miércoles, 8 de febrero de 2012

LOS ÁNGELES, 2029 -5



El padre Tomachio entró con aire solemne, mirando directamente a los ojos al inspector, expresión paciente y aferrando en sus manos con fuerza el rosario, como un anclaje que le impiese caer en la oscuridad de la impía ciudad. Había tenido tiempo de pensar, de darle vueltas a la cabeza en la sala de espera. No sabía qué era exactamente aquello que la mujer le había entregado. Una llave quizá, muy extraña. Tampoco sabía qué crimen podía estar cometiendo la desconocida. Contrabando de algo, seguramente. Armas, drogas, ¿entonces por qué la ayudó? La respuesta era obvia: la policía no solía ser mejor que los criminales. La gente no solía cambiar, sin embargo él tenía la esperanza de que sí.

Su pequeño teatrillo había sido descubierto antes casi de empezar. Todo el mundo irrumpía en la iglesia como si fuese una taberna, echando las puertas abajo. La casa de Dios estaba abierta a todos, pero esa no era manera de entrar. Perturbaban un silencio demasiado sagrado. Recordó que uno de los agentes sacó a relucir una mentira ofensiva. El policía con el que estaba hablando parecía creérsela. "¿Dónde lee en mi traje que ponga gilipollas, padre?. Pues ahí abajo, debajo de su placa, señor agente" pensó desilusionado.  "Son tan tontos como parecen". Suspiró, menudo rebaño le había tocado. Todavía  estaba en una fase tranquila, aunque dentro de él iban accionándose unos interruptores demasiado peligrosos.

Cuando subió con resignación al vehículo se mantuvo en silencio, preocupado por el lío en se había metido, no era nada bueno para su parroquia y la obra que estaba llevando en el desamparado barrio. El trato dejaba mucho que desear. Más que testigos eran tratados como criminales. Comprendió que poco importaba que fuesen inocentes o no, estaban allí por la fuerza y obtendrían la información que buscaban. "No toda" pensó mientras recordaba la llave que tenía en el bolsillo. No podían probar que no era de él.

En la salita escuchó  los cuchicheos de unos y otros. Uno de ellos era un pobre hombre de negocios y otro un mecánico. Personas que intentaban ganarse la vida honradamente. Además, antes le había oído murmurar algo sobre la familia. Se veían pocos hombres con valores familiares por aquella zona de la ciudad. Sin embargo aquel tipo, seguramente padre de familia, tenía que estar allí intentando probar que era inocente.

No estaba enfadado, no era hombre de esa clase. No quiso sentarse asiento, guardó al rosario con el que había estado rezando y empezó a hablar con tono tranquilo, sin odio.

- Un policía dijo en el rotador que soy el cura que se folla a una tipa. He hecho voto de castidad y lo cumplo desde entonces. No pienso tolerar más insultos hacia mi persona. No tienen pruebas, no las hay, no puede haberlas. Créalo o no, me da igual. Para mi solo hay un juez y él sabe que son solo falacias.

-Nadie le acusa de nada, padre. Solo queremos su declaración de lo sucedido. Su vida privada no me interesa –intervino Mascari, sorprendido por la solemnidad del hombre que tenía frente así-. Tome asiento.

El cura suspiró y se mantuvo de pie.

-Escuché sirenas en el exterior  Estaba con Mara recitándole pasajes de la biblia. Es un chica algo extraña, descarriada, que en ocasiones duerme en la iglesia pues no tiene otro sitio donde dormir. O eso creo, pues al contrario de usted, a mí sí me interesan las vidas privadas de mis feligreses.

-Déjese de elipsis, háganos un favor a los dos.

-Le diré lo que vi. Una persona enmascarada entra en mi iglesia echando la puerta abajo. No lleva la palabra "asesino" bordada en la ropa, así que cuando me dice donde esta la salida, se lo indico. Oigo sirenas, le digo a Mara que no pasa nada. Empiezo a entender que tal vez he ayudado a un criminal. Para entonces sus matones, perdón, sus agentes ya han entrado en mi iglesia, esgrimiendo armas y derribando puertas. Luego, dejan escapar a la fugitiva y nos encierran en este lugar solo por pasar por allí. Un trabajo brillante, inspector. ¿Fue usted quien llevó a cabo la operación? De verdad, brillante. Cinco inocentes en comisaría y una asesina por ahí, andando suelta.-Ahora sí se sentó en la silla metálica.-Se merece un aplauso..

Estaba indignado. Él había dejado escapar a la asesina, la había dejado suelta. Pero tampoco podía haberla dejado con ellos. Ahora podía cometer más crímenes y serían culpa suya. Tendría que detenerla, de alguna manera. La encontraría. Ella vendría a él tarde o temprano, y entonces la haría recapacitar. Claro, que primero tendría que librarse de el inspector.

-Usted a visto cosas horribles en su profesión. Lo veo en sus ojos. Pero ustedes siempre llegan cuado el crimen ha ocurrido. Yo estoy allí cuando ocurre. Intento evitarlo. Esa es mi profesión. Si eso es un delito, que Dios le perdone.


- Esta no es su iglesia, padre, deje de dar sermones y ahorre esfuerzos –respondió en tono agrio Mascari-. No se meta con la policía, seguramente le habrán salvado el culo alguna vez, o lo haremos en el futuro.

Al inspector no se le escapaba que el sacerdote ocultaba algo, ¿pero el qué?

- Padre, es verdad que he visto cosas horribles, lo mismo que leo ahora en su mirada que me dice la verdad con lo de su castidad. Y que se guarda algo. No se aún que es. Tenga cuidado, y reflexione sobre ello. Esa mujer del maletín no es ninguna angelita. Se lo aseguro. Tenga cuidado. Puede esperar en la otra sala. Gracias.

Tomachio se levantó. No se resistió a decir la última palabra:

-Soy un recolector de pecados. Siempre oculto algo. Agradezco su interés, de cualquier forma. En el barrio donde vivo la policía significa problemas en lugar de seguridad.-"Además, pensó, estoy seguro de que va a ordenar que me sigan diga lo que diga. Hará bien. El barrio necesita más presencia policial".-Puede encontrarme en mi iglesia cuando me necesite. Su alma esta pidiendo a gritos que la perdonen.

Y se marchó sin decir adiós tan siquiera. No era simpático con aquellos que, conforme a su manera de entender la vida,  no se comportaban correctamente.



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