bien haber sentido que controlaba la situación por una vez. Desde el principio no ha hecho más que seguir a quienes decían conocer el camino. Reaccionaba ante cada situación. Estos pocos segundos han sido como encontrar un oasis en medio del desierto.

-¿Lo ves?, todo es mucho más fácil cuando hablas un poquito con los demás- Es la primera vez que el retornado se ha visto en una tesitura complicada. No todo es tan bonito como ese bastardo pensaba. La paciencia es como una rama seca, si la sigues doblando se acaba partiendo. -¿Yo no merezco mi vida?- sonríe -No la tendría de no ser por el padre de esa chiquilla. Pero dime, si no estás dispuesto a arriesgar la tuya por nada, ¿entonces qué te hace digno de merecerla?-. Se encoge de hombros. "Ganar" en su pequeño desafío le ha venido muy bien para la moral.

También ha servido para algo más. Por fin ha conseguido algo de información. Maclo tiene el espíritu de un lobo dentro del cuerpo. Parece que dos espíritus son demasiados para un solo cuerpo, uno de los dos debe ceder. En ese caso la maldición es mucho peor de lo que pensaba. Para sacar al espíritu hace falta sangre. Le gustaría interrogar un poco al retornado sobre como hacerlo. La verdad, preferiría que fuese la sangre de este en lugar de la suya propia. No funcionaría, es el único capaz de hacer esto.

Hasta ahora las noticias siguen siendo malas... al menos hasta que se dejan oír ciertas palabras. Hay una pequeña posibilidad de seguir vivo. Una pequeña posibilidad que no depende de él. Sí, su cuerpo es más fuerte que el de la chiquilla, mucho más, pero ignora si eso le garantiza algo. En el fondo es jugárselo todo en una sola vez. Por eso el azar le llevó a perder el lanzamiento de moneda contra Sablen. Tenía que llegar hasta la apuesta suprema. Los jugadores suelen abusar de la expresión "todo o nada". En este caso es así, literalmente. No habrá moneda, dados, o cartas. Es la vida o la muerte, la cara y la cruz supremas.
Ha escuchado que algunos pueblos buscan morir en combate, que no encuentran el descanso de ningún otro modo. A él esto no le parece demasiado distinto. Ha pasado la vida encomendándose a la suerte. Quizás esta sea la última vez. Su versión particular de la última batalla. -Si esta vez gano... lo tendré muy difícil para superarme-. Por supuesto tiene miedo, sigue sin agradarle la idea de morir. No quiere ni pensar en la cantidad de cosas que no volverá a ver o a hacer. Por eso intenta evitarlo. Una apuesta no tiene gracia si no te juegas nada que aprecies de verdad.

-Adelante. Pero no me dejes inconsciente si puedes evitarlo. Tal vez sean mis últimos momentos con vida, quiero aprovecharlos. Empieza cuanto antes- Rechaza así la oportunidad de pagar con la sangre de Sablen.

...


Bazag no había tenido una larga vida, pero sí intensa. Había conocido a gente de diversa calaña, y podía discernir cuando trataban de colársela. No le fue mal en el pasado, su instinto y suerte no le fallaron; otros cayeron y él seguía en pie. En este momento se enfrentaba a la máxima prueba de su vida, la cual entregaba y dejaba en manos de un completo desconocido. De un hechicero, un brujo, o algo peor.

El aventurero había presionado y obtenido lo que buscaba. La pregunta ahora era, ¿cuánto de verdad decían las palabras de este tipo? Podía ser todo una sarta de mentiras, cuyo objeto únicamente era el de obtener la energía, o esencia vital como la llamaba el hechicero en beneficio propio. Resultaría muy fácil matar a Bazag, a Sablen y Maclo. ¿Estaba pecando de ingenuo el ladrón? Pronto esta incertidumbre sería desvelada. Y, aunque el otro dijera la verdad, tal vez significase igualmente la muerte de Bazag.

