jueves, 23 de febrero de 2012

Hechicería y Acero, 32



32



Acherus se sintió morir. Le quitaban su último aliento, le arrancaban el alma. O lo que fuese aquello, su energía vital, la esencia única y sagrada que mueve a los hombres. Sus rodillas temblaron, su cuerpo entero se estremeció. Perdió la visión, el contacto con la realidad, el mundo se tiñó de niebla, de sombras, de oscuridad. Quiso gritar y escuchó no el sonido emerger de su garganta sino de los más profundo de su ser. Cayó sobre la nieve, se hizo un ovillo, se agitó en espasmos convulsivos, al lado de la tumba del supuesto familiar de Takala.

¿Mitra? ¿Sus errores o pecados? ¿Su destino o sus actos y decisiones? Su alma se escabullía hacia las eternas tinieblas del más allá, quedaría encerrada en la prisión de la muerte. Y lo decidió él. Las criaturas observaban, pacientes, silenciosas, aguardaban.

Y Acherus sintió como se desvanecía su conciencia, su ser entero. Su lugar lo ocupaba un extraño, una entidad desconocida. Un espíritu furioso, enfermizo, encendido de cólera que a cada segundo notaba su liberación apunto de culminarse.

Unos segundos más y Acherus, su alma, se permutaría por la otra. Debía luchar. Y no le quedaban apenas fuerzas. Apretaba con fuerzas el amuleto. Sus últimas fuerzas.


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Sablen se apartó, no dejó que Maclo pudiera vislumbrar apenas los dos cadáveres. Asintió a lo que le había dicho su camarada, algo perplejo, encogiendo los hombros. Comprendiendo las razones que empujaban a Bazag en su obstinación.

- La llevo yo, no importa. Pesa menos que un pajarillo. Sigamos hacia el cementerio sin demora –respondió el aquilonio.


Atrás dejaron a hombre y bestia. Muertos en una lucha que podían suponer terrible. ¿Y los demás? Takala y Acherus, ¿dónde estaban? Bazag encabezó de nuevo la marcha e intentó no perder el camino hacia el cementerio. Las ráfagas de viento los acompañaban empecinadas en quebrar su resistencia y ánimo, pero ambos se mostraban más tercos que nunca. Así, alcanzaron la linde donde se observaban las primeras lapidas, y, entre la nieve que caía, distinguieron en la distancia la tumba donde Takala estuvo anteriormente, y, tirado en el suelo, encogido sobre sí mismo, un cuerpo convulso. Sablen agudizó su vista:

- ¡Mitra! Creo que es Acherus.

Bazag intuyó que lo era, ¿quién si no? ¿Qué sucedía? No apartó la mirada de la escena hasta que su atención se desvió a las tres “cosas” que se encontraba a escasos metros de Acherus. Sablen también las vio, se estremeció de horror.

-¿D …de dónde diablos han salido? ¿Qué son?



Bazag

Imaginaba que Sablen preferiría seguir llevando él en persona a Maclo. No intenta convencerle de lo contrario. De todos modos ya están cerca, aunque hay una pregunta importante que no es capaz de responder, ¿cerca de qué?, estaría bien saberlo. Se dirigen al cementerio porque los demás se dirigían al cementerio. A los demás les perseguía esa bestia enorme, así que es posible que simplemente corriesen en la primera dirección escogida al azar. Él lo habría hecho. No obstante, la bestia está muerta y no hay rastro de Acherus o de Takala. –Solo un poco más.- Espera tener razón, porque de lo contrario se le acaban las ideas.

El mismo cementerio, la misma tumba, pero ahora es Acherus quien se encuentra allí tendido. No sabe lo que le ocurre, pero las convulsiones nunca traen nada bueno. ¿Está herido, enfermo?. Detesta no saber lo que ocurre. ¿Cómo demonios va a enfrentarse a un problema si ni siquiera sabe que existe? –Quédate aquí, yo iré a por él- Comienza a avanzar hasta que ve esas tres… cosas. Se detiene casi en seco, incluso cree haber resbalado al hacerlo. A su espalda Sablen pregunta. –Ojala supiese responderte-

Desde el principio todo esto ha sido muy raro. Una mujer transformándose en loba. Brujas, avalanchas sin motivos, hombres bestia, esa aberración que yace en el suelo a tan solo unos metros. Es demasiado para que una mente simple, como la suya, consiga desenmarañarlo todo. Puede ignorar la brujería y pensar “me enfrentaré a lo que pueda ver”. Puede ignorar el desprendimiento de una montaña si se concentra en encontrar una salida. Puede ver a los hombres bestia y pensar en como derrotarles. Así es él, se aferra a lo que puede controlar. Pero cuando ves a tres seres como estos, salidos de la pesadilla enfermiza de alguien, todo cambia un poco. Aprieta los puños. No sabe lo que son, pero no va a dejarles atacar a Acherus mientras este no pueda defenderse.

