lunes, 27 de febrero de 2012

LOS ÁNGELES, 2029 -7


7


Los testigos esperaron un rato más, al cabo del cual, la puerta de la sala se abrió una vez más, para dar paso al inspector Mascari.

-Pueden irse. Si necesitamos algo más de ustedes contactaremos. No hace falta que les diga que no marchen de la ciudad, ¿de acuerdo? Son testigos importantes, lo crean o no.

Dio una profunda calada a su puro. Los miró a todos con ojos enrojecidos, cansados, buscando detalles siempre. Añadió algo más a su corto discurso.

- Manténganse alertas. Esa mujer es muy peligrosa. Muy peligrosa. Es probable que desequilibrada, con lo que sus acciones no guardan ninguna lógica.

Una policía, embutida en traje negro ceñido, labios color violeta y ojos sin vida en un rostro de belleza átona, tomó la palabra.

- Lo que el inspector Mascari  quiere decir es que les ha visto.

- Sin embargo –continuó Mascari, molesto por la interrupción de la mujer- no podemos ponerles protección. Falta de recursos, ya saben. Estaría bien hacerlo, por si ella apareciese, de forma que la iglesia la vigilaremos. Pueden largarse. No se esfumen, les podemos citar en cualquier momento de nuevo recalcó otra vez.


- Gracias por tu preocupación, Mascari, intentaré cuidarme sólo. - Ricco sonrió y salió de la sala.

Jacob también lo hizo, su nerviosismo no del todo relajado hasta que se encontrase fuera de la comisaría. Mara le siguió, se giró de pronto y le guiñó un ojo al cura antes de desaparecer por la puerta.

- Te volveré a ver, gordito. Cuídate.


Entre el padre Tomachio  y el inspector Mascari hubo un cruce de miradas. Al sacerdote no le gustaba el oficial,  era demasiado inteligente. Si se hubiese dado a su trabajo, a las leyes, hubiera podido ser otro hombre. Veía en él algo de nobleza, sin duda era un agente de policía que hacía cumplir la ley. Solo que sus métodos no le parecían de lo más adecuado. ¿Merece el fin cualquier medio? Tomachio pensaba que no, el medio era más importante que el fin. De nada te sirve conseguir algo por el mal camino. Si fallas, pero has ido por el buen camino la recompensa llegará más tarde. A aquellos que eligen la senda oscura solo les queda la perdición.

Estaba convencido que el policía sabía que guardaba algo. ¿Como? Años de experiencia, además él no sabía ocultar muy bien la cosas. Claro, que el inspector no sabía que lo ocultaba estaba a dos metros de él, en el bolsillo de su chaqueta. Tampoco podía saberlo todo. Eso lo tranquilizó, aunque no dejó que se notase. La asesina, según una de las agentes, podría ir a por ellos. "¿No es siempre lo mismo?". Siempre iban a por él. Las mafias, los contrabandistas, los matones, los asesinos. Y seguía allí. No se había enfrentado nunca a una mujer con poderes mentales, sin embargo debía luchar contra ella por ella. Que Dios le guardase, sería complicado.

-Soy un recolector de pecados. Siempre oculto algo. Agradezco su interés, pero no requiero de su protección. En el barrio donde vivo la policía significa problemas en lugar de seguridad.-"Además, estoy seguro de que vas ha ordenar que me sigan diga lo que diga. Harás bien. El barrio necesita más presencia policial".-Puede encontrarme en mi iglesia cuando me necesite. Su alma esta clamando a gritos que la perdonen.

Se dio la vuelta sin decir adiós tan siquiera. No era simpático con aquellos que no se comportaban bien. ¿Qué le harían a la asesina? Desde luego no la ayudarían a reconvertirse.

Mascari se encogió de hombros, chupó de su puro y dejó entrever una cínica sonrisa.

- Creemos…estomas seguros de que es una psiónica. Entiéndame bien, no una ciberpsiónica, o ciberpsicótica, sino alguien con poderes mentales. Existen personas así, pero esta es de relevancia. Tal vez vaya a por usted. A por todos, la han visto. O quizás pase del tema. Como le de. Reflexione sobre lo que hemos hablado y en qué bando quiere encontrarse, padre.

Tomachio se detuvo pero no se volvió. Así que una psíquica agraciada con ese don por Dios, un don o una maldición. Eso explicaba lo sucedido en el interior de la iglesia. Con paso firme se dirigió a la salida.

Les devolvieron todos sus objetos. No hubo disculpa alguna. Afuera, la madrugada golpeó las mejillas de los testigos con el pegajoso aliento del frío nocturno.

-Me hubiera agradado haberles conocido en otra situación –dijo a modo de despedida el sacerdote-. Es hora de dormir. Intentemos olvidar este desatinado incidente. Sin rencor. Solo creen estar haciendo su trabajo,

Si decía aquello, ¿por qué sentía un comezón tras la nunca? Para él no había terminado, aún tenía esa llave. Miró a la chica. Mara le acarició el mentón y le do un beso en la mejilla. Había bondad en esa chica, pensó, era el mundo el que estaba equivocado.

-Mi propuesta sigue en pie. Si quieres puedes pasar esta noche en la iglesia.-"Una fulana en la iglesia" dirían los periódicos sensacionalistas. Él pensaba en ella como persona. Todo el mundo necesita ayuda alguna vez. No la presionaría, en estos casos no era bueno.

Mara observaba el cielo negro  surcado de sucias nubes henchidas de corrosión.