A la pregunta sobre el riesgo de la vida, no recibió respuesta, ni la esperaba. Acherus, o quien fuese, suspiró. Hizo que Bazag se tumbase boca arriba, este cerró los ojos y el revivido puso su mano derecha sobre la frente de Bazag. En ese momento regresó Sablen, que se quedó junto a la entrada, callado, helado. Susurró algo así como que te mataré sabandija, si intentas algo, pero nadie le hizo el mínimo caso.

El brujo comenzó con una letanía parsimoniosa, repetitiva, un mantra oscuro, complejo. El sopor acudió al cerebro de Bazag, y no tardó en caer en un estado semejante a la inconsciencia. A pesar de ello, notaba el frío, los olores, la respiración y el murmullo interminable de Acherus. Comprobó que no podía mover un solo músculo de su cuerpo, ni siquiera los labios o los párpados. El pánico hizo acto de presencia unos segundos, su respiración se agitó, su cuerpo se revelaba. El sudor empapó por entero su cara, sus miembros. Él no sentía nada.

El mundo llegaba lejano a su mente casi apagada.





Notaba su cuerpo hecho de roca dura, pesada, un monolito de toneladas de cansancio y ruina. Era incapaz de moverse, sabía que sus manos estaban ahí, sus pies, su boca y sus ojos. Incluso sentía su respiración. Pero no sabía si realmente estaba dentro o fuera de esa cosa que se suponía que era él. Un hombre loco y necio que entregó la vida por una mujer que apenas conocía. Le vino a la memoria la cara fatigada, todavía hermosa, de Takala, muerta; o sin vida como decía Acherus. Acaso ella no se ofreció también?

Acherus, o quien quiera que fuese. Entonces recordó, su mente despertó abruptamente, las nubes de la tormenta que ofuscaba su cerebro se abrieron de golpe y dejaron pasar un destello cegador de recuerdos, sensaciones, conversaciones y acciones. Todo llegó tan de súbito que el cascarón de roca que era su cuerpo se quebró en un segundo: se medio incorporó y vomitó, tosió, escupió y creyó que dejaba de nuevo el alma en cada espasmo de su tórax.

Hacía frío, siempre frío. No aquel de días atrás, soportable, sin viento, y el sol lucía todavía en un cielo camino del ocaso. Una sombra cruzó delante de él, entornó los ojos, y pensó que era un oso. Luego perfiló mejor los detalles, los contornos, resultó que era alguien conocido, Sablen. ¿Estaba tan muerto como él?

¿O vivía?

Mitra, debió pensar. La más grande jugada de su vida y ganó. ¿Del todo? Buscó con la mirada, desesperado, ansioso. Una muchacha cuya belleza marchita comenzaba a revitalizarse, se encontraba a una docena de metros, recogiendo leña. La reconoció: Maclo. Miró a su alrededor, sus ojos cansados encontraron nieve, montañas en la lejanía, o eso le parecía, arbustos raquíticos. Percibió el olor de carne al fuego…Y de nuevo la extrema fatiga lo llevó a la oscuridad del sueño.

Cuando despertó de nuevo lo hizo sobre una manta, encima de la paja de un establo. Maclo le dio agua y luego una sopa espesa y caliente que le supo a gloria. No hablaron, no tenía fuerzas, las justas para tragar. Sus ojos preguntaban en silencio. El fornido Sablen, sentado cerca, le contó una historia a su manera:

- Loado sea Mitra, amigo. Creí que no lo contabas. Te preguntarás qué sucedió…a ver -se rascó su barba-. Parecía que estabas muerto, hombre. Aquel hijo de puta te hizo algo, su hechicería, ya sabes. Luego lo mismo con Maclo. Dejó de respirar y casi lo destripo. No se qué hizo que me dejó paralizado. Entonces pensé que definitivamente el tipo nos engañó del todo. Pero no.