-¡Vosotros tres!- Dice elevando la voz con fuerza. –Más vale que tengáis un buen motivo para estar tan cerca de mi compañero.



Por lo que sabe, podrían no entenderle, ser incapaces de hablar, o incluso hablar en otros idiomas. No tiene ni idea. Es ridículo intentar dialogar en esas condiciones, pero ¿qué no es ridículo en estas condiciones?, las propias condiciones lo son. –Tranquilo Bazag, tranquilo. Los nervios solo llevan a un final precipitado. No importa lo que sean. Si no son hostiles no habrá problemas, y si los son les patearé su feo y deformado trasero-. Respira hondo para recomponerse. Las espadas están cerca, se fía lo suficiente de ellas como para tranquilizarse al mirarlas. Aún no las desenvaina, recuerda que Takala les advirtió al respecto. Está en condiciones de atender a esa advertencia durante unos instantes más. 


No soy un hombre irracional, solo cansado. Pero si pensáis herir a mi compañero os devolveré al mundo al que pertenezcáis-. Adelanta el lado izquierdo del cuerpo mientras no les pierde de vista. Golpear y esquivar. Moverse de un lado a otro, usar a unos como escudo contra otros. Lo tiene claro, solo que espera no tener que llegar a tanto.


 –Mi nombre es Bazag. He venido hasta aquí para salvar una vida, y ahora la de mi compañero también. Estoy cansado de luchar, caminar por la nieve, y notar el maldito frío a cada instante. Hablad.-

Por supuesto está preparado por si deciden usar la violencia. Un golpe hacia las dos criaturas más próximas. A continuación retrocederá, cargando el peso en la pierna más retrasada para, bruscamente, cambiar de dirección y enviar otro buen tajo. Buscando siempre el cuello, ignora si esos seres tienen algún punto vital, pero cortarles la cabeza debería funcionar razonablemente bien, o eso espera. Después siempre a la defensiva, bailando con los tres a la vez. Muchos preferirían evitar ponerse en el centro, él no. Solo tiene que moverse lo bastante para que no le cerquen demasiado. A partir de allí, cuando evite los golpes de uno, esos golpes irán a por otra de las criaturas, entonces él se moverá, esquivando y golpeando al tiempo, para volver a abrir espacio, tratar de ganar un lateral, y lanzar un golpe más antes de intentar alejarse de nuevo. Cree que puede hacerlo, al menos mientras no se deje dominar por el pánico.



Acherus

"Un alma entra, otra sale. Ese es el cambio."

Tales habían sido las palabras de Takala. Tal era el cambio, y de ese cambio nacían las posibilidades de salvación para Maclo. Y para él mismo. Aun ahora, sintiendo la intensa agonía que consumía lo que quedaba de su ser, Acherus seguía soñando con la posibilidad de que aquel acto le otorgase el perdón, aun después de todo. Y si parecía espantoso... bueno, si pareciese fácil no habría dificultad en ello.

Takala se vino abajo, renunció, huyó. Yo me mantendré firme. Y si esto no resulta ser como espero... volveré del mismo infierno si es allí donde acabo.

No era capaz de notar nada en su cuerpo. Nada sabía ya del mundo, nada del exterior. Y aun el interior se le escapaba: sólo quedaba la agonía, sin siquiera poder asegurar que eso se mantuviese, pues aun su ser estaba desapareciendo. Y aun así, Acherus no intentaba luchar. Intentó de algún modo hacer ver a esa cosa que ahora venía a por su cuerpo y su alma que se los ofrecía libremente, sin reparos. Intentó, del mismo modo, poder hacerle sentir todo el odio que en él se acumulaba, lanzando una amenaza -¿fútil? quizá- al propio destino: "Si me jodes, volveré. De donde quiera que acabe".

Un pensamiento extraño vino a él en ese instante: "Quizá, en lo sucesivo, sea mi alma, hambrienta y resentida, la que aguarde en estos páramos un trato como aquel que ahora acepto". Era un pensamiento extraño, curioso, pero no tenía tiempo que dedicarle. Ah, ojalá aquel ser pudiera ver como lo esperaba con los brazos abiertos...

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==> Nada de resistencia. Acherus piensa que debe sacrificarse, por lo ya expuesto en el turno anterior. Intentará, por intensa que sea la agonía, "ofrecerse" al ser, vamos, que de ponerle trabas, ninguna. Pero al tiempo, pretende pasar por indómito -quizás no sea tan diferente del primer punto, quizá los dos, unidos, se resuman en "ven que te dejo, pero porque quiero"-. Que sea lo que tenga que ser: él ya ha decidido, y queda la cosa en manos del destino. Pero ay de aquellos que se aventuren por estas tierras, si queda reducido a espíritu vengativo...




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