- Pensaba ir a un mini-market,  a comprar unas latas de soda estimulante y cigarros. Supongo que me conformo con irme a un café y pedir unos cigarros allí, quizás beber un café helado... de esos con su cereza bio cultivada en la cima de una abundante capa de nata de sabor canela

Sonrió con tristeza. Era una lastima que no fuese orgánica para meterse un atracón de comida caliente como los humanos. Se consoló pensando que era mucho mejor quedarse con las ganas a estar padeciendo inmundicias como los pobres miserables vagos de las calles.

“Al menos los líquidos los tolero... no es mucho pero es lo que hay. Luego de eso entraré en letargo; quizás hoy no me enrede con algún desesperado de amor y me vaya con el gordito a  dormir con él. Después de todo se me hace que incluso podría dormir mejor en su casa que en alguno de los albergues u hoteles de por aquí. Mejor que en mi apestoso agujero, seguro”.

-De acuerdo –respondió al sacerdote.

Ricco intervino. Intuía que el viejo cura sabía alguna cosa. Podía leerlo en sus ojos, a él no se le escapaban ese tipo de cosas. Quería averiguarlo.

- Padre, tampoco a mi me agrada las circunstancia de nuestro encuentro. ¿Sabe?, no es mi deber juzgar a la gente, y menos a un cura, pero me da en la nariz que usted sabe algo. Puede que compartirlo con nosotros estuviese bien. Para nuestra seguridad. Probablemente corremos un riesgo, y lo mejor sería que tuviésemos todos los datos posibles de la mujer. - evitó llamarla asesina a conciencia - Quizás ese pequeño detalle sea lo que nos salve la vida. Obviamente sería una estupidez que nos lo contase aquí. - sacó una tarjeta con su teléfono y se la entregó - Pero quizás su iglesia sea el lugar perfecto para que sólo Dios y nosotros sepamos lo que se nos avecine.

Tomachio aceptó la tarjeta que desapareció en unos de sus bolsillos. Pensó que necesitaría de toda la ayuda posible si las cosas se torcían. No creía que esa gente estuviese en peligro. Al menos no por la mujer, si no por la policía.

-Le llamaré. Aunque creo que alguien como usted debería venir más a la iglesia.-Y luego un susurro casi inaudible.-Santa María de Magdalena.-Y en voz alta de nuevo.-Cuanto antes. Incluso esta misma noche. Nunca es tarde para empezar.-Esperaba que captase la indirecta en el mensaje, aunque había dos. Quería que fuese esa noche a la iglesia por si volvía la asesina, y también quería que abriese su alma a Dios.

Ricco asintió con la cabeza. Acto seguido tomó del brazo a Jacob, mientras descendía la ancha escalinata de granito oscuro.
.

- Bueno Jacob, poco más puedo decirte. Si aceptas el trabajo es tuyo. Pero por favor decídete rápido. No tienes toda la noche para pensarlo. Podemos encontrar otro. Llamaré a un aero-taxi.

Le guiñó un ojo y se puso los guantes de piel. El mecánico, que se rumiaba todavía la respuesta, observó que deberían valer su  sueldo de un mes. Tirando bajo.  No le pasaron por alto las frases de oculto sentido del cura. ¿Qué sucedía allí? Meneó la cabeza, aspiró el aire helado de la noche. En las calles la actividad nocturna comenzaba a cobrar vida más allá del sector policial. Bajó las escaleras junto al mafioso, dispuesto ya a darle una contestación; dudar más tiempo no haría sino que el interés en su persona se esfumase.

-Estoy con vosotros. Tenéis mi alma.

-Bien, Jacob. No te arrepentirás.

Estrechó su mano con las de su nuevo jefe. Ya estaba hecho. Se apercibió que Ricco no tomaría un aero-taxi;  le esperaban dos de sus hombres en una limusina negra. Jacob fue más o menos obligado a entrar. Allí estaban dos de los primos del Italiano. El vehículo arrancó deslizándose suave como un madero en la corriente de un tranquilo río. Tenía noticias Ricco para su tío pero también las había para él. Sus primos le contaron que alguien de “dentro” les puso sobre aviso. Conocían su papel de testigo, y algo de la historia: la tipa se había largado de momento en un coche, tres policías muertos, un par heridos y un tipo con el cerebro hecho papilla, la poli investigaba quien era. No se sabía nada de la fugitiva, o al menos el contacto dentro del cuerpo policial no consiguió datos. No obstante ellos sí sabían más, sí poseían información. La fugitiva era una psiónica, de la Europa del Este si se confirmaban los rumores.

Sin embargo, lo que en particular les interesaba era su maletín. En la limusina los acompañaba un hombre algo canoso, de traje negro, mirada glacial y labios finos, el jefe de seguridad de la Sintroc Corporation, dedicada a microelectrónica y nanoingeniería. Garrison Mc Therny, quien les había contado una bonita historia que desgranaron poco a poco tanto a Ricco como a Jacob, el nuevo socio. Sintroc era la única corporación que poseía los medios y tecnología para el proceso extremadamente delicado de conservar la mente, la personalidad, memoria, el yo único de cada uno de nosotros, en cápsulas cerebrales. De esa forma muchos ricos podridos de pasta se aseguraban una gran longevidad. Y en el maletín había diez de esas cápsulas robadas. Una millonada. La policía y los propios servicios de seguridad de la Sintroc casi atraparon a la chica, pero ahora la mega corporación confiaba en ellos, en los italianos. Como anillo al dedo resultaba que Ricco y Jacob fuesen testigos. Había que encontrar a la desconocida. Discreción. Extremo cuidado. La noticia, adulterada, ya estaba en las calles, y más gente estaba interesada en la maleta.

Y la chica parecía un bicho raro.






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