- ¿No te acuerdas? Tenías los ojos abiertos, muy abiertos. Yo creo que te dabas cuenta de todo. Me dan escalofríos al recordar. Maclo dejó de respirar. Se echó sobre su cuerpo desnudo, y yo sin poder moverme. La iba a violar, juro que eso pensé. Sus manos en su vientre y su boca asquerosa pegada a la de ella. No le hizo nada, desde luego, un alivio. No se cuanto duró aquella, hasta que ella comenzó a convulsionarse, a la vez que daba tremendos alaridos. Expulsó algo de su cuerpo…no se como describírtelo. Una sombra, algo así, con la forma de una bestia inmensa, un lobo. Me moría de terror, amigo. Tras esto unió tus manos y las de ella, y él con la cabeza agachada, de rodillas, rezando, o susurrando una espantosa oración, una y otra vez, y otra vez. Una eternidad. Tu piel cobró el color de la ceniza, tus labios se agrietaron, tu pecho dejaba de agitarse. Y a la vez ella recobraba el color de la vida, sus pupilas brillaban de nuevo, no de esa forma insana, sino como los que siempre tuvo, llenos de luz y color.

Maclo sonría. De verdad que era increíblemente bella. Llevaba la cuchara a tu boca:

- No puedo creer que hayas hecho esto por mí. He obligado a Sablen a que me lo narra varias veces. No lo comprendo. Nadie en su sano juicio haría tal cosa -miró a Sablen-. Él dice que es la deuda con mi padre, yo pienso que ni eso podría llevarte a esa locura. ¿Por qué? ¿Por qué?

Sus ojos transmitían inquietud, incredulidad, y un infinito agradecimiento. Rozó tu mejilla suavemente y te regaló con un largo y dulce beso en los labios.



Bazag

No le gusta demasiado empezar a sentir el sueño. Había pedido estar despierto mientras fuese posible. El retornado ha ignorado esa parte. Le gustaría poder culparle, sin embargo no recuerda que accediese en ningún momento. Es lo justo, supone. Un mal momento para elegir ir haciendo lo justo.

Siente las fuerzas abandonándole. Está muriendo. Cree que está muriendo. No es el primero. Todos menos Sablen parecen condenados a caer en esta misión. Es curioso, debía haberse enfadado mucho más. En su lugar le parece ver los rostros de quienes han caído antes. -Tantos sacrificios deben servir para algo.[i]- Es su último pensamiento racional. Luego llega el miedo, la angustia, la calma, la paz. Todo entremezclado. Ni siquiera sabe lo que siente. Al final la oscuridad.

De pronto tiene vómitos. Juraría estar tosiendo, vomitando. -[i]¿Los muertos vomitamos?
-. La mente funciona con lentitud. El dolor se apodera de cada parte de su cuerpo. Casi juraría estar escupiendo el estómago. Recuerda haber visto algo parecido una vez. Un tipo con muy mal aspecto, en una taberna, no dejaba de toser sangre. Le parecía curioso porque no mostraba ninguna herida en el torso. Según sabe, tardó en morir, y fue agónico. -Pero yo ya estoy muerto, no puede ocurrirme lo mismo.- Tampoco debería tener frío. El retornado tenía razón, estar muerto es una mierda. Intenta recordarse a si mismo los motivos para haberlo hecho. Sabía que se jugaba mucho. Ha perdido la apuesta. Dos seguidas. Una mala racha. Sonreiría si aún tuviese cuerpo para hacerlo.
Le resulta inquietante cuando ve aparecer al oso. Según le decían, las almas de los animales no acompañan a las de los hombres. Estaban equivocados. -Aunque ese oso se parece mucho a Sablen.- Eso significa una sola cosa. El retornado ha matado a Sablen. Al final nos ha matado a todos. Si es así, vagará por este mundo hasta toparse con el alma de ese malnacido. Se lo hará pagar. Aunque debe confesar que Sablen parece en mucho mejor estado. Más vivo. Vuelve la oscuridad.

Despierta. Sigue doliendo todo el cuerpo. Desde los pies hasta la cabeza. Cada centímetro. Le faltan las fuerzas. Es difícil hasta seguir respirando. En su juventud le dieron palizas, le rompieron huesos. No dolía nada en comparación. Jamás se ha sentido mejor. Vivo, está vivo. ¡Vivo! Ahora mismo comenzaría a bailar si le quedasen fuerzas.
Ríe, o lo intenta. Consigue volver a toser. Ha ganado esta apuesta, el juego supremo. Es como si hubiese cumplido con su cometido en la vida.
También nota otras cosas. Al principio le pasaron desapercibidas. Hace algo menos de frío y no sopla el viento. Sigue siendo invierno, pero no está en mitad de esa asquerosa tormenta de los últimos días. Sablen está allí, en frente. -Definitivamente, no era un oso-. Casi agradece ser incapaz de decirlo en voz alta. Casi sin darse cuenta traga la sopa que alguien le está dando de comer. Entonces ve a Maclo. La joven de los días anteriores era solo una sombra de esta radiante muchacha. Durante el viaje, antes de llegar a las tierras heladas, se la describieron como una auténtica belleza. Cuando la vio por primera vez le pareció hermosa y marchita al mismo tiempo. El cautiverio, ser tratada como una esclava, huir por esta inhóspita tierra. La maldición. No imaginaba cuanto habían hecho mella en ella. Ahora tiene mejor color, sonríe. Vuelve a dudar. Quizás sí está muerto. Luego acaba convenciéndose de lo contrario, el dolor sigue allí.

Escucha la historia de Sablen. Según su compañero, tenía los ojos abiertos. Aún así no recuerda nada. Debía estar más cerca del otro mundo que de este. Aquel ritual no fue fácil para nadie. Al final el retornado cumplió con su palabra. Ahora solo los dioses saben donde debe encontrarse. No le importa, que disfrute tratando de llevar a cabo su venganza.

Maclo permanece en silencio, alimentándole, hasta el final de la historia. Su voz también ha cambiado, ahora es mucho más risueña. No le asalta a preguntas, solo le hace una. Difícil de responder. Si le dijese "muchos habían muerto para conseguir salvarte, debía hacerles justicia", la haría sentir mal. Ella no ha tenido la culpa de todo esto, pero apunto ha estado de morir por creer lo contrario. Por el contrario, si respondiese "la moneda escogió por mí", sería como quitar valor a la vida de la joven.
Además, ella quiere algo más. Quiere la auténtica verdad. No querrá saber si la moneda mostró la cara o la cruz, querrá saber porque se prestó voluntario para ese macabro juego, o porqué habría seguido adelante si Sablen se echase atrás. Querrá saber por qué quienes murieron antes también lo habrían hecho. Sin lugar a dudas una pregunta muy complicada. La deuda con su padre no es mejor respuesta. Habría bastado, aunque él mismo no sabe si sería suficiente para llegar a estos extremos. Tampoco puede guardar silencio, ella seguirá preguntando hasta la saciedad. Trata de reunir aliento para hablar.

- Nosotros... no, yo. Yo robo, juego, peleo. Si me pagan me da igual pelear con uno o con una docena. Cuando me persiguen demasiadas personas en una ciudad me voy, busco pelea en otro lugar. Morir en mitad de un desierto de arena, o en una caverna helada, está bien para mi. Lo peor es que cuando miro a los ojos de otras personas, muchos tienen la misma mirada. Supongo que el mundo es esa clase de lugar. Pero tú no eres así, tú merecías otra oportunidad. Así que en aquel momento, me pareció buena idea- Acaba intentando sonreír.

No acierta a ver lo que le depararán los próximos días. Al principio había pensado en terminar este trabajo y buscar algún otro lugar. Ya tenía ganas de conocer una nueva ciudad, ganarse enemigos nuevos. Ahora no tiene esa opción. Regresará junto a Maclo y Sablen. ¿Y luego?... no lo sabe, no está acostumbrado a permanecer mucho tiempo en el mismo sitio, pero tampoco lo está a recibir besos cuando se despierta.

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